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Passy en invierno : Estética

La senda de Pikionis

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Querido J.:

Tenías razón. Aún más con esta espalda mía, que voy mirando al suelo la mitad del tiempo.. El camino que sube a la Acrópolis es una especie de Via Profana por oposición a la Sacra que arranca en los Propileos.

He leído que el arquitecto que lo construyó, Dimitris Pikionis, advirtió a Karamanlis que, como en la antigüedad, necesitaba tiempo para llevar a cabo su obra. Usó la piedra de los edificios atenienses del XIX que fueron demolidos; una destrucción que él consideraba una vergüenza. Se encargó de echar abajo las casetas de recuerdos para turistas del camino y añadió vegetación aquí y allá. El resultado es tan elegante que pasa desapercibido. No se ve. Ni siquiera te das cuenta de lo fácil que es acceder a la colina. El despiece es sencillo porque todas las piedras tienen la misma consideración, sean como sean. Algunas son muy hermosas. Las hay que parecen la base de pequeñas columnas, otras son perfectamente rectangulares y las  que apenas alcanzan a ser un pedazo de ornamento. El paso de los visitantes durante todo el día las ha igualado, dándoles el aspecto de un mármol traslúcido.

El camino no encara los propileos. Entra por su derecha y se desdibuja. En ese momento, olvidas por dónde has venido. Tal es la humildad del dibujo de la senda. Solo después, acabada la visita, entiendes que has vuelto desde un recinto sagrado a la tierra de los mortales, mientras pisas de nuevo los restos ordenados. de lo que fueron palacios, casas, vasijas y decoraciones y que ahora son una larga alfombra.

Te agradezco mucho tu advertencia, porque de no haberme avisado, habría subido al Partenón a tontas y a locas.

Nos vemos pronto,

 

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Akutagawa & Futagawa

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Querida B.:

Leí a pedazos Vida de un idiota. No pude hacerlo del tirón por miedo a caer en la melancolía. Tiene gracia; el libro resulta moderno por disparejo, casi parece hecho de retazos, como los kimonos antiguos pero enseguida te das cuenta de que todo tiene relación: las naranjas y la luz roja del tren, las habitaciones de hotel y la de los domicilios en los que vive Akutagawa. Todos los personajes son él mismo y el mar, en el horizonte… El spleen, la estética y el suicidio me resultan difíciles en la misma coctelera. Aquí, tal vez, con las gotas de exotismo oriental que da la distancia y las que añade, a su vez, las lecturas occidentales de Akutagawa, el resultado es más dulzón, aunque engañoso; como las tiras donde acaban pegadas las moscas en el verano.

 
Solo una cosa me salvó de la tristeza en la que me fue sumiendo la lectura de estos cuentos oscuros. Llegaron unos números de la Rural Houses of Japan cono fotos de Futagawa. Tampoco son la alegría de la huerta, no vayas a creer, pero me sacaron del pozo. Las casas del campo japonés, sin adornos, con todos los muebles recogidos y el hogar a ras de suelo, son tan parcas que animan el espíritu y Futagawa las fotografió como nadie. Así qué terminé el libro con las revistas cerca, por si acaso.  Cuando nuestro amigo se acercaba a la playa con intenciones aviesas o se encerraba en el cuarto del hotel demasiado tiempo, yo salía a tomar el aire unos años después: entre el 58 y el 60.

 
Nos vemos pronto,

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Desmayo en Washington Square

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chicas-parque-nueva-york¿Cuánto hace de esta foto? ¿Diez, once años? De vez en cuando aparece en los archivos y la sigo mirando igual. Esa especie de desmayo con pamela en mitad de Washington Square. No sé si todo puede pasar en cualquier sitio, pero en esta plaza hay una posibilidad de que las cosas sucedan.

Un poco más apartado, recuerdo, había un tipo tocando el saxofón. ¿por qué no estaba en el Blue Note? Cualquiera sabe. Podría haber sido Donald Harrison y estaba junto a la verja del parque.

