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Busto con gafas

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Espero a que abran los mostradores de facturación. A mi derecha una pareja de chinos reorganiza una enorme maleta. La mitad está ocupada por latas de Kas Limón empaquetadas de seis en seis A la izquierda un hombre mira en el teléfono la prórroga del partido del Inter contra el Barcelona. Llega ahora su mujer que se sienta entre él y otro hombre que habla por teléfono al estilo tostada. He cenado una hamburguesa en el único restaurante abierto en la T1: un Burger King. He pagado a precio de menú una hamburguesa blanda y un botellín de agua. Ni siquiera me han puesto un vaso de plástico, un cubierto, una bandeja o una miserable servilleta de papel. El suelo estaba sucio, lleno de los recibos que hay que retirar para que luego te sirvan el pedido. Miro por la ventana que da al pasillo de la terminal, y recuerdo a Gustavo Fring, el dueño de “Los Pollos Hermanos”, en la escena de Better Call Saul en la que obliga al pinche a fregar de nuevo la freidora, a pesar de que está limpia.

Air China no abre todavía. Paseo por la terminal donde ya están tumbadas algunas personas que viven aquí. Todas tienen una o dos maletas, mantas, alguna almohada. Una pareja ya está dormida; se abrazan amorosamente haciendo la cuchara. Hay dos hombres y una mujer charlando entre dos columnas. Tienen aspecto de haber abandonado la droga hace poco o de estar simplemente entre pico y pico. Otra pareja ha hecho una especie de refugio volcando un medidor de maletas rojo. Es una especie de habitación sobre plano. La pared, una columna y otra pared metálica con los hierros hacia fuera. Me he cruzado tres o cuatro veces con un hombre mayor, deshecho, que empuja un carro con dos maletas y unas bolsas de plástico. Va y viene de la T2 a la T1. 

Como han retirado los bancos de la terminal camino de aquí para allá haciendo tiempo hasta que doy con la capilla del aeropuerto. Me siento en el último banco. la lámpara del sagrario está encendida. A su izquierda hay un relieve de san Josemaría Escrivá de Balaguer. A mi amigo G. no le gustan los bustos con gafas. Dice que no funcionan. Refugiado en la capilla, leo a Roland Barthes: “Estar con quien se ama y pensar en otra cosa: es de esa manera, como tengo los mejores pensamientos, como invento lo mejor y más adecuado para mi trabajo”. Me distrae la puerta que se entreabre: un hombre hace una genuflexión, se santigua mirando al sagrario y cierra enseguida. Viene después otro hombre que cuando me descubre al fondo, exclama – ¡Ah! -. Repuesto de la sorpresa, mira su reloj y añade: -Vamos a cerrar-.  De nuevo en los pasillos de la terminal descubro un banco de tres plazas, pero ya está ocupado. Una mujer está recostada en dos asientos y el tercero lo ocupa la estatua sedente de un hombre barbudo, tan mal colocada que sus pies no llegan a tocar el suelo.

Paseo de madrugada junto a los mostradores cerrados de las aerolíneas a cuyos pies duermen indigentes que aún no son noticia, y recuerdo el tiempo en el que algunos aeropuertos tenían terrazas desde las que podían verse los aterrizajes y los despegues como lo que eran: un espectáculo.