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Passy en invierno : Escultura

Cuando fuimos iconoclastas

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Alquimia en lugar de estática

«En las primeras generaciones del imperio, el antiguo politeísmo empezó a convertirse en monoteísmo mágico, sin que muchas veces cambiase nada en la forma exterior del culto del mito. Había surgido un alma nueva, que vivía las formas viejas de otra alma. Seguían los mismos nombres, pero cubriendo nuevos númina. Todos los cultos de la Antigüedad posterior, los de Isis y Cibeles, los de  Mitra, Sol, Serapis, no son ya tributados a seres con fijeza y representados plásticamente. En la Acrópolis se adoraba a Hermes Propileo a la entrada. Pocos pasos más allá se encontraba el Santuario de Hermes, el marido de Aglaura; y sobre este lugar, se alzó más tarde el Erecteón. En el extremo sur del Capitolio, junto al Santuario de Júpiter Feretrio, que, en vez de estatua, tenía una piedra sagrada (sílex), estaba el de Júpiter Óptimo Máximo; Y cuando Augusto construyó para éste un templo gigantesco, hubo de dejar intacto, respetuosamente, el lugar donde el numen moraba primero.

Pero en la época cristiana primitiva ya Júpiter Doliqueno y Sol Invicto eran adorados dondequiera «hubiese dos o tres reunidos en su nombre». Todas esas de deidades fueron poco a poco, sintiéndose como un numen único; solo que cada creyente de un determinado culto estaba convencido de que la verdadera forma era la que él conocía. En este sentido, se hablaba de «Isis, la del millón de nombres». Hasta entonces los nombres habían sido denominaciones de otros tantos dioses, de otros tantos seres distintos, por el cuerpo y por la morada. Ahora son títulos de un solo, a la que cada cual se refiere.

Este monoteísmo mágico se revela en todas las creaciones religiosas, que desde el Oriente llenan el imperio: la Isis, Alejandrina; el dios del Sol (el Baal de Palmira), preferido de Aureliano; Mitra, protegida por Diocleciano, y cuya forma pérsica fue totalmente transformada en Siria; la Baalat, de Cartago ( Tanit, Dea caelestis), adorada por Septimio Severo. Éstas deidades no aumenten el número de los dioses concretos, a la manera antigua, sino que, por el contrario, los absorbe, en un modo que cada vez se aparta más de la representación plástica. Esto es alquimia en lugar de estática. A este nuevo sentir corresponde la aparición de ciertos símbolos -el toro, el cordero, el pez, el triángulo, la cruz- en lugar de las imágenes. La frase in hoc signo vinces no suena ya a «antigua». Va a preparándose la aversión a las representaciones de la figura humana, aversión que llegó más tarde a la prohibición de las imágenes en el islam y en Bizancio».

La decadencia Occidente

Oswald Spengler

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Un paseo por la Neue Nationalgalerie

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En obras

«…el techo del período de construcción no cumplió con estos requisitos. Consistía en paneles a base de madera en una cuadrícula de 60 x 60 centímetros, cada uno de los cuales se sujetaba en las cuatro esquinas con tornillos avellanados a una simple rejilla de listones de madera. Había que rellenar los tornillos y revestir el techo de un blanco uniforme. Por tanto, modificar los módulos supuso un gran esfuerzo. Además, la construcción de madera representaba un alto riesgo en caso de incendio. «El objetivo de la reparación básica era mejorar la construcción en términos de protección contra incendios y facilidad de uso, preservando al mismo tiempo la apariencia del techo», explica Michael Freytag de David Chipperfield Architects. (….) Como en el techo del período de construcción, los paneles contienen aberturas para los componentes técnicos».

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Real Academia de San Fernando

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Carlsberg Glyptotek, Copenhague

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El Jinete de Artemision y Montaigne

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El jinete de Artemision es un niño, posiblemente africano. O monta habitualmente o aquel día, en las cuadras, decide subirse por su cuenta a un caballo que sale, también por la suya, a todo galope.

