“Acuérdate, pues, ante cualquier cosa que te impulse a la tristeza de usar este precepto: «No es que sea esto un infortunio, sino que el sobrellevarlo noblemente es una suerte»”.
Epicteto
“Acuérdate, pues, ante cualquier cosa que te impulse a la tristeza de usar este precepto: «No es que sea esto un infortunio, sino que el sobrellevarlo noblemente es una suerte»”.
Epicteto
Es descorazonador que Corbin pase de puntillas junto a este cuadro de Bocklin en su Historia del silencio
En un triste encuentro con H, me doy cuenta de que mi cinismo ha acabado con muchas amistades: comentarios, correspondencia, acidez. Por otra parte, si no puedes decir a los amigos qué piensas, no servirá de mucho el intercambio. Adónde voy preguntándome esto: miro a las personas con las que ya no me relaciono, tal vez porque dije algo inconveniente, y no me resulta muy doloroso. Es muy posible que sea yo una persona de las que ahora resultan ser tóxicas: un bote de veneno rápido para unos, una pócima de liberación lenta para otros.
aaaaaaa
«Durante mi solitaria vida (…) he hablado más bien para evitar oírme a mi mismo». El silencio que conforman las palabras de Monsieur Ouine en la habitación no aporta ningún alivio: «Está lleno de otras palabras no pronunciadas, que Steeny cree oír murmurar, agitarse en algún sitio, en la sombra, como un nudo de reptiles». Al morir, monsieur Ouine emite el leve sonido de una risa «que apenas se alzaba por encima del silencio».
Alain Corbin
…
Busqué consuelo en quienes han escrito sobre los pesares que, tarde o temprano, a todos nos alcanzan. Pero cuando te encuentras con quien no se compadece del lector, tus males quedan tan a la vista que enseguida sabes que con nada podrás ocultarte de ti mismo.
“Gran parte de la confianza -dice Schopenhauer- que depositamos en los demás se debe, a menudo a la pereza, el egoísmo y la vanidad; a la pereza, cuando preferimos confiarnos a los otros por no indagar, vigilar y actuar nosotros mismos; al egoísmo, cuando la necesidad de nuestros propósitos nos empuja a confesar algún asunto; a la vanidad, cuando se trata de hacer algo de lo que nos sentimos orgullosos. En cualquier caso, exigimos que se respete la confianza depositada en ellos.
Sin embargo, nunca debemos molestarnos por la desconfianza porque en ella se esconde un cumplido a nuestra honradez, en tanto que reconoce sinceramente la escasez de esta última, por lo que se la tiene como algo de cuya existencia hay razones para dudar”.
Aforismos sobre la sabiduría de la vida Arthur Schopenhauer Hermida Editores
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Querida B.:
Leí a pedazos Vida de un idiota. No pude hacerlo del tirón por miedo a caer en la melancolía. Tiene gracia; el libro resulta moderno por disparejo, casi parece hecho de retazos, como los kimonos antiguos pero enseguida te das cuenta de que todo tiene relación: las naranjas y la luz roja del tren, las habitaciones de hotel y la de los domicilios en los que vive Akutagawa. Todos los personajes son él mismo y el mar, en el horizonte… El spleen, la estética y el suicidio me resultan difíciles en la misma coctelera. Aquí, tal vez, con las gotas de exotismo oriental que da la distancia y las que añade, a su vez, las lecturas occidentales de Akutagawa, el resultado es más dulzón, aunque engañoso; como las tiras donde acaban pegadas las moscas en el verano.
Solo una cosa me salvó de la tristeza en la que me fue sumiendo la lectura de estos cuentos oscuros. Llegaron unos números de la Rural Houses of Japan cono fotos de Futagawa. Tampoco son la alegría de la huerta, no vayas a creer, pero me sacaron del pozo. Las casas del campo japonés, sin adornos, con todos los muebles recogidos y el hogar a ras de suelo, son tan parcas que animan el espíritu y Futagawa las fotografió como nadie. Así qué terminé el libro con las revistas cerca, por si acaso. Cuando nuestro amigo se acercaba a la playa con intenciones aviesas o se encerraba en el cuarto del hotel demasiado tiempo, yo salía a tomar el aire unos años después: entre el 58 y el 60.
Nos vemos pronto,
Estimada Sra. Lindo:
Ya no me quedo más de 2 días en sanfermines. El 8 me voy a cualquier sitio. Iba a llover al este y salí camino del Maestrazgo. A 400 km de casa, Pamplona era una altar dedicado a la tortura y la violación. Debería haber viajado sin móvil. Los periodistas más insignes dedicaban sus reflexiones a un puré de toros, alcohol, fiesta y abusos sexuales; una especie de cinta de Moebius en la que no se puede distinguir dónde empieza una cosa y acaba otra. He leído hoy su artículo que ha resultado una especie de guinda, ¡Viva la Cultura! Inevitable recordar el grito de Millán-Astray. Algo más joven que el del general golpista prefiero el de Inge Morath: Guerre à la trisstesse!
