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Passy en invierno : Viajes

El MAN con tapones

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Del Museo Arqueológico Nacional lo mejor es el acrónimo. Para sí lo quisiera le Musée de l´Homme en Paris. La remodelación del M A N no ha evitado que siga siendo un lugar anodino, poco atractivo, en el que el visitante recorre vitrinas tan pesadas como aquellas del parisino Museo del Hombre, ahora y hasta 2015 en obras. Será el espíritu de los tiempos o la calificación de bien de interés cultural del edificio pero la impronta es tan academicista que la visita se parece mucho a la lectura de aquellos libros de historia en los que uno, en el marasmo infantil, debía hacer un enorme esfuerzo por distinguir a los hititas de los sumerios. La falta de gracia de las salas ha de ser compensada de alguna forma. Tal ve la disposición de las obras, la forma de contar la historia o incluso la revisión de los objetos expuestos.

Las salas antiguas del British o las de la Biblioteca Nacional Española tienen el encanto de lo perdurable, de la exquisitez de lo museístico. El museo de Quai Branly, del criticado Jean Nouvel, hacen de la antropología un asunto emocionante para quien se acerca con un mínimo interés. En el M A N uno tiende a quedarse más bien frío porque incluso la contemplación de una vasija , una escultura o cualquier otra pieza concreta se ve acompañada de unas condiciones muy poco propicias. Antiguas podríamos decir.

El edificio tampoco es muy buen anfitrión para el visitante: la planta baja del M A N está concebida de tal forma que el mostrador de información pasa casi desapercibido, En la taquilla –atendida por un solo trabajador- más de 10 personas equivalen a una cola amorfa e ingobernable y si uno quiere visitar la exposición temporal ha de volver hacia atrás siguiendo indicaciones confusas y poco lógicas.

Queda, de todas formas, el ejercicio de la abstracción. Apartarse de todo y mirar cualquiera de las maravillas que pueden verse en el museo. A no ser, claro, que un padre de familia aparezca al otro lado de la sala, explicado a sus vástagos y a su cónyuge, que tanatos significa muerte y que por eso los tanatorios y que tenemos que ir a Grecia y que os acordáis cuando estuvimos en Egipto y ahora veremos las momias y cuánto grita usted y menos mal que llevo en el bolsillo los tapones que uso para viajar en el Alvia.

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Quintanilla de la Cueza

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De los tres pueblos junto al río Cueza, Quintanilla es el más pequeño. Me desvío y dejo a la izquierda 2 palomares de planta circular y 2 de planta cuadrada. Subo hasta la que creo que es la iglesia. Es en realidad una torre exenta que corona el caserío. Ahora sí veo la iglesia, algo más abajo. Es un paseo corto. Cerrada. La chiesa è chiusa? Aprendí a decir en italiano hace muchos años. Aquí, ni siquiera hay a quién preguntar, aunque ahora que me he detenido oigo un sonido rítmico, así que camino hacia el lugar de donde proviene. Enseguida me encuentro frente a un grupo que no distingo bien de momento. Me acerco al ritmo de un martillo. Supongo que me observan. No hay nadie más. Se escucha además el sonido de un transistor. Está colocado en el alféizar de una ventana. A la sombra, una mujer y un hombre de edad avanzada. Al otro lado de la calle, al sol, sobre el andamio, un muchacho arregla el tejadillo de un patio. El que parece ser el capataz, lo mira desde abajo. Entablo conversación con los mayores. Así puedo saber que arreglan la casa que han comprado a los curas, que Quintanilla de la Cueza tiene hoy 7 habitantes y que el retablo que quería ver se lo llevó el arzobispo a Palencia, por miedo a las goteras.

–María-. Dice él. –Enséñale la casa a este hombre-. Él trabajó hasta los 55 en Bilbao, en el metal. Con la desindustrialización se prejubiló. Solo vienen de vacaciones porque el pueblo es muy triste. Ella abre una por una las puertas de todas las habitaciones, los aseos, la despensa, la cocina y una recocina con una especie de cama hecha de ladrillo que puede calentarse haciendo fuego debajo.

-Aquí dormía mi madre la siesta. Bien caliente–. Luego se queda un momento parada, suspira y dice: -No se qué me da que empiece el año, con lo mala que está fulanita-.

En el patio, su marido guarda un Seat Málaga que los hijos no le dejan que conduzca ni siquiera hasta Carrión de los Condes. Injection, pone en los laterales.

