
Dice Hamish Fulton: “Según mi experiencia, los beneficios psicológicos de caminar y de acampar en solitario parecen ilimitados, pero de lejos, el tema más importante respecto a las caminatas en solitario está relacionado con cuestiones de género y raza. Soy plenamente consciente de la crítica. «Un hombre blanco solitario caminando por el paisaje neblinoso», Aquí podríamos llegar a la posibilidad de la psicoterapia de las caminatas al aire libre, que es una manera de abrirse y de hablar de la relación entre el hecho de caminar en zonas urbanas y zonas rurales, por una parte, y las cuestiones de raza y género, por otra…”
Anotamos para preservar la memoria o las ideas. Pero ese no dejar rastro del que ahora hablamos tanto ¿no debería extenderse también a los registros de esas huellas? Incluso si ese atravesar o atravesarnos es personalísimo ¿no es suficiente con la simple experiencia? ¿Es necesario retenerla, representarla o comunicarla?
Ni territorio, ni memoria, ni legado.
Un hombre camina hacia Finisterre en busca de la cura del fuego de san Antón; la encuentra y cree en el milagro. Luego, come de nuevo pan de centeno en su pueblo, en el norte de Europa, y cae otra vez enfermo.
El maestro Nyojô practica el kinhin caminando sin preocupaciones, no detiene su vista en un objeto concreto; tal vez presta atención a la relación de los pies con el suelo o en la manera de orientarse en el espacio.
Una mujer recorre por enésima vez el camino marcado por el ganado hasta la fuente donde también abrevan las vacas. Ella preferiría tener un grifo en casa.
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Hace tan buen tiempo en París que no dan ganas de entrar a la feria. Mejor pasear casi a cuerpo gentil por los Campos de Marte. Cuando atardece, junto al monumento a los Derechos del Hombre, un grupo de chicos montan un botellón con una música bien elegida. La construcción tiene un aire entre egipcio y agnóstico. Aunque a esta hora está cerrado, desde fuera resulta acogedor. En casa leo los comentarios que dejan los visitantes en estas páginas donde un puede escupir lo que le plazca: “Un monumento frío, helado incluso que es en realidad una especie de pequeño templo masónico abarrotado de detalles y referencias esotéricas, más o menos escondido en el corazón de París, y que tiene un solo mérito: revelar públicamente la pertenencia de la República Francesa a (la) Masonería”.
Hay mucho escrito sobre la etimología del término masón. Zbigniew Herbert se refiere a ella cuando habla de las catedrales en Un bárbaro en el jardín (pág. 139): “La terminología que se utilizaba para designar a los diferentes artesanos es bastante pobre y confusa. Muchas veces no se basaba en sus funciones sino en la realidad. Así, un término como el inglés hard hewers, definía los artesanos que trabajaban en las piedras pesadas, como por ejemplo las que hay en los alrededores del condado de Kent, a diferencia de los que labraban piedras más ligeras, que se destinaban a las esculturas, y los llamados freestone masons (posteriormente se utilizó el término abreviado Freemason, del que procede el nombre francés franc-maçon, que, no obstante, en la Edad Media no se conocía, y empezó a circular en el siglo XVIII para referirse a la francmasonería)…”
Unos metros al Este del monumento a los Derechos del Hombre, en la calle Bosquet, está Coedition, que es adonde iba. Es lo que tiene caminar sin rumbo. Quería ver la fachada de esta tienda de muebles. No sé si se puede llamar así: tienda de muebles. Me ha hecho recordar aquellas de hace años en las que se exhibían cuadros de ciervos saltando arroyos, perseguidos por perros de caza. Cabeceros de madera oscura y brillante. Cómodas y mesillas. Comprar el dormitorio. ¿Cómo se amueblan ahora las casas? Como se puede, supongo. Como lo hicimos nosotros. Las bombillas desnudas, algunas sillas regaladas. Oscar Wilde, mientras se marcha de casa de los Proust: – ¡Qué casa tan fea la suya!
