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Passy en invierno : Fotografía

Sander, Pliego

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Querido L.:

Ya ha llegado la fotografía de Pliego de la que me hablaste. Efectivamente, el parecido con la de Sander es notable, aunque solo aparente. El aire de los personajes es el mismo pero la diferencia no es solo el lugar donde se tomó. Sander sale al camino y nuestros jóvenes vienen al estudio a ser fotografiados. “Vamos a que nos retraten” es ir hacia  la cámara estática, al lugar en el que la decisión de ser fotografiado proviene del sujeto, no del fotógrafo.

No es lo mismo vestirse para ir al fotógrafo que fotografiar a dos jóvenes ataviados para ir al baile de un pueblo cercano. ¿Qué lleva a Sander a buscar esa imagen? Hoy tiene un carácter etnográfico, pero en su día fue tan contemporánea como un selfie y sin embargo Sander es un documentalista que habla de la relación de las personas con el grupo social o profesional al que pertenecen. Esa es su intención: crear una tipología, un colección representativa de quienes viven a su alrededor.

Carlos Cánovas habla en su Navarra/Fotografías del estudio de Emilio Pliego y de la época dorada de estas imágenes en las que el retratado es casi “un mal necesario”, un estereotipo que se muestra como los otros quieren verlo.

Aunque el tiempo no lo iguala todo, el valor de estas dos imágenes contrapuestas reside quizás  en su complementariedad; efectivamente no hay una foto de estudio en la que un cliente vaya a retratarse vestido de albañil con la cara tiznada, pero por una vez, aunque solo sea una casualidad, estamos ante la cámara que es perseguida o persigue a un mismo sujeto.

Gracias por tu aviso. Nos vemos pronto,

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Una foto para el Facebook

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¿Le importa que me haga una foto con usted antes de que tire de la anilla?

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Todo es cuestión de tiempo

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25 años después de un juicio por obscenidad, Cincinnati reflexiona sobre Robert Mapplethorpe
«¿Qué piensa usted cuando escucha el nombre de Robert Mapplethorpe? Para muchas personas, la mención del artista evoca conflictos críticos y momentos culturales en la historia de América: la crisis del SIDA y las vidas perdidas; una época pasada en la historia bohemia de Nueva York (los días de Kansas City de Max y el Hotel Chelsea); la aceptación de la fotografía como medio de bellas artes».

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Frank Horvat

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Up and down en L’oeil de la photographie

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Los ojos de los otros: Viver y Sancari

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Cyril Connolly
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Acabemos el año, sí. Atravesemos las convenciones atados al palo mayor porque esto no terminará ahora. Después del concierto, habrá más.

Dice Charles Lamb: “De todos los sonidos de todas las campanas (la música de las campanas es la más cercana al umbral del cielo) el más solemne y conmovedor es el repique que despide al año viejo. Nunca lo oigo sin que en mi mente se concentren todas las imágenes difusas de los últimos doce meses; todo lo que he hecho o sufrido, realizado o abandonado en ese tiempo que se ha ido para siempre”.

Solo será un momento; luego seguimos. El tiempo suficiente para amarrarme un poco mejor; mientras dure la travesía. No terminaré como Palinuro. Ya hablaremos en tierra firme.

Entretanto, tengo a la vista 2 libros; los más melancólicos que he encontrado. Uno es de Mariela Sancari y se titula Moisés. Sancari no vio el cadáver de su padre cuando falleció, así que no pudo pasar por el inicio del duelo que es precisamente la visión de la muerte.

Tiempo después, puso un anuncio en el periódico buscando hombres de la edad que entonces tendría su padre, con ojos claros y rasgos más o menos parecidos. Los fotografió y compuso un libro triste y reparador al mismo tiempo. Conforme el lector pasa las páginas dividas en trípticos, los hombres fotografiados parecen entremezclarse en el intento de recomponer la figura del padre, abocado a una segunda muerte: la de quien mira.

El otro es una edición de Javier Viver; Révélations Iconographie de la Salpêtrière. Paris 1875-1918. Viver selecciona de manera muy contemporánea más de 300 fotos de entre las 4.000 que forman la colección del hospital.“La Salpêtrière –dice la editorial RM- se hizo teatro de variedades en las sesiones de los martes, ante una concurrida representación de las élites culturales y científicas, mediante la inducción por hipnosis de contorsiones, crisis epilépticas y ataques de histeria, el registro y exposición de gabinetes de curiosidades y rarezas biológicas, fenómenos y monstruos. El resultado fue un archivo fotográfico sin precedentes, testigo de la época colonial, realizado con la intención “panóptica” del régimen disciplinario y documento sistematizado de los límites del alma humana”.