–¡Nos vamos a comer!-. Grita desde la calle el capataz.
-¡Yo no!-. Replica el Albañil.
-Es que este es moro-. Me aclara el dueño. –Como es el Ramadán. Pero luego a la noche, come de todo. Ahora, ni beber hace.
-¿Guardo la herramienta?
-Déjala ahí mismo. Robar no han de robar.

Vuelvo hasta el coche. Quedan en pie, junto a la torre, pequeños almacenes. Unos se conservan bien. Otros ya están entre el decoro y la ruina. Componen retazos de paisaje de esos a los que la modernidad se acostumbró desde la aparición del cine y la fotografía: Cezannanianos, diría A.

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De vuelta en Calzadilla

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Faltan los palomares

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A todo no se puede estar. Me quedo sin ver por dentro los palomares de Tierra de Campos.

Unos días antes de salir hacia Palencia había llegado a casa un ejemplar de Paloma al aire de Ricardo Cases. La segunda edición. Vete ahora a comprar la primera. Martin Parr está haciendo estragos con su Historia del fotolibro.

Vuelvo. De la bibliografía disponible en la red, un impresionante Inventario de Palomares en la Tierra de Campos Palentina de Manuel Malmierca y Juan Carlos Aparicio. También de Malmierca una unidad didáctica para niños de secundaria que resulta útil cuando -como es el caso- no se tiene ni idea del tema.

En este último trabajo se recogen algunos textos breves entre los que se encuentra este de Columela:

«El tener estas aves no desdice del cuidado de un buen labrador. Se mantienen con menos comida en los parajes que están lejos del poblado, en los cuales se les permite salir libremente, porque después vuelven a los sitios que se les señalan en las torres más altas o en los edificios más elevados, donde entran por las ventanas que se les dejan abiertas y por las cuales salen volando a buscar su alimento. Sin embargo, durante dos o tres meses se les da comida que se ha tenido el cuidado de reunir para ellos; después ellas se mantienen con las semillas que encuentran en el campo. Pero esto no lo pueden hacer en los sitios inmediatos a algún poblado, porque caen en las varias especies de lazos que les ponen los cazadores. Se
les debe echar de comer debajo de techado, en un sitio de la casería que no sea bajo ni frío, sino sobre un piso que se hará en un sitio elevado que mire al mediodía del invierno. Sus paredes, para no repetir lo que ya hemos dicho, se excavarán con órdenes de hornillas, como hemos prevenido para el gallinero o si no acomodare de este modo se meterán en la pared unos palos y sobre ellos se pondrán tablas que recibirán casilleros, en los cuales las aves harán sus nidos u hornillas de barro con sus vestíbulos por delante para que puedan llegar a los nidos. Todo el palomar y las mismas hornillas de las palomas deben cubrirse con un enlucido blanco, porque es el color con que se deleita principalmente esta especie de aves y también se han de enlucir por fuera las paredes, principalmente en la inmediación de la ventana, la cual estará colocada de manera que de entrada al sol la mayor parte del día de invierno…»

«El palomar debe barrerse y limpiarse de tiempo en tiempo, porque cuanto más aseado esté, más alegre se muestra el ave, la cual es tan difícil de contentar, que muchas veces toma tanta aversión al palomar, que lo deja cuando se le presenta la ocasión de salir volando de él, cosa que sucede frecuentemente en los parajes donde tienen libertad de salir. Para que esto no ocurra hay un antiguo precepto de Demócrito que es el siguiente: Hay un especie de gavilán que la gente del campo llama «tinúnculo» (cernícalo), que acostumbra hacer su nido en los edificios; los pollos de esta ave se meten en ollas de barro, y estando todavía vivos, se cubren con tapaderas que se cogen con yeso, hecho lo cual se cuelgan estas vasijas en los rincones del palomar: esto les granjea tal amor a aquel sitio que nunca lo abandonan».

Casi por azar, revolviendo, he encontrado aquí una cita relativa a un paraje cercano a casa. Como no podía ser de otra forma, hay de por medio escopetas y curas. (Más completo, aquí).

«Constituciones Sinodales, 1613 Egüés (Navarra). A pesar de la prohibición que tenían los clérigos de no cazar, no era raro ver a alguno de ellos que lo hacia sin escándalo de los feligreses, como ocurrió como Juan de Elcano, beneficiario de la parroquia de Egüés al que se acusaba: de tirar con escopeta a palomas y otras aves… causando también daño en palomares vecinales».

