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labocallenadetierra

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Estimado I.:

Tardé mucho en llegar al hotel y creo que terminé de enfriarme. Desde Neptuno el tráfico estaba interrumpido por una manifestación. No era muy numerosa pero el colapso fue inversamente proporcional. Pasaba por allí y me llamaron la atención los gritos. Algo acerca de tus dientes contra el bordillo.

Patriarcado asesino, decía la pancarta de la cabecera, en referencia a la violencia de género. Detrás, los manifestantes, en su mayoría chicas muy jóvenes enarbolaban carteles con los nombre de las asesinadas en el último año. A la derecha de la cabecera, camina por su cuenta una mujer con una gran coleta cana tirando de un carro de la compra, en el que lleva cajas de cartón con su propia propaganda. En un momento determinado coloca una pegatina en el megáfono de una de las chicas y a esta no le sienta bien.

-¿Así cómo vamos a hacer la revolución, compañera?- Le recrimina la veterana.

La marcha va precedida por 10 o 12 policías, sus furgonetas con las luces de emergencia y una ambulancia. Los agentes caminan como de puntillas mientras escuchan tras ellos qué es ser un hombre

Ya ha caído la noche y hace frío. Se restablece el tráfico y paro un taxi. Hay que dar un largo rodeo porque la Gran Vía está cortada. Hay un desfile de carnaval. El taxista se disculpa porque soy su tercer cliente y es su primer día. En realidad acaba de obtener la licencia y ha contratado a un conductor que se ocupará del coche a partir de mañana. Cree que la cosa será rentable. No le voy a decir yo que todos sus colegas con los que hablo dicen que el negocio es una ruina. Uno me ha dicho esta mañana que va un 10% por debajo de los gastos. A otro le he prestado el móvil porque no actualiza su Tom Tom desde vete a saber cuándo.

Me pitan los oídos en la recepción del hotel. Los recepcionistas están cortados por el mismo patrón: dos jóvenes semi hipsters con pulseras de tela –I love Río-, barba y pelo a la cabaña sujeto con gomina. El registro va lento y me noto las rodillas. El chico se queja soltando aire por la nariz pero esto no acelera el trámite.

Ya no salgo a cenar y saco de la maleta el libro que me vendiste. El título me sonaba de algo. Luego caí. El blog de Juan Carlos Monedero se llama comiendo tierra. Nada más, porque de Branimir Šćepanović no sabía nada.

Dos cazadores pasan la noche en una tienda de campaña cerca del bosque. Va a amanecer. Un hombre que ha sabido que está muy enfermo viaja hacia su lugar de origen para morir. Hay dos planos narrativos que se entrelazan: los cazadores y el enfermo van a encontrarse y a partir de ese momento el relato se convierte en una enorme metáfora que avanza a base de repeticiones.

La idea es sencilla y aunque la escritura no es brillante, el libro se deja leer sobre todo porque el lector encuentra enseguida acomodo entre los personajes del relato o incluso simplemente como eso, como lector, reconociendo el sistema, el bosque, el claro, la noche y el día, el deslumbramiento de la luz, la función de cada sujeto, la del guardabosques o la de los recién casados.

Quizás muy simple; puede ser. Muy del este, si me permites un reduccionismo impropio, teniendo en cuenta que el autor es serbio. Digo muy del este porque, a veces, uno parece verse envuelto en un cuento asiático y, a lo mejor, es así como funciona bien, desplazando las reglas de la escritura hacia el oriente, nuestro oriente del norte, como sucede con las novelas de Bohumil Hrabal.

Tu recomendación y unas décimas de fiebre se han mezclado con el sonido lejano de los fuegos artificiales del carnaval madrileño. Tal vez en RENFE podrán cambiarme el billete de vuelta.

Cordialmente,