Compré este libro seguro de que me reconocería enseguida en alguno de los personajes fotografiados. Solo por estadística debería funcionar, pensé. Sin embargo, sucede como en el Moisés de Sancari: es por superposición. Los rasgos de unos y otros componen mi retrato enseguida. Hombres, mujeres, niños, tullidos, alucinados y cheposos me devuelven mi propia imagen. Cuando I. vio el libro me habló del test de Leopold Szondi.  Se muestra al sujeto grupos de fotografías de pacientes con determinadas enfermedades y aquel manifestará simpatía o disgusto. Las afinidades o las antipatías, permitirán hallar determinados rasgos de quien se somete al examen.

Alcánzame ese cabo.  más fuerte me amarraré. No solo por el miedo al sueño, también para mirarme a través de los otros. Los ojos de los otros.

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Gabrielle Duplantier, Itoiz y el padre Tomás

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12277310_715742928562987_494919476_n12309238_715742911896322_944714282_nMucho antes de que desapareciera bajo las aguas del pantano, el único vinculo que me quedaba con la fe era la iglesia de Itoiz o por mejor decir la misa de los domingos. Iba por el cura. Porque era un tipo que sabía hablar a los vecinos de un pueblo perdido que no estaba en los planes de nadie. No les contaba nada especial pero hacía dos o tres cosas que convertían la misa en un momento agradable: dejaba la puerta abierta, un portalón románico, a mano derecha según se mira al altar y así, el ritmo de la naturaleza entraba en la templo.. Recuerdo un domingo de primavera. Durante la mañana el cielo se había cubierto y para el evangelio comenzó a tronar. Cuando el cura levantó la hostia en la consagración, en ese momento exacto, un rayo cayó a pocos metros de la iglesia. Nadie se inmutó; como si todos entendiéramos que aquello era parte del misterio o del no-misterio.

El sermón parecía siempre el arranque de una charla -jamás había un reproche cristiano- que se prolongaba en el atrio, terminado el oficio. Entonces alguien sacaba un paquete de tabaco. Creo que el cura fumaba Ducados. Sentados en el poyete, a cubierto, frente a Aldunza y muy cerca de donde el Irati y el Urrobi unían sus aguas, encendíamos unos cigarrillos y hablábamos un rato en ese límite arcaico entre lo sagrado y lo profano.

Me acuerdo de todo esto mientras miro unas fotos de Gabrielle Duplantier a las que he llegado por los inescrutables caminos de Facebook. El cura parece el mismo, Tomás Armendáriz. P. y A. me dicen que no es él. Incluso el relato de Gabrielle me hace dudar, pero quiero creer que sí lo es.

Gabrielle me cuenta que llegó a Itoiz cuando empezó su serie de fotografías del País Vasco. Ella había oído hablar de la presa ya construida y de la intensa oposición de los pueblos que iban a quedar sumergidos. Le resultó difícil encontrar Itoiz, porque todas las señales habían sido retiradas, destrozadas o cubiertas con pintura negra. Era –dice- un camino fantasma. “Afortunadamente la iglesia estaba abierta. Una joven del pueblo que estaba allí, en la explanada, nos dijo que solo vivían y trabajaban 3 familias. Se habían sentido traicionados por el Gobierno del que no habían recibido ninguna información sobre la fecha de en la que comenzaría el llenado del embalse y parecía no preocuparse por el reacomodo de sus habitantes. Sus hogares y sus tierras se perderían. Era día de misa, el sacerdote llegó, especialmente de Pamplona para los vecinos. Después de tomar una fotos, nos pidieron, que saliéramos y cerráramos la puerta”.

No hay más. Todo está 200 metros bajo el agua y no es bueno mirar al pasado. Tampoco miro con gusto las aguas del pantano. No hay nada que ver. Solo recuerdo los cigarrillos en el atrio, las golondrinas trisando en el poche Nagore, la poza donde Goñi, el puente colgante de maderas podridas, el canal seco recorrido a pie y el rayo en el momento exacto de la consagración. No hay más. Lo que había me lo ha devuelto Gabrielle con unas fotos.

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De Middel / Sugimoto

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Bir Hakeim, Línea 6

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paris-photo-201520151114_149(14 Nov. 15) El mercado del boulevard  Grenelle sí está cerrado. Los toldos recogidos y el andén sobre el que pasa la línea 6, casi desierto. En la estación de Bir Hakeim no hay público. El cartel del anuncio de la exposición en el Jeu de Pomme, es una lona solitaria. El museo también estará cerrado. Las columnas que sujetan el puente tienen capas y capas de pintura plateada. A veces, cuando las ilumina el sol, parecen copias fotográficas a la antigua.