Muñoz Molina contaba hace tiempo algunas cosas de la plaza: “Quien deambula una tarde fresca de sol por Washington Square, quien se sienta a comer un bocadillo, a mirar a la gente sin hacer nada, a observar las nubes viajeras sobre las cornisas altas de los edificios, a escuchar a un trío de músicos de jazz, no imagina que esa plaza de Nueva York, claramente uno de los lugares memorables del mundo, estuvo a punto de ser destruida, a principios de los años sesenta, en el momento cumbre del urbanismo despótico y la rendición incondicional a los coches: parece mentira ahora, pero a través de Washington Square iba a pasar una autopista de cuatro carriles en cada sentido, y no fueron precisamente arquitectos ni urbanistas los que evitaron la catástrofe. Fue una mujer valerosa y autodidacta, Jane Jacobs, que vivía con su familia en ese vecindario, en la calle Hudson, otra obra maestra involuntaria de ecología cívica, y que llevaba a sus hijos a jugar cada día a Washington Square”.

 

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Seth Gueko en el metro

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paris-photo-201520151114_161el rap y el francés

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Grullas, Nescafé y crisantemos

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En el aparcamiento hay una jaima de plástico. Desde donde estoy, su vértice apunta justo al este. El color del ocaso invita a mirar en la dirección opuesta y al otro lado el cielo es azul cerúleo con vetas rosas, como el mármol de Estremoz. He venido al hipermercado a comprar unos crisantemos blancos para llevar al cementerio y por el mismo precio me llevo un lánguido y delicado espectro de colores. Mientras miro hacia oriente, una bandada de grullas atraviesa el cielo, formando dos uves, camino del sur y, sobre ellas, en dirección opuesta, cruza una avioneta. La señora de la floristería me dice que ponga las flores en el suelo del auto, apretaditas entre los asientos y ya no hay más luz.

En mitad de Tokio, un cementerio apretujado, colina arriba. En muchas de las tumbas, una taza de café, una lata de refresco o una botella vacía de whisky. Junto a un grifo, hay una escoba, unos cepillos y una pala para uso común.

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Boro: remiendos en el museo

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El museo exhibe una colección de prendas Boro.

El texto del catálogo dice más o menos:

No hace mucho tiempo las japonesas se hacían su propia ropa. La crudeza del invierno en algunas áreas del país, hacía que esa ropa llegara a ser más importante que la comida, de manera que no se perdía ni un solo hilo. Se usaba la misma ropa a través de muchas generaciones, parcheada con retazos de tela y haciéndola más gruesa. Si la prenda resultaba ya inutilizable se rasgaba para obtener hilos con los que hacer nueva ropa. Con el tiempo aparecieron patrones de diseño, las técnicas se refinaron y nació un cierto sentido de la estética.

Boro, está ganando reconocimiento internacional en la escena del arte actual.

Aunque la traducción es “en mal estado” no es fácil encontrar ropa tan poderosa y hermosa como esta . Se puede sentir el calor de la costura. los deseos, la fuerza, la sabiduría quienes cosían y su posible sentido de la belleza. No importa la crudeza de la vida, vivieron una vida de amor. No importa si vivieron una vida miserable porque sabían cómo sobrevivir con alegría. simplemente disfrutaron creando para sí mismas con recursos limitados, sin perder ni un solo hilo. Ahora, después de tanto tiempo, Boro ha llegado a representar lo opuesto a la cultura de consumo: no contiene residuos, sólo «amor» para la familia, algo que dura para siempre. Boro, lo que está en mal estado y a la vez es tan hermoso, parece hacernos las preguntas fundamentales de la vida en un mundo moderno.

Otra exposición.

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Hasta que el bronce se resquebraje

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No encuentro una forma de pasión que cuadre bien con esta lista de estigmas con los que nacemos. Hay una línea que separa el significado de las palabras dependiendo de quién las pronuncie. Otra, de quién las traduzca.

De todas formas, joven monje, si esta es la relación de nuestros defectos y en cuanto a mí se refiere, puedes golpear la campana hasta que el bronce se resquebraje. No podía con 10, imagina con 108.