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«Pero la obra de Christo, en efecto, no es trascendente. No pretende mostrarnos la verdad que subyace bajo las apariencias, más bien se conforma con mostrarnos las enormes posibilidades que ofrece el trato imaginativo con esas mismas apariencias. Esta labor <intrascendente> puede espantar a los críticos amantes de lo épico más incluso que su sospechosa adaptación al mundo real. Pero lo que sin duda les parecerá más intolerable es que su participación resulte innecesaria: los trabajos de Christo tienen una dimensión mediática tan resonante y constituyen unos éxitos tan incontestables que no requieren mediación crítica. Christo ha conseguido imbricar la inutilidad de su esfuerzo con la urdimbre contemporánea, con los ritmos habituales de una sociedad economizada. Su obra resulta desde ese punto de vista, clásica en la medida en que, a diferencia de todo el arte de vanguardia que surge de la contra del sentido común, brota con naturalidad en la ribera de la corriente que arrastra a la misma sociedad y la agasaja con unos frutos que cualquiera es capaz de saborear sin esfuerzo».
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«Su educación socialista no sólo atenúa la suspicacia que despierta esta profesión de cinismo, sino que enfatiza el valor dialéctico de su controversia real y activa con lo dado. Los trabajos en los que Christo fue obligado a participar no trataban de conducir al espectador a otro mundo, de naturaleza espiritual, sino de incidir a través de la ficción en su percepción de la realidad. Los fines de semana era enviado con su cuadrilla a las granjas que bordeaban las vías del Orient Express con la misión de adecentarlas y maquillar su productividad al objeto de que los viajeros occidentales -que difícilmente obtenían otra perspectiva de Bulgaria- apreciaran su prosperidad. Este entrenamiento no sólo predispuso a Christo a trabajar en grupo y en el ambiente real, sino que, seguramente, le hizo meditar sobre el tema del encubrimiento, el escenario y la imagen».
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Estrategias del dibujo en el arte contemporáneo. Juan José Gómez Molina coordinador. Editorial Cátedra. Capítulo XIII Nada más profundo que la piel: los dibujos de Christo. Ramón Salas
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«Creo que la mente es lo más valioso del mundo… Hace poco estuve en Israel y me llevaron de Belén a Jericó por veredas polvorientas hasta llegar a la frontera con Jordania, y el paisaje me pareció un desierto como otro cualquiera, pero con una diferencia: nunca olvido que este es de los más antiguos del mundo; que hace 7.000 años la gente ya construía todos nuestros recuerdos aquí, era una superficie de 300 km. Sólo queda tierra y rocas, no hay vestigios, pero uno lo sabe. Es absolutamente antidialéctico afirmar que no es diferente de cualquier zona desértica de Arizona. No es posible separar las cosas, pues toda nuestra percepción del mundo proviene de nuestra mente. No se puede divorciar algún tipo de existencia formal de la existencia mental, funcionan juntas y encajan bien».
Christo Javacheff
«Christo no es un artista que goce de una gran reputación en su ámbito profesional, seguramente debido a la espléndida reputación de la que goza fuera de él. La referencia a su obra no falta en ninguna obra importante sobre arte contemporáneo, pero si bien la bibliografía sobre Christo es amplísima, su trabajo no ha dado lugar a una intensa reflexión estética. Quizá porque esta reflexión resulta innecesaria. Él es, posiblemente, el primer artista contemporáneo que ha sido capaz de comunicar sus ideas estéticas inmediata y eficazmente a un público masivo. Sus grandes intervenciones mediante telas en paisajes urbanos o naturales han sido contempladas y disfrutadas en directo por millones de personas a pesar de permanecer expuestas en la práctica totalidad de los casos, menos de tres semanas. Sería incontable la cantidad de público que ha accedido al conocimiento de su obra a través de los distintos canales por los que se distribuye. De manera escrupulosamente privada, Christo no sólo consigue modificar transitoriamente un retazo del mundo, logra, sobre todo, alterar el orden de prelación de los acontecimientos. Su imaginación, su mirada, su modo particular de ver las cosas alcanzado una dimensión pública que le ha puesto en disposición de competir con la monolítica, convencional y estable visión de realidad que difunden las grandes empresas de comunicación».