Ese no salir del cascarón, Sra. Lindo, no es un patrimonio nacional. Eche un ojo a la Gran Bretaña y a su nuevo Consejo de Ministros o a la China milenaria. Quitarse de encima los prejuicios es un negocio personalísimo, porque si hablamos en términos de país, sabe usted que nuestras ansias de europeísmo no tienen rival en toda la Unión.
A pesar de lo que dice el vals de Astráin y a no ser que el catetismo sea supino, nadie cree que las de su pueblo sean «en el mundo entero unas fiestas sin igual». Si los periódicos son incapaces de hacer periodismo de calidad y dar contenido a las páginas de Cultura, es su problema, no el de los lectores. Le recuerdo que en el periódico en el que usted escribe hay una hermosa sección dedicada a la tauromaquia y si la prensa española quiere espejos en los que mirarse, solo tiene que cruzar la frontera o preguntarle a usted acerca de lo que lee en inglés.
“Nunca te olvides de que esto es España” dice usted. Yo tampoco voy a los toros. Dejé de ir no hace mucho. Antes me gustaban. Hasta me sabía algunos artículos del reglamento. Ya no me interesan. Ahora prefiero la pelota. Claro que esto tiene un inconveniente: es más localista, más provinciana. Sin embargo, mientras recorría el Maestrazgo, La Iglesuela del Cid, Mirambel, veía cómo preparaban sus calles para los festejos taurinos. En Cantavieja oí la noticia de la muerte del torero Barrio y también leí las barbaridades de algunos tuiteros. Creo como usted que los toros desaparecerán tarde o temprano porque si está mal tirar una cabra desde un campanario o arrancarle la cabeza a un pato corriendo a galope tendido, la lidia de un animal hasta su muerte tampoco parece de recibo. Todo llegará. (Los mayas dejaron de jugar a la pelota: al que perdía, lo pasaban a cuchillo).
Me parece que aún vive usted en los Estados Unidos de América y aunque es un país hecho de emigración, sabe que ahí sí que puede decirse “Nunca te olvides de que esto es USA”. Cualquier celebración, por no hablar de cualquier invasión patriótica es un buen ejemplo del localismo norteamericano.
Hablaba usted el otro día en la radio del 15% de la población norteamericana: de los negros. Tal y como lo contaba usted y por lo que se ve en las grabaciones de los videoaficionados, si tuviera que elegir, prefiero el toreo, que –por cierto- no es solo un asunto español: Aunque a mi no me verá en sus gradas, las plazas del sur de Francia programan festejos de primer nivel, lo mismo que algunos países centroamericanos.
Si quiere hablamos ahora de los decibelios y el alcohol. Ya que se cita a sí misma y a los que son como usted, haré lo propio. En toda mi vida -apenas nos separan 2 años- he estado en uno o dos conciertos de música popular. Prefiero la música clásica. Si Anne-Sophie Mutter toca cerca, igual voy y he recorrido un buen puñado de kilómetros para oír a La Netrebko. Eso no me impide reconocer que el rock es cultura y que su transmisión se produce a base de decibelios, algo que soporto con mucha dificultad, al contrario que cientos de miles de personas en todo el mundo, desde Central Park a La Défense, que disfrutan de lo que les gusta a todo volumen. Seguro que habrá visto el documental del concierto de los Beatles en el Shea Stadium delante de 55.000 personas. Sé que le gustan. El equipo de sonido que llevaban para la gira fue insuficiente y «muchas adolescentes y mujeres fueron vistas llorando, gritando, e incluso desmayadas».
Ese grupo de personas al que usted dice pertenecer y al que con ironía atribuye una «falta de sensibilidad cultural necesaria», sabe perfectamente diferenciar entre unas cosas y otras. No es el Lincoln Center ni su orquesta de jazz pero le pondré como ejemplo las cifras que acaba de publicar el Ayuntamiento de Pamplona: “1,5 millones de personas han participado en los actos programados dentro de las fiestas de San Fermín que este año han contado con cinco espacios participativos impulsados por distintos colectivos. En las cifras totales destacan el número de personas que se acercaron a ver los disparos de las colecciones de fuegos artificiales y que sumaron 424.000 espectadores y las que acudieron a las verbenas que han regresado a la Plaza del Castillo (más de 140.000 personas). Otro incremento de público reseñable se ha producido en el ciclo Jazzfermín”. Tal vez no sean actividades a las que Fumaroli daría su placet pero Colina y Domínguez tampoco están mal.
