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Un mercado chino

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El MAN con tapones

Arquitectura
Escultura
París
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Del Museo Arqueológico Nacional lo mejor es el acrónimo. Para sí lo quisiera le Musée de l´Homme en Paris. La remodelación del M A N no ha evitado que siga siendo un lugar anodino, poco atractivo, en el que el visitante recorre vitrinas tan pesadas como aquellas del parisino Museo del Hombre, ahora y hasta 2015 en obras. Será el espíritu de los tiempos o la calificación de bien de interés cultural del edificio pero la impronta es tan academicista que la visita se parece mucho a la lectura de aquellos libros de historia en los que uno, en el marasmo infantil, debía hacer un enorme esfuerzo por distinguir a los hititas de los sumerios. La falta de gracia de las salas ha de ser compensada de alguna forma. Tal ve la disposición de las obras, la forma de contar la historia o incluso la revisión de los objetos expuestos.

Las salas antiguas del British o las de la Biblioteca Nacional Española tienen el encanto de lo perdurable, de la exquisitez de lo museístico. El museo de Quai Branly, del criticado Jean Nouvel, hacen de la antropología un asunto emocionante para quien se acerca con un mínimo interés. En el M A N uno tiende a quedarse más bien frío porque incluso la contemplación de una vasija , una escultura o cualquier otra pieza concreta se ve acompañada de unas condiciones muy poco propicias. Antiguas podríamos decir.

El edificio tampoco es muy buen anfitrión para el visitante: la planta baja del M A N está concebida de tal forma que el mostrador de información pasa casi desapercibido, En la taquilla –atendida por un solo trabajador- más de 10 personas equivalen a una cola amorfa e ingobernable y si uno quiere visitar la exposición temporal ha de volver hacia atrás siguiendo indicaciones confusas y poco lógicas.

Queda, de todas formas, el ejercicio de la abstracción. Apartarse de todo y mirar cualquiera de las maravillas que pueden verse en el museo. A no ser, claro, que un padre de familia aparezca al otro lado de la sala, explicado a sus vástagos y a su cónyuge, que tanatos significa muerte y que por eso los tanatorios y que tenemos que ir a Grecia y que os acordáis cuando estuvimos en Egipto y ahora veremos las momias y cuánto grita usted y menos mal que llevo en el bolsillo los tapones que uso para viajar en el Alvia.

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Quintanilla de la Cueza

Arquitectura
Viajes
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De los tres pueblos junto al río Cueza, Quintanilla es el más pequeño. Me desvío y dejo a la izquierda 2 palomares de planta circular y 2 de planta cuadrada. Subo hasta la que creo que es la iglesia. Es en realidad una torre exenta que corona el caserío. Ahora sí veo la iglesia, algo más abajo. Es un paseo corto. Cerrada. La chiesa è chiusa? Aprendí a decir en italiano hace muchos años. Aquí, ni siquiera hay a quién preguntar, aunque ahora que me he detenido oigo un sonido rítmico, así que camino hacia el lugar de donde proviene. Enseguida me encuentro frente a un grupo que no distingo bien de momento. Me acerco al ritmo de un martillo. Supongo que me observan. No hay nadie más. Se escucha además el sonido de un transistor. Está colocado en el alféizar de una ventana. A la sombra, una mujer y un hombre de edad avanzada. Al otro lado de la calle, al sol, sobre el andamio, un muchacho arregla el tejadillo de un patio. El que parece ser el capataz, lo mira desde abajo. Entablo conversación con los mayores. Así puedo saber que arreglan la casa que han comprado a los curas, que Quintanilla de la Cueza tiene hoy 7 habitantes y que el retablo que quería ver se lo llevó el arzobispo a Palencia, por miedo a las goteras.

–María-. Dice él. –Enséñale la casa a este hombre-. Él trabajó hasta los 55 en Bilbao, en el metal. Con la desindustrialización se prejubiló. Solo vienen de vacaciones porque el pueblo es muy triste. Ella abre una por una las puertas de todas las habitaciones, los aseos, la despensa, la cocina y una recocina con una especie de cama hecha de ladrillo que puede calentarse haciendo fuego debajo.

-Aquí dormía mi madre la siesta. Bien caliente–. Luego se queda un momento parada, suspira y dice: -No se qué me da que empiece el año, con lo mala que está fulanita-.

En el patio, su marido guarda un Seat Málaga que los hijos no le dejan que conduzca ni siquiera hasta Carrión de los Condes. Injection, pone en los laterales.

