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Passy en invierno : Tiempo

Los Derechos del Hombre

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Hace tan buen tiempo en París que no dan ganas de entrar a la feria. Mejor pasear casi a cuerpo gentil por los Campos de Marte. Cuando atardece, junto al monumento a los Derechos del Hombre, un grupo de chicos montan un botellón con una música bien elegida. La construcción tiene un aire entre egipcio y agnóstico. Aunque a esta hora está cerrado, desde fuera resulta acogedor. En casa leo los comentarios que dejan los visitantes en estas páginas donde un puede escupir lo que le plazca: “Un monumento frío, helado incluso que es en realidad una especie de pequeño templo masónico abarrotado de detalles y referencias esotéricas, más o menos escondido en el corazón de París, y que tiene un solo mérito: revelar públicamente la pertenencia de la República Francesa a (la) Masonería”.

Hay mucho escrito sobre la etimología del término masón. Zbigniew Herbert se refiere a ella cuando habla de las catedrales en Un bárbaro en el jardín (pág. 139): “La terminología que se utilizaba para designar a los diferentes artesanos es bastante pobre y confusa. Muchas veces no se basaba en sus funciones sino en la realidad. Así, un término como el inglés hard hewers, definía los artesanos que trabajaban en las piedras pesadas, como por ejemplo las que hay en los alrededores del condado de Kent, a diferencia de los que labraban piedras más ligeras, que se destinaban a las esculturas, y los llamados freestone masons (posteriormente se utilizó el término abreviado Freemason, del que procede el nombre francés franc-maçon, que, no obstante, en la Edad Media no se conocía, y empezó a circular en el siglo XVIII para referirse a la francmasonería)…”

Unos metros al Este del monumento a los Derechos del Hombre, en la calle Bosquet, está Coedition, que es adonde iba. Es lo que tiene caminar sin rumbo. Quería ver la fachada de esta tienda de muebles. No sé si se puede llamar así: tienda de muebles. Me ha hecho recordar aquellas de hace años en las que se exhibían cuadros de ciervos saltando arroyos, perseguidos por perros de caza. Cabeceros de madera oscura y brillante. Cómodas y mesillas. Comprar el dormitorio. ¿Cómo se amueblan ahora las casas? Como se puede, supongo. Como lo hicimos nosotros. Las bombillas desnudas, algunas sillas regaladas.  Oscar Wilde, mientras se marcha de casa de los Proust: – ¡Qué casa tan fea la suya!

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París, Arizona

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«Creo que la mente es lo más valioso del mundo… Hace poco estuve en Israel y me llevaron de Belén a Jericó por veredas polvorientas hasta llegar a la frontera con Jordania, y el paisaje me pareció un desierto como otro cualquiera, pero con una diferencia: nunca olvido que este es de los más antiguos del mundo; que hace 7.000 años la gente ya construía todos nuestros recuerdos aquí, era una superficie de 300 km. Sólo queda tierra y rocas, no hay vestigios, pero uno lo sabe. Es absolutamente antidialéctico afirmar que no es diferente de cualquier zona desértica de Arizona. No es posible separar las cosas, pues toda nuestra percepción del mundo proviene de nuestra mente. No se puede divorciar algún tipo de existencia formal de la existencia mental, funcionan juntas y encajan bien».

Christo Javacheff

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Me he acordado de otro sueño de hace 6 años. Era este coche. ¡Existe!

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Calle Jarauta, Pamplona, 01 01 2020

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Gabrielle Duplantier, Itoiz y el padre Tomás

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12277310_715742928562987_494919476_n12309238_715742911896322_944714282_nMucho antes de que desapareciera bajo las aguas del pantano, el único vinculo que me quedaba con la fe era la iglesia de Itoiz o por mejor decir la misa de los domingos. Iba por el cura. Porque era un tipo que sabía hablar a los vecinos de un pueblo perdido que no estaba en los planes de nadie. No les contaba nada especial pero hacía dos o tres cosas que convertían la misa en un momento agradable: dejaba la puerta abierta, un portalón románico, a mano derecha según se mira al altar y así, el ritmo de la naturaleza entraba en la templo.. Recuerdo un domingo de primavera. Durante la mañana el cielo se había cubierto y para el evangelio comenzó a tronar. Cuando el cura levantó la hostia en la consagración, en ese momento exacto, un rayo cayó a pocos metros de la iglesia. Nadie se inmutó; como si todos entendiéramos que aquello era parte del misterio o del no-misterio.

El sermón parecía siempre el arranque de una charla -jamás había un reproche cristiano- que se prolongaba en el atrio, terminado el oficio. Entonces alguien sacaba un paquete de tabaco. Creo que el cura fumaba Ducados. Sentados en el poyete, a cubierto, frente a Aldunza y muy cerca de donde el Irati y el Urrobi unían sus aguas, encendíamos unos cigarrillos y hablábamos un rato en ese límite arcaico entre lo sagrado y lo profano.

Me acuerdo de todo esto mientras miro unas fotos de Gabrielle Duplantier a las que he llegado por los inescrutables caminos de Facebook. El cura parece el mismo, Tomás Armendáriz. P. y A. me dicen que no es él. Incluso el relato de Gabrielle me hace dudar, pero quiero creer que sí lo es.

Gabrielle me cuenta que llegó a Itoiz cuando empezó su serie de fotografías del País Vasco. Ella había oído hablar de la presa ya construida y de la intensa oposición de los pueblos que iban a quedar sumergidos. Le resultó difícil encontrar Itoiz, porque todas las señales habían sido retiradas, destrozadas o cubiertas con pintura negra. Era –dice- un camino fantasma. “Afortunadamente la iglesia estaba abierta. Una joven del pueblo que estaba allí, en la explanada, nos dijo que solo vivían y trabajaban 3 familias. Se habían sentido traicionados por el Gobierno del que no habían recibido ninguna información sobre la fecha de en la que comenzaría el llenado del embalse y parecía no preocuparse por el reacomodo de sus habitantes. Sus hogares y sus tierras se perderían. Era día de misa, el sacerdote llegó, especialmente de Pamplona para los vecinos. Después de tomar una fotos, nos pidieron, que saliéramos y cerráramos la puerta”.

No hay más. Todo está 200 metros bajo el agua y no es bueno mirar al pasado. Tampoco miro con gusto las aguas del pantano. No hay nada que ver. Solo recuerdo los cigarrillos en el atrio, las golondrinas trisando en el poche Nagore, la poza donde Goñi, el puente colgante de maderas podridas, el canal seco recorrido a pie y el rayo en el momento exacto de la consagración. No hay más. Lo que había me lo ha devuelto Gabrielle con unas fotos.

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De dónde viene todo esto: Passy en invierno. 9 años por el barrio

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