Lo del “desparrame” me parece algo vago, aunque como creo que le entiendo, le diré que no sabe usted cómo lo pasamos. Se disfruta mucho. Ves a amigos con los que no coincides durante meses, paseas por una ciudad irreconocible, blanca y roja, llena de alegría. Una ciudad abierta, dispuesta a disfrutar después de un año de trabajo. Ya sabe usted que san Fermín se celebraba el 24 de septiembre pero por motivos meteorológicos, hace mucho que se decidió adelantar la fecha a julio. Es una fiesta mitad religiosa mitad pagana, como casi todas las fiestas europeas. Ni mejor ni peor. Tan socializadora como todas. Tan desparramada como todas. Con los mismos decibelios que las que se celebran en Berlín. No; no es verdad. Con menos decibelios que las berlinesas. Con la misma producción de basura, con los mismos riesgos, con las mismas grescas, con los mismos hurtos y luego hablaremos de lo demás.
En cuanto a esto de las “Las mujeres que ostentan algún tipo de cargo en la ciudad saben a qué ha respondido este tabú que comenzó a resquebrajarse cuando se produjo el asesinato de Nagore Laffage”, ¿por qué las mujeres? ¿por qué las que ostentan un cargo público? El derecho y la representación política van siempre detrás del ciudadano. Esto es siempre así: el legislador, el político responden –si es que responden- a un clima determinado. Ese tabú se resquebrajó desde abajo y gracias a eso, este año, en el 87% de los casos las denuncias de abusos o violaciones han terminado con la detención de los agresores.
Desde luego, la prensa no ayuda mucho en todo esto: publica fotos y artículos de hace 4 años, funde locuciones relativas a los abusos con imágenes de parejas que pasean de la mano en sanfermines, da voz a tertulianos como Victoria Lafora que dice “que los jóvenes que corren delante del toro tienen tal adrenalina, se sienten tan machos, tan fuertes porque son capaces de sortear el riesgo de un animal que creen que la calle y las mujeres son suyas” Si además usted refiere cosas como que “a diario se nos ha venido informando de los encierros sanfermineros, que han tenido también su salto a la página de sucesos con las cinco o siete agresiones sexuales denunciadas” comprenderá que el cacao resulta más bien espeso aunque pro domo prensa. Como siempre.
Las fiestas no son sagradas, ni las ancestrales ni las que se acaban de inventar. El dinero es sagrado. Por eso no se denuncia ¿Qué cree usted que pasa en las fiestas de Bayonne, en el Oktoberfest de Munich o en cualquier festival de rock? De los hijos de Woodstock, ni hablamos. Sin embargo, en Pamplona, ahora sí se denuncia y, a pesar del flaco favor que la prensa está haciendo a la ciudad, a la fiesta y a sí misma, resulta gratificante comprobar que hemos aprendido a distinguir y que la Administración apoya y promueve una actitud inequívoca que no tiene que ver con la tradición, con los toros, con la fiesta ni con la testosterona.
La ciudad no se entrega al exceso ni hay necesidad de superar ningún miedo. ¿Miedo de qué? Desde luego yo no puedo decir que durante los años en lo que he participado activamente en la fiesta haya visto cometer ninguna brutalidad. A no ser que pueda ser tenida por tal cosa beber, reir, cantar, bailar o andar de farra hasta las tantas. He pillado trompas de mucho mayor calibre en cualquier otro momento y siempre he tenido la sensación de que la masa estaba en otra parte. El único momento de los sanfermines en que me he sentido parte activa de un grupo numeroso fue en el Riau-riau, cuando de forma más o menos pacífica, empujábamos a los municipales para impedir el avance de la Corporación hacia las Vísperas. Luego, aquello se estropeó. Pero durante unos años aquella forma de protesta contra la Autoridad, fuera del signo que fuera, resultaba gratificante. Todos sabíamos el papel que jugábamos: el munícipe, el policía y el ciudadano. Era la tarde en la que podías empujar. Era la masa, sí, pero una masa que conocía perfectamente sus límites. Solo la política consiguió acabar con aquel juego. Yo también temo a la “masa feroz”. Me provoca pánico. Pero créame si le digo que no la encontrará aquí. Verá el alcohol sin medida como en cualquier sitio: en quien no sabe beber o en quien lo hace por primera vez.
Recuerdo el 78, cuando mataron a Germán Rodríguez. El Ayuntamiento suspendió las fiestas. No hubo dudas: 7.000 disparos de material antidisturbios y 130 disparos de bala. Seguro que usted se acuerda también de la enorme tensión que se produjo. Sí. Hubo luto entonces, como ahora ha habido manifestaciones que han llenado la Plaza del Castillo contra las agresiones. Tampoco ha habido dudas. Pero usted prefiere el batiburrillo. Ese sentirse ajena que proclama, parece más bien aplicable al discernimiento de los hechos. Como a usted y como a mí, los toros no le interesan a un número creciente de españoles. Lo mismo que los decibelios. No digamos si ya hemos cumplido unos años. Parece usted sentirse ajena a que no estamos dispuestos a tolerar los abusos sexuales, a que una cosa y otra no tienen la más mínima relación, a que la mayoría no hemos tolerado nunca el delito y que algunos que descreíamos de la prensa, empezamos a no tolerar los abusos del periodismo.