Estrategias del dibujo en el arte contemporáneo. Juan José Gómez Molina coordinador. Editorial Cátedra. Capítulo XIII Nada más profundo que la piel: los dibujos de Christo. Ramón Salas
El texto de la carta: «Le estoy profundamente agradecido por su consideración y su correspondencia durante todos estos años. Es lamentable, pero he perdido la oportunidad de hablar con usted de nuevo y contestar así a sus últimas y amables palabras. Pensé en visitarle, pero su barco ya había partido, así que redacté esta nota para que el mensajero le hiciera llegar mi gratitud. Con gran respeto, Ao se inclina ante el Comisionado de Administración Guan».
La nota del MET: «Wang Ao fue un erudito de Suzhou que se convirtió en Gran Secretario, uno de los puestos más prominentes de la burocracia imperial. El texto de esta carta es decoroso, pero casi completamente desprovisto de contenido. Wang comienza con una disculpa por no escribir al destinatario más a menudo y luego termina rápidamente diciendo que el barco se va y no pueda escribir más. Aunque la carta es superficial, la lujosa papelería con estampado de hortensias y la sinuosa pincelada de una mano famosa hicieron de este un objeto digno de atesorar». (En la exposición Reclusión y comunión en el arte chino. Hasta agosto del 2022. una forma de inteligente de contraponer las soledades y la comunicación de estos últimos meses con las de la cultura china).
«…casi completamente desprovisto de contenido» Dice el MET y, sin embargo, en una sola carta, tantas cosas: el placer -o la obligación- de comunicarse, sin decir nada apenas. Basta con saludar y hacerlo con elegancia. Describir una acción que encadena otras que no se citan: un no llegar a tiempo; tal vez la visión de un barco que ya se ha adentrado en el mar, medir la distancia con el destinatario, comparar el recorrido de este y del mensajero. O una inacción: la pereza de un encuentro que no es tan gratificante como la correspondencia. Y todo como una excusa para justificar el gusto por la escritura, casi por la pintura con un sentido directo, como si no hubiera una pantalla intermedia entre lo dicho y su representación.
Nadie se siente ofendido porque te acerques y fotografíes el cuadro. Hay una buena luz natural y todas las pinturas se ven frescas. Te llevas a casa un recuerdo que miras de vez en cuando. El simbolismo, la barca de Caronte o las monedas para cruzar no te interesan, pero te atrae el destino sin regreso, sin eco.
Berlin, Nationalgalerie, Staatliche Museen Preussischer Kulturbesitz.
Me he acordado de otro sueño de hace 6 años. Era este coche. ¡Existe!
«Si como decían los griegos la filosofía nace del asombro, lo que Benjamin ilumina es un tipo esencial de asombro, específicamente moderno caracterizado por el extravío. Los surrealistas lo elevaron a clave o rasgo crucial del azar objetivo. Aragon: El campesino de París, pudo -tras la huella intensa de Baudelaire- cifrar en el deambular callejero la posibilidad de contemplar la continua metamorfosis que inspira la “mitología moderna”: ”Cada día cambia el sentimiento moderno de la existencia”. (…)
En realidad, sentirse perdido es algo común e inevitable desde el momento mismo de la configuración de las nuevas ciudades. Con las transformaciones de Haussmann en el París del siglo XIX, escribe Benjamin, aliena a los parisinos de su ciudad. Ya no se sienten en ella en casa. Comienzan a ser conscientes del carácter inhumano de la gran ciudad. (…)
Pero el extravío surge no solo de la nueva imagen laberíntica de la ciudad, sino también de la contraposición entre yo y la multitud que el nuevo escenario urbano ocasiona. Edgar Allan Poe, en su relato El hombre de la multitud, y tras el Baudelaire dan un perfil literario a esa contraposición, a la que también se refiere Benjamin: “la multitud de la gran ciudad despertaba miedo, repugnancia, terror en los primeros que la miraron de frente”.
