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El miedo a la página en blanco

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La muerte siempre anda cerca. Antes de venirme para aquí, llamó S. para quedar: su esposa se estaba muriendo. Él sabía cuánto tiempo de vida le quedaba y calculé que moriría cuando yo terminara la libreta que usaba entonces. Por eso no las termino. Todas  acaban así, con la muerte de alguien. Dejo las últimas páginas en blanco, pero no sirve de nada. En todas hay una anotación fúnebre. Recuerdo la primera coincidencia, cuando A. se mató en un accidente. Se mató en una curva y en la última página de una libreta. Después, una tras otra. Dejé sin terminar la que usaba cuando llegué aquí. Hay 3 páginas en blanco. Da lo mismo.

No es superstición. Es coincidencia. Cualquier rutina coincidirá con hechos naturales. Nada tan natural como los nacimientos o las muertes. Otra cosa es la forma de verlo. Hace un año G. me habló de la muerte de su hermano. Era creyente y G, también. En la cama del hospital, justo antes de morir, su hermano le decía: -¿No ves a mamá ahí? ¿No ves que me dice ven, ven?

En De vidas ajenas, las coincidencias son casi tan importantes como la muerte. “Si contara las cosas tal como sucedieron, -dice Carrère- me reprocharía haber forzado el paralelismo. Pero es la realidad la que lo fuerza. Yo no tengo que inventar nada.”  Y es que no hay forma de explicar fácilmente cómo dos jueces —Etienne y Juliette— resultan, cada uno por su lado, supervivientes de un cáncer, ambos cojos, dedicados en el tribunal de Vienne, a  dictar sentencias favorables a los más endeudados. Esa acumulación de rasgos repetidos podría parecer absurda: sin embargo, es real, y es el motor del libro. La coincidencia es el vínculo entre el escritor, los protagonistas y el lector. Pero Carrère no exhibe esas coincidencias sino que las deja fluir: el mundo se cuenta por sus coincidencias.

Cuando el reloj del comedor marca las 9 en punto, las cocineras y las camareras se colocan delante del mostrador, dan las gracias a los clientes y se inclinan antes de recoger el menaje. No más té, no más arroz, no más sopa de misho o de maíz.

El hotel presta paraguas, pero no quedan en el paragüero. Cuando ya he doblado la esquina, una de las recepcionistas me alcanza con uno abierto. -Gracias-. Me ha dicho.  69 euros la habitación con desayuno. El paraguas es de plástico transparente.