Ya sabe usted que no es sosa. Aunque tampoco es valiente. Lo que ha escrito usted es simplemente correcto: políticamente correcto. Vamos, lo que se lleva ahora.
Con afecto,
p.d. Entienda por favor que los enlaces son para mí. Tengo menos memoria que Dory.
Otra cosa: se habrá fijado que en ninguna de las fotos que la prensa publica a troche y moche, se protege la intimidad de las chicas que enseñan el pecho. Sí, lo hacen voluntariamente. Pero digo yo que, posiblemente, cualquiera de ellas deseará no ser reconocida en las imágenes que circulan en la televisión y los periódicos. Ni un triste rectángulo tapando los ojos. ¿Para qué? ¿Para estropear la imagen?
Querida A.:
¿Qué regalamos en nuestra boda? Ya no se llevaban los puros ¿o sí? A las chicas, peladillas en unas bolsas de celofán. No me acuerdo. Fuimos de mesa en mesa, como se va ahora. Ahora ¿Qué se regala? Hubo unos años en los que se generalizó el pitillo rubio: unos paquetitos de Winston de 10 cigarrillos con los que, como dice san Pablo, no se hacía acepción de personas. Todos fumábamos entonces y unos flajos para la sobremesa era una buena idea; ya había entonces quien se quejaba del tufo de los habanos. Aquellas vitolas con los anillos entrelazados o con las efigies de los contrayentes, eran cosa de ver. Cuántos de esos puros han andado por casa haciendo kirrís-karrás.
Todo esto para decirte que llegó el otro día un librito que habla de las bodas y los cigarrillos al otro lado del mundo. Thomas Sauvin ha publicado una minucia en forma de paquete de tabaco, que contiene Hasta que la muerte nos separe. Las fotos forman parte de un archivo rescatado en una planta de reciclaje en las afueras de Pekín. Mientras las veo, recuerdo el primer cigarrillo que fumamos juntos, detrás de unas matas; recuerdo las marcas que fumábamos cada uno –tú negro y yo rubio-, del tufo en la ropa y de la dificultad para dejarlo. Recuerdo también a mi padre, 20 años después de dejarlo él, una noche de san Lorenzo, en Ortzantzurieta.
-Ahora me fumaría un cigarro-. Dijo, cruzando las manos detrás de la cabeza.
(Más, en Josef Chladek Photobook Blog)
¿Le importa que me haga una foto con usted antes de que tire de la anilla?
25 años después de un juicio por obscenidad, Cincinnati reflexiona sobre Robert Mapplethorpe
«¿Qué piensa usted cuando escucha el nombre de Robert Mapplethorpe? Para muchas personas, la mención del artista evoca conflictos críticos y momentos culturales en la historia de América: la crisis del SIDA y las vidas perdidas; una época pasada en la historia bohemia de Nueva York (los días de Kansas City de Max y el Hotel Chelsea); la aceptación de la fotografía como medio de bellas artes».
Los fingers son una parte muy melancólica de los aeropuertos. Cuando no están unidos a los aviones, es mejor no mirarlos demasiado tiempo. No hace falta explicar por qué. Además de lo obvio, esa falta de conexión produce una línea vertical semejante a las esquinas hopperianas desamparadas y taciturnas. La diferencia está en que aquí, en el aeropuerto, todo parece tener solución. Al abrigo de la intemperie, detrás de las cristaleras, sabemos que vendrán los aviones. Pasan los vehículos eléctricos empujando caravanas de carritos; hay periódicos y alguien te mira la maleta, por si llevas un bote de desodorante demasiado grande.
La torre de Tokio es muy fea. Es una especie de torre Eiffel sin gracia, pero como está pintada conforme a las normas internacionales de aviación, al menos trae a la memoria los comics de Tintín.
Desde la terraza acristalada, el título de Vila-Matas resulta intercambiable: Tokio no se acaba nunca. El horizonte es una ansiedad que solo se calma reduciendo el campo de visión: justo aquí abajo, aparecen, entre los árboles, los tejados grises del templo de Zojo-Ji. Los budistas también tienen sus sectas y la Jodo-shu es la más extendida en el Japón. Este es su templo principal. Casi escondido en un bosquecillo de coníferas, un monje tañe con un madero la campana que purifica a los fieles y los aparta de las 108 pasiones que les impiden seguir el camino recto. ¡108! Si al menos sirviera para conservar las pocas que conozco.
Dentro del templo principal está terminando la oración de la tarde. Van a cerrar.