“Abuso, afán de poder, agresión, aislamiento, alcoholismo, ambición, apego, arrogancia, avaricia, bajeza, blasfemia, burla, calcular, capricho, celos, censura, codicia, confusión, crítica, crueldad, daño, descaro, desenfreno, deseo de fama, deseo sexual, desinterés, desmesura, desprecio, discordia, divergencia, dogmatismo, dominio, dureza de corazón, egoísmo, engaño, enojo, ensañamiento, envidia, estafar, falsedad, falta de atención, falta de comprensión, falta de fe, ferocidad, flojo, gula, hipocresía, hostilidad, humillación, ignorancia, impetuosidad, impostura, indiferencia, inflexibilidad, ingratitud, iniquidad, insaciabilidad, insatisfacción, insidia, intolerancia, intransigencia, ira, irrespeto, irresponsabilidad, juego, lascivia, locuacidad, maldecir, malignidad, manipulación, masoquismo, murmurar, negatividad, obsesión, obstinación, odio, opresión, orgullo, ostentación, pesimismo, poco generoso, prejuicio, prepotencia, presunción, pretensión, prodigalidad, rabia, rapacidad, reniego, reñir, ridículo, sabelotodo, sadismo, sarcasmo, seducción, sigilo, sinvergüenza, tacañería, temperamento violento, testarudez, tramposo, vanidad, vengativo, violento y voluptuosidad”.

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Gion Kobu

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japon-miguel_365-3En un restaurante del barrio Gion Kobu, una geisha anima a entrar a los paseantes.

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Que se vele el negativo

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Registro 2505 Fundación Oteiza

 

“De niño comencé mi escultura como fotógrafo, construí yo mi primera máquina, haciendo un pequeño agujero en una piedra, para descubrir distinto lo que veía o lo que no veía bien, era un punto de luz que mi agujero de luz definía en redondo, un fotograma que obtenía de un mundo en la sombra, un instante de comprensión luminosa y espacial. Y terminé de escultor estropeando voluntariamente mi vieja cámara de fotógrafo, al abrir la escultura de mi Caja vacía para que le entrase y se llenase toda de luz”.

Fotografía Vasca y fotomaquia

Jorge Oteiza

Más, Aquí

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Niki & Channel

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Bajar las escaleras del Guguy y acordarme de Frank Gehry es todo uno. ¡Ay! Qué sensación de cojo a mi pesar. No sé qué hacer con los pies: dos en esta pisa, uno en la otra. Miro dónde pongo este y ahora el otro, dónde termina el escalón para comenzar el siguiente. Frank, de verdad: tu museo dará vidilla, pero así te cupieran estas escaleras por el orto. ¿No puede un visitante entrar con cierta elegancia, sin mayores atolondramientos, con la vista al frente, haciendo aquello que tanto nos costó aprender de pequeños, o sea, subir y bajar peldaños?

Veo la expo de Niki de Saint Phalle y a la salida, subo, distraído, con algo más de facilidad: Puppy, al fondo, tiene compañía. Algún contratista con buen ojo ha encontrado financiación para el remozado de una fachada. Las colonias caras es lo que tienen. Confundo los nombres de las modelos. No se quién es quién, todas me parecen la misma. Son como una especie de prolongación quinquenal de la belleza. En los anuncios de algunas revistas, abajo, en tipografía pequeñita pueden leerse sus nombres pero no se me quedan. Hay una con las palas separadas; no tengo ni idea de cómo se llama. Ahora que Kate Moss se retira, creo que puedo reconocerla. Demasiado tarde.

He salido del museo como se sale a la realidad. De Niki de Saint Phalle, que comenzó posando para Harper’s, se exponen en Bilbao sus trabajos más fieros, menos amables. Ella siempre fue hermosa, incluso cuando apoyaba su mejilla contra la culata de una carabina. Enfrente, la modelo que se tapa una teta con el antebrazo, como si temiera el cierre de su cuenta en Facebook, tiene pinta de no ir más allá de la lona en la que está impresa.

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En la biblioteca de Alzuza

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«Hasta que no ordene y revise mi pobre biblioteca…»

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Crecen los días

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mutilvaYa está. Ya alargan los días. Llego a la oficina mientras amanece y da la sensación de que el año se abre. Pasará lo que tenga que pasar pero con luz. El tipo del monovolumen que aparcaba ocupando dos plazas, respeta ahora las líneas y deja sitio para un segundo coche. Habrá hecho algún propósito.