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Los refugios

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(13 nov. 15) Polycopies se ha convertido en una especie de refugio. Los dos barcos están amarrados en el puerto de Solferino, no muy lejos del pont des Arts. Hay con quién conversar, libros para comprar y otros con el letrero de sold out. En la orilla izquierda todo parece normal. A pesar de la tragedia y en una extraña contraposición con los informativos franceses y españoles, las galerías permanecen abiertas y también los cafés. Berthet- Aittoaures tiene una hermosa colección de Giacomelli. Algunas de las fotos que presenta son poco conocidas y muy abstractas. Enfrente, en la Palette, el personal llena el interior y la terraza a la hora del almuerzo. En la minúscula cocina un hombre y una mujer se afanan con las tortillas de hierbas, Sobre el aparador del pasillo un pinche aliña las ensaladas con salsa de mostaza. Nadie mira el televisor. Desde las cristaleras, al calor de un café, todo parece ir bien.

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Fukase; una tarde de lluvia en el museo Amuse

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japon-miguel_391-2El templo de Senso-Ji se ve muy bien desde la terraza del museo Amuse. Uno puede subir al último piso y sin que nadie le diga nada, sentarse en un silla de plástico y disfrutar del panorama. Las nubes vuelan por encima de la torre casi tan bajas como los cuervos.

Los cuervos en Japón son muy grandes. Aquí te haces a la idea del libro de Masahisa Fukase. No de sus razones, sino de la facilidad de alcanzar el objeto: hay quien piensa que Fukase habla de la guerra y quien cree ver en sus fotografías, la sombra del desengaño amoroso. El caso es que los graznidos te acompañan siempre, vayas donde vayas. Resulta agradable y a la vez un poco siniestro. La mezcla de templos y cuervos, por ejemplo, es muy apropiada porque ayuda a la introspección. No aquí arriba, en la terraza. Desde esta altura, todo se ve de manera más despreocupada. Va a llover. En el cuartel de bomberos de al lado, el jefe de guardia forma al retén, les dirige unas palabras y manda romper filas. Luego bajan las persianas de las cocheras. Son las 5.

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A las puertas del templo Senso-Ji

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Castillos en Japón

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La librería de donde proviene se abrió en Tokio hace 130 años.

Aquí, un ejemplar completo, aquí, toda la colección y esta, la distancia que recorrió el libro para llegar a otra librería, cerca de casa.  Dame papel

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la universidad de Yale y la fotografía

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Take me a photo

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“Take me a photo”. Me pide un joven sentado en un poyete. Tiene unos rasgos proporcionados, la tez oscura y la barba de una semana. Parece alegre. Detrás de él, la pared neutra de la casa ayuda a la imagen. Hace un día nublado; hay una luz difusa y no tiene que entornar sus enormes ojos para mirar al objetivo. Luego me siento junto a él para mostrarle el resultado en la pantalla.

Cuando un desconocido te pide que le fotografíes es muy difícil que el resultado sea interesante. Esas fotos sirven para otros propósitos: uno puede después charlar con la persona retratada acerca de cualquier cosa. Tal vez haya oportunidad de hacer una mejor o de escuchar historias interesantes

En este caso no las hubo. Un hombre grande, se acerca a grandes zancadas hacia nosotros. Me pregunta algo que no entiendo, aunque sé qué dice: me pide que elimine la imagen. Le explico como puedo qué ha sucedido. Se dirige al joven y le pregunta de dónde es. “I am Syrian”. Entonces, le pide que, a su vez, me exija el borrado de la foto. “No photo. Finish photo”. Me dice el joven. La borro delante del hombre de seguridad y me quedo con el joven sirio, intentando una conversación.

El hombre de seguridad vuelve para pedirme que le acompañe. Para entonces ya sé que en la casa hay un centro para refugiados, El hombre me señala un cartel colocado detrás del cristal de la puerta a la que se llega después de subir 6 u 8 peldaños. Se prohíbe tomar fotografías. El hombre lo señala y le digo que me parece bien que en el edificio coloque los carteles que quiera pero que la vía pública es otra cosa; que si quiere ayudar a la seguridad de los refugiados, coloque un cartel en la acera.

Vuelvo con el joven sirio y al rato, vuelve el hombre de seguridad con su jefa. Tengo que explicarle todo de nuevo y ella llama a un intérprete para que el joven ratifique mi versión. Dice que es verdad, Él me ha pedido una foto. Recurro al traductor de Google: “Comprendo el problema de seguridad de los refugiados. Colaboren ustedes: coloquen el cartel de la puerta en la calle”.

A veces, la protección de los derechos del otro resulta una imposición cuando no una limitación de sus libertades. Aún charlamos un rato. Nos despedimos todos amistosamente, deseándonos suerte. “Germany is good”. Oigo al joven sirio mientras me alejo camino de una barbería turca.

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¿Llega agosto o qué?

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Weegee en Coney Island

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