No se oye bien la radio ni el teléfono. Hay interferencias. Hace días que pasa esto. Alguien llama y, entre ruidos, noto que me conoce. Aunque yo no sé quién es, me da a entender que es él quien produce las interferencias y que es fácil espiarme en casa y en el trabajo. Él ha hecho que yo no pueda acceder a algunos expedientes. Cita nombres y quiere verme. A pesar de que parece un chantaje o una venganza, el tipo parece simpático. Quedamos en un centro comercial lleno de pasillos y recovecos con pequeños establecimientos: peluquerías, tiendas de animales, de cosmética. Parecen estar en declive. Entro en una cafetería y me siento a una mesa. Hablo de nuevo por teléfono con mi extorsionador. Mientras lo hago, cabizbajo, miro la mesa y cuando acabo, levanto la vista: tengo sentado frente a mí a un hombre que me mira mal. Sostiene un libro: -Váyase-. Me dice. En el imperativo está implícito que él estaba allí antes de que yo llegara, pero yo no le había visto. Me doy cuenta de que su jersey es del mismo color que el del hombre que está de espaldas detrás de él. Uno había quedado camuflado en otro. Me levanto y me voy.