Quizás no seamos hoy demasiado conscientes de lo que supuso esta auténtica sacudida, como modificación de la sensibilidad y de la experiencia. Nada hace más fuerte el sentimiento moderno de la soledad que mirarse en el espejo de una infinidad de rostros fugaces e itinerantes, desconocidos, que introducen de golpe en nuestro corazón el redoble de la incertidumbre».
Walter Benjamin. Tiempo, lenguaje, Metrópoli Extravío en la ciudad, Conocimiento y experiencia estética de lo moderno
José Jiménez
El Museo Naval de Galaxidi está en una casa que albergó antes el Ayuntamiento. En una de las salas se conserva una hermosa colección de cartas y postales. En las paredes, unos sesenta óleos y acuarelas todos dedicados a la navegación. La mayoría de los cuadros están pintados por aficionados de finales del XIX o principios del XX: desde la travesía más serena, hasta la tormenta más oscura; casi todos con un punto naif que los hace muy distintos a las marinas o los naufragios del romanticismo.
Esperanza Guillén tiene un libro que se llama precisamente así: Naufragios. Habla entre otros, claro, del «Mar glacial» de Friedrich y dice:
“La obra de Friedrich puede servir para ilustrar la distinción romántica establecida por Schiller entre lo ingenuo y lo sentimental. Si el primer término se refiere a una relación inmediata entre el artista y la naturaleza , es decir, la propia de quien forma un todo con ella, lo sentimental alude a un esfuerzo, cuando el hombre se ha vuelto artificial, por recuperar ese estado natural. La relación con la naturaleza, reflexiva y distanciada, es la de quien pretende alcanzar de nuevo una unidad que le permita superar ese estado de alienación. El artista clásico es ingenuo, el romántico es sentimental”
Y luego cita a Schiller en su Educación estética del hombre:
“Mientras el hombre, en su primer estado físico, acoge el mundo sensible por modo meramente pasivo, limitándose meramente a sentirlo, forma todavía un todo con el mundo; y por lo mismo que él es mundo, no hay en realidad mundo para él. Solo cuando, en el estado estético, coloca el mundo fuera, es decir, lo contempla, solo entonces separa de él su personalidad, y entonces se le aparece un mundo, precisamente porque ha dejado de formar un todo con él”.
La mayoría de estos cuadros del Museo Naval de Galaxidi están pintados con ese candor al que se refiere Schiller. Su mensaje es de grado uno, como si hubiera una vuelta al origen de la representación. Después de más de un siglo de “tragedia del paisaje”, hay aquí un alejamiento de lo sentimental que hacen del mar, de nuevo, algo por descubrir.
Otro café helado.
El jinete de Artemision es un niño, posiblemente africano. O monta habitualmente o aquel día, en las cuadras, decide subirse por su cuenta a un caballo que sale, también por la suya, a todo galope.
Su cara tiene ya las arrugas de lo pudo llegar a ser: determinación, valentía y miedo también.
El giro del caballo y el jinete hace pensar en aquel primer movimiento de cintura de las vírgenes góticas que parece la salida del túnel: la idea de que no todo permanecerá rígido para siempre. Aquí, 18 siglos antes de que a un artesano se le ocurriera que la madre de un dios también tiene caderas, otro nos enseña que en la representación de lo cotidiano se encierra un misterio de proporciones olímpicas.