Su cara tiene ya las arrugas de lo pudo llegar a ser: determinación, valentía y miedo también.

El giro del caballo y el jinete hace pensar en aquel primer movimiento de cintura de las vírgenes góticas que parece la salida del túnel: la idea de que no todo permanecerá rígido para siempre. Aquí, 18 siglos antes de que a un artesano se le ocurriera que la madre de un dios también tiene caderas, otro nos enseña que en la representación de lo cotidiano se encierra un misterio de proporciones olímpicas.
Dice Montaigne: «Yo, que últimamente me he recogido en mi casa decidido, en cuanto de mi voluntad dependa, a pasar en reposo y solo la poca vida que me queda, pareciome no poder prestar beneficio mayor a mi espíritu que dejarlo en plena libertad, abandonado a sus propias fuerzas, que se detuviese donde tuviera por conveniente, con lo cual esperaba que pudiera en lo sucesivo adquirir mayor madurez; mas yo creo que ocurre precisamente lo contrario. Cuando el caballo escapa solo, toma cien veces más carrera que cuando el jinete lo conduce; mi espíritu ocioso engendra tantas quimeras, tantos monstruos fantásticos, sin darse tregua ni reposo, sin orden ni concierto, que para poder contemplar a mi gusto la ineptitud y singularidad de los mismos, he comenzado a poneros por escrito, esperando con el tiempo que se avergüence al contemplar imaginaciones tales».

Con un jinete como el de Artemision no parece tampoco que haya pensamiento que se detenga.

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De Castri a Delfos

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Antes de que trasladaran el pueblo colina abajo, Delfos se llamaba Castri. Las inscripciones de las piedras con las que habían construido la escuela dieron la pista de que no debía andar lejos el templo de Apolo.

Castri: parecía un nombre celta. En fin. El caso es que, conforme fueron apareciendo estatuillas y tambores de columnas, los arqueólogos franceses consiguieron convencer a las autoridades griegas para que desmantelaran el pueblo. Ahí lo tienes ahora, a 2 kilómetros de las ruinas: un par de calles prietas de hoteles con nombres rimbombantes y camas con colchones de muelles puntiagudos.

De todas formas, si el viajero tiene tiempo,  puede cenar en το πατρικό μας Ταβέρνα (la taberna de nuestro padre). La comida es buena y hay una excelente vista sobre el que fue el olivar más grande del mundo: una inmensa llanura de un verde acre, solo interrumpida por el último contrafuerte del Parnaso.

Allí abajo se ven las luces de la playa de Cirra. Sus habitantes pagaron caro el intento de cobrar peaje a los viajeros que desembarcaban en busca del oráculo.

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Quai Branly

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Museo Nacional de Tokio

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Mizuko kuyō

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El consuelo, la culpa

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José Ramón Anda en Bergara

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carmen-y-jose-ramonQuerido José Ramón:

Ya sabes cómo son las casualidades: llevaba años detrás de una vieja edición de El cementerio marino y no había manera de encontrarla. Hasta el otro día, cuando me llamaste. Fue colgar y venírseme a la mano este ejemplar editado por Alianza que parecía esperar el rescate, ajado y con los bordes amarillos.

Hay un prólogo del propio Valéry en el que habla de algo que me rondaba hacía tiempo: la construcción del poema y por extensión de cualquier obra de arte, a partir de un compromiso con unas condiciones determinadas.

“Cada vez que pienso en el arte de escribir (en verso o en prosa), el mismo «ideal» se me ofrece. El mito de la «creación» nos seduce para querer hacer algo de nada. Sueño, entonces, que encuentro progresivamente mi obra a partir de puras condiciones de forma, cada vez más reflexionadas, cada vez más precisadas, hasta el punto de proponer o imponer casi…un tema o, al menos, una familia de temas”.