Ya hablamos de los coches y la fotografía. Siempre quedan cosas que añadir. Dos ejemplos publicados este año pasado: el libro de David Campany, The road trip, del que ya hay una versión en español y que recoge la obra de varios artistas que recorrieron los Estados Unidos tomando estupendas fotografías; desde Robert Frank a Tayo Onorato y Niko Krebs. Adelantándose al libro, Campany había dado una estupenda conferencia en la Fundación Mapfre, disponible en internet. El otro es un volumen de Takuma Nakahira poco manejable por su tamaño, 105 x 148 x 65 mm y que está dedicado a los coches y las motos que el fotógrafo encontraba a su paso, cuando salía a pasear en bicicleta al amanecer. Es un precioso “ladrillo” sin matices, Las imágenes parecen fotocopias y por eso mismo, aunque están tomadas entre 1978 y 1980, son tan actuales como lo pudieron ser entonces. Coches de frente, de costado, entre la maleza, junto a un árbol, motos repetidas o con mínimas variaciones; ruedas, faros, algo de trafico y vehículos enfundados, como en aquella foto –precisamente- de Robert Frank, entre dos palmeras.

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Lewis Baltz, in memoriam

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new-industrial-parks2Volvamos.

De los Nuevos parques industriales había una foto, casi escondida, cerca del cuartito del estand. La pared de la izquierda estaba ocupada por una serie completa. No quise ni mirarla. Resultaba abrumadora. Me quedé frente a la nave fotografiada en escorzo, contra la costumbre de Baltz; los árboles recién plantados y la luz de la puerta encendida.

Valérie se acercó educadamente y preguntó si podía ayudarme.

–No lo creo-. Le dije con cara de resignación. –De todas formas, ¿cuánto?

Pronunció el precio como si nada. Luego hizo una pausa y añadió: –Dólares-. Segura de que la moneda no cambiaría las cosas. Charlamos un buen rato de la feria y de qué caro estaba todo. Me alejé buscando más emociones fuertes.

Valèrie me alcanzó cuando entraba en otra galería.

-¿Quiere usted ver otra serie del señor Baltz?

Volvimos. Theresa Luisotti estaba abriendo la caja de que contenía las fotos de Park City. Cada una enmarcada con un paspartú inmaculado y protegida con una hojita traslucida. Están reveladas en un papel japonés muy duro y sin embargo todos los detalles resultan visibles: parece una contradicción. No debería ser necesaria tanta exactitud para decir algo tan simple.

Las manos de la señora Luisotti manejaban las fotos como formas consagradas. En Park City hay menos concesiones que en otras series. Son imágenes que no otorgan ninguna ventaja al espectador. Uno no sabe si atribuirlo a la decisión de seguir explorando una vía felizmente abierta con series anteriores o a un programa estricto preparado desde el principio. Hay literatura al respecto pero es literatura. La señora Luisotti se apartó un momento para contestar una llamada. Dejó extendidas sobre la mesa una docena de fotos y justo bajo mis ojos, la más delicada, la menos Baltz.

Valèrie revoloteaba alrededor pero no se dio cuenta: un hombre con aspecto agradable, gabardina clara y gafas gruesas se acercó a la mesa, agarró una de las fotos y se la acercó a la cara. No era difícil imaginar el efecto de su aliento, la impronta de las gotitas de saliva sobre la superficie revelada.

-¡Ouh! ¡Nou, nou, nou! – Luisotti soltó el móvil, se abalanzó sobre el hombre en cámara lenta y le quitó la foto con unos dedos larguísimos y hábiles. -Nou, nou , nou-. Decía, cada vez más dulcemente, casi sonriendo, con la foto ya a salvo. Mientras él se alejaba, Valèrie, a mi derecha, había sacado una calculadora y pasaba a euros una suma suficiente para comprar un utilitario. Luisotti le hizo un gesto para que aplicara un descuento y le preguntó cuál era el IVA en Francia. Solo por la diferencia con el de España daban ganas de viajar en autobús los próximos años.

Una semana después, Baltz moría en su casa de París.

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David Campany, Gasoline

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Querido J:

Te gustará este libro de D. Campany. Gasoline recoge unas cuantas fotos utilizadas en periódicos norteamericanos desaparecidos y cuyos archivos han sido liquidados. La edición es muy inteligente. Una mitad está dedicada a las fotos y la otra a los reversos, a las anotaciones. En medio, una entrevista con el autor; más bien con el recopilador. Casi todas las imágenes están reencuadradas para su publicación y algunas retocadas con guache y lápiz, como esta de la portada. El conjunto señala una sola dirección: la que  seguimos hace 40 años.

Saludos,

 

algunos comentarios acerca del libro: uno, dos y tres

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Zang Tumb Tumb, Marinetti

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