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Juvenal, La Olmeda y la ciudad

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Para acercarse a la villa romana de la Olmeda y olvidar el continente, es  recomendable armarse de un invisibilizador. Se venden a buen precio en librerías. Este que propongo me lo recomendó hace muchos años J., cuando en su negocio los libros aún estaban de canto en los anaqueles. –Escucha, escucha-. Me decía con el ejemplar el la mano y poniendo cara de pícaro. Con qué placer leía los pasajes más escabrosos de la sátira VI.

Lo traigo aquí porque Juvenal habla en algún momento de la huida al campo, de la imposibilidad de vivir en la gran ciudad: “La cantidad de hierro para grilletes es descomunal, como para temer que falten rejas, que dejen de haber machotas y almocafres. Felices debes llamar a los abuelos de nuestros abuelos, felices a las generaciones que en otro tiempo, bajo reyes y tribunos, vieron a Roma bastarse con una sola cárcel. A estas podrías añadirles otras y numerosas razones pero las mulas me reclaman y el sol declina. He de partir pues ha tiempo que el mulero ha agitado la vara y me hace señas…”

Entre el viajero leyendo esto o cualquier otra cosa que le distraiga del edificio que guarda los restos de la villa, no sea que el trabajo de Paredes y Pedrosa le aparte del objeto deseado.

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De Carrión a Burguete

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Querido J.:

Ya sabes que el valor de los huesos reside en lo que se edifica para contenerlos. Una astilla da lugar a una iglesia. Las proporciones son a veces tan inversas que asustan. Aquí, en san Zoilo han extendido las telas en que vinieron envueltas las reliquias del santo y es un gusto verlas porque no es habitual encontrar tejidos tan antiguos en tan buen estado.

Me he acordado de ti viendo la tela azul: tiene una tamaño espectacular, más de 2×2 m con 36 águilas exployadas. Los cuellos de las aves que forman la primera fila están recorridos por una banda roja con un texto árabe escrito en amarillo. ¿Qué? ¿te suena? Estoy seguro. Mira qué dice laWikipedia.

A mí me recuerda además a la forma en la que se tejen las leyendas. Un poco de biblioteca, una tela amarilla, una máquina de coser y un paseo hasta las campas de Burguete en el momento adecuado.

Dice José Luis Serna que la tela azul no envolvió los huesos de san Zoilo; tal vez proceda de alguno de los sepulcros condales. Más leyendas.

Más águilas. (Un poner).
Más astillas.

Permíteme una broma.

 

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El valor de los huesos de santo

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En la Sacristía del monasterio, me he enterado de que Fernando Díaz, primogénito de los condes, trajo a Carrión los restos de san Zoilo junto con los de san Félix y san Agapio Obispo. Se vino de Córdoba con tan espléndido regalo después de luchar junto a Mahomat, frente a Alfonso VI. El rey le ofreció otras recompensas por su ayuda pero Díaz prefirió las reliquias. Está claro que los dos conocían el valor de los huesos de santo en el norte de la península.

A saber si los huesos son de quien se dice. En su tesis doctoral sobre la Evolución del patrimonio religioso en Carrión de los CondesLorena García cuenta que san Zoilo fue “un noble cristiano cordobés que fue cruelmente azotado, despedazado con garfio y finalmente degollado en el año 306, siendo muy joven, por haber renegado de la idolatría pagana. Cuentan las crónicas que era tal su valor y aguante, que, consciente de todo, decía el mártir: “Cuanto más maltrates mi cuerpo que tienes ahora en tu flaco poderío, tanto crece más mi verdadero bien, que no teme tus tormentos…los que tú has de padecer, cuando comenzaren nunca han de acabar”. Su verdugo, al oír esto, abrió el cuerpo del santo y extrajo sus riñones, cortándole después la cabeza. Para que no pudieran encontrarle, su cuerpo fue despedazado y sepultado en un campo yermo junto al de algunos peregrinos”.  (No quiero imaginar cómo estaría Facebook en el siglo IV si hubieran existido pergaminos con cámara incorporada).

En cada esquina por la que paso se constata la necesidad del cuerpo y la cruel negación del otro a manifestar el sitio donde se encuentra, aunque, al menos con los siglos, se establecen diferencias.