“Observemos –dice después- que las condiciones de forma precisas no son sino la expresión de la inteligencia y de la conciencia de que poseemos medios de los que podemos disponer y de su alcance así como de sus límites y sus defectos”.

En tu caso, esos medios tan concretos y de los que no te has apartado durante todo este tiempo, condicionan inexorablemente la idea, la hacen aparecer. Una y otra –idea y representación- resultan inseparables. Cuanta mayor es la exactitud en la forma, más clara resulta la contemplación de la obra. No estoy contra el azar, ya ves: el azar me ha hecho encontrar el texto que buscaba. Tú mismo has llamado Ezustekoa a un par de esculturas en las que la forma previa te llevó a resultados poco previstos. Sin embargo, es el rigor, convertido al final en una aparente sencillez, el que nos permite comprender. “Lo espontáneo –dice Valéry- aunque sea excelente o incluso seductor, nunca me parece bastante mío”.

Miro estas últimas esculturas tuyas hechas de tilo, mientras me explicas cómo has vaciado los troncos enseguida, para que la madera no se estropee. La elección de la métrica: una madera clara, un calibre determinado y la decisión impuesta por la materia que da lugar a un lugar más íntimo. Son esculturas franqueables y casi preparadas para ser colocadas en el paisaje, variantes de aquellos troncos huecos que ahora se abren. De miradores del cielo, pasan a ser lugares que incluyen en sí mismos el contenido al que dan acceso.

Atravesarlas equivale a estar en ellas. En el caso de otras puertas, las tori japonesas o tu propia puerta del parque de la memoria, Atariaren beasarkada , es necesario cruzar su umbral porque funcionan a modo de separación entre el lugar profano y el sagrado. Estas, al contrario, no llevan a ninguna parte, porque todo está en ellas. Cruzarlas es permanecer en ellas y la meditación, el acceso a la idea, no se pospone para un lugar más alejado. Todo proviene de la misma condición, como habría dicho Valéry. La materia impone el tema. O tal vez, consciente o inconscientemente, es el deseo el que busca en la materia. Sea como fuere, el todo resulta mayor que la suma de las partes y así, las nociones más simples se diluyen en favor de un ser–estar, el être francés, una cierta indefinición en lo contemplado a través de la exactitud de las formas.

Tal vez sea la relación profunda entre idea y materia la que hace desaparecer cualquier atisbo de narración y permite que lo abstracto, en su sentido más espiritual, resulte tan evidente. Y eso es lo conmovedor para el que observa, porque no puede dejar de mirar sin mirarse a sí mismo, como en estos versos de nuestro poeta:

“Para mí solo, en mí solo, en mí mismo
Y junto a un corazón, del verso fuente,
Entre el vacío y el suceso puro,
De mi grandeza interna espero el eco:
Es la amarga cisterna que en el alma
Hace sonar, futuro siempre, un hueco”. (1)

Con el deseo de verte pronto,

José Ramón Anda expone en Aroztegi Aretoa. Barrenkalea, 7, Bergara (Gipuzkoa) del 18 de septiembre a l 11 de octubre
En la foto, Carmen Otermin y José Ramón Anda

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Que se vele el negativo

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Registro 2505 Fundación Oteiza

 

“De niño comencé mi escultura como fotógrafo, construí yo mi primera máquina, haciendo un pequeño agujero en una piedra, para descubrir distinto lo que veía o lo que no veía bien, era un punto de luz que mi agujero de luz definía en redondo, un fotograma que obtenía de un mundo en la sombra, un instante de comprensión luminosa y espacial. Y terminé de escultor estropeando voluntariamente mi vieja cámara de fotógrafo, al abrir la escultura de mi Caja vacía para que le entrase y se llenase toda de luz”.

Fotografía Vasca y fotomaquia

Jorge Oteiza

Más, Aquí

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En la biblioteca de Alzuza

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«Hasta que no ordene y revise mi pobre biblioteca…»

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En el estudio de José Ramón Anda

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