Teníamos que haber subido al autobús en un pueblo anterior. Llegamos hasta aquí haciendo dedo, conseguimos adelantarle y ahora estamos esperando en una campa. Hay una curva de radio largo . Creemos estar en el sitio adecuado. Aquí debe parar el autobús pero pasa de largo. Le sigo a la carrera, gritando. No se detiene y se pierde al final de la curva. Mientras cojo aire, tengo tiempo de mirar el paisaje agreste: matorrales, quejigos y hierba agostada.
Soy el único que se sube a un coche para perseguir al autobús. Me siento donde el copiloto y el auto toma velocidad. Voy cuesta abajo. Miro al asiento del conductor y no hay nadie.
Voy cada vez más deprisa hasta que el coche se sale de la calzada y empieza a rozar su lateral izquierdo contra el desmonte vertical de piedra viva. Pega una y otra vez. Esto es bueno y malo: no sé cómo voy a acabar y al mismo tiempo el coche va reduciendo su marcha. Al fondo veo las luces de un control de policía. Solo ahora me doy cuenta de que no llevo cinturón. Con la violencia de los golpes, me cuesta mucho ponérmelo. El cierre hace clic cuando el coche se detiene por sí mismo, delante de un guardia que hace la señal de alto.