Dice Montaigne: «Yo, que últimamente me he recogido en mi casa decidido, en cuanto de mi voluntad dependa, a pasar en reposo y solo la poca vida que me queda, pareciome no poder prestar beneficio mayor a mi espíritu que dejarlo en plena libertad, abandonado a sus propias fuerzas, que se detuviese donde tuviera por conveniente, con lo cual esperaba que pudiera en lo sucesivo adquirir mayor madurez; mas yo creo que ocurre precisamente lo contrario. Cuando el caballo escapa solo, toma cien veces más carrera que cuando el jinete lo conduce; mi espíritu ocioso engendra tantas quimeras, tantos monstruos fantásticos, sin darse tregua ni reposo, sin orden ni concierto, que para poder contemplar a mi gusto la ineptitud y singularidad de los mismos, he comenzado a poneros por escrito, esperando con el tiempo que se avergüence al contemplar imaginaciones tales».
Con un jinete como el de Artemision no parece tampoco que haya pensamiento que se detenga.
Querido J.:
Tenías razón. Aún más con esta espalda mía, que voy mirando al suelo la mitad del tiempo.. El camino que sube a la Acrópolis es una especie de Via Profana por oposición a la Sacra que arranca en los Propileos.
He leído que el arquitecto que lo construyó, Dimitris Pikionis, advirtió a Karamanlis que, como en la antigüedad, necesitaba tiempo para llevar a cabo su obra. Usó la piedra de los edificios atenienses del XIX que fueron demolidos; una destrucción que él consideraba una vergüenza. Se encargó de echar abajo las casetas de recuerdos para turistas del camino y añadió vegetación aquí y allá. El resultado es tan elegante que pasa desapercibido. No se ve. Ni siquiera te das cuenta de lo fácil que es acceder a la colina. El despiece es sencillo porque todas las piedras tienen la misma consideración, sean como sean. Algunas son muy hermosas. Las hay que parecen la base de pequeñas columnas, otras son perfectamente rectangulares y las que apenas alcanzan a ser un pedazo de ornamento. El paso de los visitantes durante todo el día las ha igualado, dándoles el aspecto de un mármol traslúcido.
El camino no encara los propileos. Entra por su derecha y se desdibuja. En ese momento, olvidas por dónde has venido. Tal es la humildad del dibujo de la senda. Solo después, acabada la visita, entiendes que has vuelto desde un recinto sagrado a la tierra de los mortales, mientras pisas de nuevo los restos ordenados. de lo que fueron palacios, casas, vasijas y decoraciones y que ahora son una larga alfombra.
Te agradezco mucho tu advertencia, porque de no haberme avisado, habría subido al Partenón a tontas y a locas.
Nos vemos pronto,
Querida B.:
Leí a pedazos Vida de un idiota. No pude hacerlo del tirón por miedo a caer en la melancolía. Tiene gracia; el libro resulta moderno por disparejo, casi parece hecho de retazos, como los kimonos antiguos pero enseguida te das cuenta de que todo tiene relación: las naranjas y la luz roja del tren, las habitaciones de hotel y la de los domicilios en los que vive Akutagawa. Todos los personajes son él mismo y el mar, en el horizonte… El spleen, la estética y el suicidio me resultan difíciles en la misma coctelera. Aquí, tal vez, con las gotas de exotismo oriental que da la distancia y las que añade, a su vez, las lecturas occidentales de Akutagawa, el resultado es más dulzón, aunque engañoso; como las tiras donde acaban pegadas las moscas en el verano.
Solo una cosa me salvó de la tristeza en la que me fue sumiendo la lectura de estos cuentos oscuros. Llegaron unos números de la Rural Houses of Japan cono fotos de Futagawa. Tampoco son la alegría de la huerta, no vayas a creer, pero me sacaron del pozo. Las casas del campo japonés, sin adornos, con todos los muebles recogidos y el hogar a ras de suelo, son tan parcas que animan el espíritu y Futagawa las fotografió como nadie. Así qué terminé el libro con las revistas cerca, por si acaso. Cuando nuestro amigo se acercaba a la playa con intenciones aviesas o se encerraba en el cuarto del hotel demasiado tiempo, yo salía a tomar el aire unos años después: entre el 58 y el 60.
Nos vemos pronto,