Sigue Lorena García hablando de san Agapio: “Cuenta la leyenda que San Zoilo en el año 589 se apareció en una visión a San Agapio, revelándole donde estaba enterrado. Fue éste un caballero ilustre favorecido por los reyes godos que abandonó su riqueza para tomar el hábito de San Benito en Córdoba, donde ostentó la dignidad de Obispo. Fue quién se encargó de trasladar en procesión el cuerpo de San Zoilo a una iglesia sobre la que posteriormente erigió un monasterio bajo la advocación del mártir cordobés, donde el propio Agapio fue sepultado 1062”.

Esa veneración del cuerpo ya cadáver, de sus restos últimos –ese apego por el polvo sagrado de quien fue y ya no es, contrasta de tal forma con la negación de la carne viva en las mismas tradiciones que de la oposición de ambos excesos solo puede resultar el trauma. Me pregunto en qué momento cambiamos las reliquias por el cuerpo.

No me canso de volver al claustro.

 

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Calzada de los Molinos

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Garbanzos y facundia

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Estrella dice que es dada a la facundia. Lo suyo es más bien verborrea. Ha abierto junto a una socia un pequeño restaurante con terraza frente a la iglesia de san Pedro. Dice que es hija de pastor aunque luego aclara que su padre tuvo cinco mil ovejas. Así –refiere- se ríe de los demás. Parece que necesita aclarar algunas cosas y se sienta a tu mesa en cuanto ve que no hay faena. Dice que también es para reírse el nombre que le ha puesto al establecimiento: el Chiringuito. Le preguntan los clientes por qué, si en Frómista no hay playa y con eso, ella se divierte. Enseguida puede hacerse uno la composición de su estado sentimental, económico y familiar cuando en realidad lo ideal sería preguntarle cómo prepara su socia los garbanzos con chorizo que nos ha servido para comer: unos garbanzos pequeños y sabrosos precedidos de una ensalada mixta en la que cada verdura y hortaliza sabe a lo que debe. El café está más que pasable. Y bueno, a todo se hace uno: Estrella sigue hablando de su vida pasada como sumiller, de la mala suerte a la hora de comprar vino demasiado bueno para el Chiringuito, que ahora tiene guardado por cajas debajo de la cama, de lo que espera de la vida y del maltrato que los bares del Camino infligen a los peregrinos. La vista de la fachada de san Pedro hace más llevadera la sesión de psicoanálisis, mientras el nombre de la paciente se repite en todas las sillas de la terraza, bajo la marca de una conocida cerveza.  Todo sea por demorar el paseo hasta la iglesia de san Martín de Tours, cuya restauración la convirtió en el mejor ejemplo del románico tambor Exín castillos.

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Calzadilla de la Cueza

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Delibes: la cruz de palo

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«Mi pueblo, visto de perfil, desde el camino que conduce a Molacegos del Trigo, flanqueado por los postes de la luz que bajan del páramo, queda casi oculto por la Cotarra de las Maricas. La Cotarra de las Maricas es una lomilla de suave ondulación que, sin embargo, no parece tan suave a los agosteros que durante el verano acarrean los haces de trigo hasta las eras. Pues bien, a la espalda de la Cotarra de las Maricas, a cien metros escasos del camino de Molacegos del Trigo, fue apuñalada la joven Sisinia, de veintidós años, hija de Telesforo y la Herculana, una noche de julio allá por el año nueve. El asesino era un forastero que se trajo don Benjamín de tierras de Ávila para hacer el agosto y que, según dijeron luego, no andaba bien de la cabeza. Lo cierto es que, ya noche cerrada, el muchacho atajó a la Sisinia y se lo pidió, y, como la chica se lo negara, él trató de forzarla, y, como la chica se resistiera, él tiró de navaja y la cosió a puñaladas. Al día siguiente, en el lugar donde la tierra calcárea estaba empapada de sangre, don Justo del Espíritu Santo levantó una cruz de palo e improvisó una ceremonia, en la que congregó todo el pueblo con trajes domingueros, y los niños y las niñas vestidos de Primera Comunión. Don Justo del Espíritu Santo asistió revestido y, con voz tomada por la emoción, habló de la mártir Sisinia y de lo grato que era al Altísimo el sacrifico de la pureza. Al final, le brillaban los ojos y dijo que no descansaría hasta ver a la mártir Sisinia en las listas sagradas del Santoral».