–¡Nos vamos a comer!-. Grita desde la calle el capataz.
-¡Yo no!-. Replica el Albañil.
-Es que este es moro-. Me aclara el dueño. –Como es el Ramadán. Pero luego a la noche, come de todo. Ahora, ni beber hace.
-¿Guardo la herramienta?
-Déjala ahí mismo. Robar no han de robar.

Vuelvo hasta el coche. Quedan en pie, junto a la torre, pequeños almacenes. Unos se conservan bien. Otros ya están entre el decoro y la ruina. Componen retazos de paisaje de esos a los que la modernidad se acostumbró desde la aparición del cine y la fotografía: Cezannanianos, diría A.

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De vuelta en Calzadilla

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Faltan los palomares

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A todo no se puede estar. Me quedo sin ver por dentro los palomares de Tierra de Campos.

Unos días antes de salir hacia Palencia había llegado a casa un ejemplar de Paloma al aire de Ricardo Cases. La segunda edición. Vete ahora a comprar la primera. Martin Parr está haciendo estragos con su Historia del fotolibro.

Vuelvo. De la bibliografía disponible en la red, un impresionante Inventario de Palomares en la Tierra de Campos Palentina de Manuel Malmierca y Juan Carlos Aparicio. También de Malmierca una unidad didáctica para niños de secundaria que resulta útil cuando -como es el caso- no se tiene ni idea del tema.

En este último trabajo se recogen algunos textos breves entre los que se encuentra este de Columela:

«El tener estas aves no desdice del cuidado de un buen labrador. Se mantienen con menos comida en los parajes que están lejos del poblado, en los cuales se les permite salir libremente, porque después vuelven a los sitios que se les señalan en las torres más altas o en los edificios más elevados, donde entran por las ventanas que se les dejan abiertas y por las cuales salen volando a buscar su alimento. Sin embargo, durante dos o tres meses se les da comida que se ha tenido el cuidado de reunir para ellos; después ellas se mantienen con las semillas que encuentran en el campo. Pero esto no lo pueden hacer en los sitios inmediatos a algún poblado, porque caen en las varias especies de lazos que les ponen los cazadores. Se
les debe echar de comer debajo de techado, en un sitio de la casería que no sea bajo ni frío, sino sobre un piso que se hará en un sitio elevado que mire al mediodía del invierno. Sus paredes, para no repetir lo que ya hemos dicho, se excavarán con órdenes de hornillas, como hemos prevenido para el gallinero o si no acomodare de este modo se meterán en la pared unos palos y sobre ellos se pondrán tablas que recibirán casilleros, en los cuales las aves harán sus nidos u hornillas de barro con sus vestíbulos por delante para que puedan llegar a los nidos. Todo el palomar y las mismas hornillas de las palomas deben cubrirse con un enlucido blanco, porque es el color con que se deleita principalmente esta especie de aves y también se han de enlucir por fuera las paredes, principalmente en la inmediación de la ventana, la cual estará colocada de manera que de entrada al sol la mayor parte del día de invierno…»

«El palomar debe barrerse y limpiarse de tiempo en tiempo, porque cuanto más aseado esté, más alegre se muestra el ave, la cual es tan difícil de contentar, que muchas veces toma tanta aversión al palomar, que lo deja cuando se le presenta la ocasión de salir volando de él, cosa que sucede frecuentemente en los parajes donde tienen libertad de salir. Para que esto no ocurra hay un antiguo precepto de Demócrito que es el siguiente: Hay un especie de gavilán que la gente del campo llama «tinúnculo» (cernícalo), que acostumbra hacer su nido en los edificios; los pollos de esta ave se meten en ollas de barro, y estando todavía vivos, se cubren con tapaderas que se cogen con yeso, hecho lo cual se cuelgan estas vasijas en los rincones del palomar: esto les granjea tal amor a aquel sitio que nunca lo abandonan».

Casi por azar, revolviendo, he encontrado aquí una cita relativa a un paraje cercano a casa. Como no podía ser de otra forma, hay de por medio escopetas y curas. (Más completo, aquí).

«Constituciones Sinodales, 1613 Egüés (Navarra). A pesar de la prohibición que tenían los clérigos de no cazar, no era raro ver a alguno de ellos que lo hacia sin escándalo de los feligreses, como ocurrió como Juan de Elcano, beneficiario de la parroquia de Egüés al que se acusaba: de tirar con escopeta a palomas y otras aves… causando también daño en palomares vecinales».

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Calzada de los Molinos

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Calzadilla de la Cueza

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