«Un mes más tarde brotaron en torno a la cruz de palo unas florecitas moradas, y don Justo del Espíritu Santo atribuyó el hecho a inspiración divina, y cuando el Antonio le hizo ver que eran las quitameriendas que aparecen en las eras cuando finaliza el verano, se irritó con él y le llamó ateo y renegado. Y con estas cosas, el lugar empezó a atraer a las gentes, y todo el que necesitaba algo se llegaba a la cruz de palo y se lo pedía a la Sisinia, llamándola de tú y con la mayor confianza. En el pueblo se consideraba un don especial esto de contar en lo Alto con una intercesora natural de Rolliza del Arroyo, hija del Telesforo y de la Herculana. Y por el día, los vecinos la llevaban flores y por las noches le encendían candelitas de aceite metidas en fanales para que el matacabras no apagase la llama. Y lo cierto es que cada primavera las florecillas del campo familiares en la región -las margaritas, las malvas, las campanillas, los sonidos, las amapolas- se apretaban en torno a la cruz como buscando amparo, y don Justo del Espíritu Santo se obstinaba en buscar un significado a cada una, y así decía que las margaritas, que eran blancas, simbolizaban la pureza de Sisinia, las amapolas, que eran rojas, simbolizaban el sacrificio cruento de la Sisinia, las malvas, que eran malvas, simbolizaban la muerte de la Sisinia, pero al llegar a los sonidos, que eran amarillos, el cura siempre se atascaba, hasta que una vez, sin duda inspirado por la mártir, don Justo del Espíritu Santo afirmó que los sonidos, que eran amarillos, simbolizaban el oro a que la Sisinia renunció antes que permitir ser mancillada. En el pueblo dudábamos mucho que el gañán abulense le ofreciese oro a la Sisinia e incluso estábamos persuadidos de que el muchacho era un pobre perturbado, que no tenía donde caerse muerto, pero don Justo del Espíritu santo puso tanta unción en las palabras, un ardor tan violento y tan desusado, que la cosa se admitió sin la menor objeción. Aquel mismo año, aprovechando las solemnidades de la Cuaresma, don Justo del Espíritu Santo creó una Junta de Beatificación de la mártir Sisinia, a la que se adhirió todo el pueblo, a excepción de don Armando y el tío Tadeo, y empezó a editar una hojita, en la que se especificaban los milagros y las gracias dispensadas por la muchacha a sus favorecedores».

Viejas historias de Castilla la Vieja
Miguel Delibes y Ramón Masats
Lumen (Palabra e imagen)

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Conservar el estado de pobreza

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Más aún acerca del reconocimiento y los altares. El pórtico de la iglesia que cobija el banco, protege también un tablón de anuncios y la lista de “presentes” nacidos en Villajimena. Del soldado Andrés Tarrero Campo solo sabemos que a Daniel, su padre, el Consejo Supremo de Justicia Militar le concedió una pensión conforme a la orden de 20 de mayo de 1943. ”Estas pensiones serán abonadas en tanto conserven la aptitud legal. Los padres la percibirán en coparticipación en tanto conserven su actual estado de pobreza, pasando por entero al que sobreviva, sin necesidad de nuevo señalamiento…” De Ramiro García Frías sabemos más. Fue beatificado en Tarragona el pasado mes de octubre junto con otros 521 “hijos mártires, profetas desarmados de la caridad de Cristo”.

Andrés y Ramiro tienen su altar. En la página dedicada a las beatificaciones de Tarragona el cardenal Angelo Amato escribe esto: “En aquel periodo, mientras se encontraba en el exilio, Don Luigi Sturzo, diplomático y sacerdote católico italiano, en un artículo de 1933 publicado en el periódico El Mati de Barcelona, escribía con intuición profética, que las modernas ideología son verdaderas religiones idolátricas, que exigen altares y víctimas, sobre todo víctimas, miles, e incluso millones. Y añadía que el aumento aberrante de la violencia hacía que las víctimas fueran con mucho más numerosas que en las antiguas persecuciones romanas”.

¿Cómo no desear una muerte silenciosa sin necesitar a nadie, sin que nadie te necesite? Sin que nadie tenga que buscarte después, sin que nadie te dispare antes: una muerte, nada más.

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La casa y el rostro del juez Elí

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miguel-leache-eli-juezDe la ornamentación del claustro de san Zoilo, esta imagen de Elí, uno de los jueces de Israel. 40 años impartiendo justicia para terminar así, viejo, desdentado y ciego. Elí parece escuchar la profecía de Samuel a quien él mismo había enseñado en la fe desde niño.

 

“Un hombre de Dios se presentó a Elí y le dijo: «Así habla el Señor: Yo me revelé a la familia de tu padre, cuando ellos estaban en Egipto, bajo el poder de la casa del Faraón. Elegí a tu padre entre todas las tribus de Israel, para que fuera mi sacerdote y subiera a mi altar, para que hiciera arder el incienso y llevara el efod en mi presencia. Y asigné a la familia de tu padre todas las ofrendas que hacen quemar los israelitas. ¿Por qué entonces pisotean mi sacrificio y mi ofrenda, que yo prescribí para mi Morada? ¿Por qué honras a tus hijos más que a mí, haciéndolos engordar con lo mejor de todas las ofrendas de mi pueblo Israel? Por eso, el Señor, el Dios de Israel, pronuncia este oráculo: Yo había dicho que tu familia caminaría siempre en mi presencia. Pero ahora –oráculo de Señor– ¡lejos de mí todo eso! Porque yo honro a los que me honran, pero los que me desprecian son humillados. Llegan los días en que amputaré tu brazo y el de la familia de tu padre, de manera que no habrá más ancianos en tu casa. Tú verás un rival en la Morada; y aunque todo le vaya bien a Israel, nunca habrá ancianos en tu casa. Sin embargo, mantendré a algunos de tus descendientes cerca de mi altar, para que se consuman tus ojos y se desgaste tu vida; pero todos los vástagos de tu casa morirán en la flor de la edad. Y te servirá de señal lo que les sucederá a tus hijos Jofní y Pinjás: ambos morirán el mismo día. En cambio, yo me suscitaré un sacerdote fiel, que obrará conforme a mi corazón y a mis deseos. Yo le edificaré una casa duradera, y él caminará en presencia de mi Ungido todos los días de su vida. Y todos los que subsistan de tu casa irán a postrarse delante de él por una moneda de plata y una miga de pan, y le dirán: Admíteme, por favor, a cualquiera de las funciones sacerdotales, para que tenga un pedazo de pan que comer»”.

 

El libro de Samuel

 

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Un lugar donde dormir

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El mostrador de la recepción del hotel Colón no llega al metro de largo. Al otro lado, la mujer que atiende está sentada en una silla baja y casi hay que encorvarse para saludar. A la derecha hay una máquina expendedora de bebidas. También hay un expositor de metacrilato con folletos y mapas de la provincia. Mientras ella rellena la ficha para la policía veo en el rincón de la izquierda un perro de lanas sobre una pequeña colchoneta de tela. El animal está patas arriba, relajado, oyendo un concurso en el televisor. La recepcionista copia mi nombre, dos apellidos y domicilio en una cartulina que supongo le facilita el Ministerio del Interior: “Las personas naturales o jurídicas que desarrollen actividades relevantes para la seguridad ciudadana, como las de hospedaje, el comercio o reparación de objetos usados, el alquiler o el desguace de vehículos de motor, o la compraventa de joyas y metales preciosos, deberán llevar a cabo las actuaciones de registro documental e información previstas en la normativa vigente”.

Ceno cerca del hotel y vuelvo enseguida. Desde la habitación se ve el patio del colegio La Salle y se oye al huésped de al lado hablar por teléfono. Nuestras ventanas están entreabiertas. Habla un español correcto con acento norteafricano. Tiene un problema con su trabajo. Su interlocutor le había prometido un número determinado de jornadas y no las va a respetar. Sube el tono de voz, luego se tranquiliza mientras anda por el cuarto.

Hay un televisor pequeño. Holanda y Argentina empatan a 0. Parece que llegarán a los penaltis. Me pongo los tapones.

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Una calada

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Hace mucho tiempo, volé junto a un tipo que echaba vaho entre las manos. No hacía frío en la cabina y creí que veía mal. Sin embargo la cosa se repetía cada tanto, hasta que una azafata se acercó al vahoista para decirle que los cigarros electrónicos estaban prohibidos en el avión. Así me enteré de su existencia.

Recuerdo después a M. fumando su cigarro electrónico cuya brasa falsa se encendía cada vez que inhalaba el vapor o lo que fuera que producía su mecanismo. En un aparte me dijo que lo simultaneaba con unos puritos muy sabrosos que entonces estaban de moda. M. se metía entre pecho y espalda nicotina y nebulosa a partes iguales en un intento por acabar con el hábito. No sé cómo le ha ido.

R. ha cambiado el tabaco rubio por un cilindro relleno de nicotina. Le pedí que me dejara probarlo. Le di una calada y como llevo 10 años sin fumar, me puse transparente. R. me dijo: -Siéntate que te ha dao un chungo.

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