«La antigua dualidad de la Naturaleza y el mundo del espíritu se ha superado en la unidad más alta de una construcción evolutiva y comprensiva de todo lo real. El sistema del Universo presentase ahora como una única y grandiosa serie gradual. En el mundo del espíritu prosíguese lo que la Naturaleza ha empezado y continuado hasta ese punto en que irrumpe en el hombre la conciencia (ante todo la mera conciencia sensible de la realidad y del yo). Hay un solo tema fundamental, en el cual intervienen los conflictos y las síntesis de todos los grados, desde la constitución dinámica de la materia hasta las más altas creaciones del espíritu humano: el devenir de la conciencia, el despliegue y la iluminación de la inteligencia por sí misma. Fichte ha fijado rectamente el tema de la filosofía: histórica pragmática de la conciencia. Pero no ha comenzado la construcción evolutiva realmente desde los cimientos. Su idealismo ético, que pretende reconocer en la Naturaleza tan solo el material para la acción y el contenido de la representación del espíritu consciente de sí mismo, comienza la serie gradual con el principio inmanente del yo y lo inconsciente en la conciencia misma. La filosofía de la Naturaleza es la que primero ha enseñado a perseguir de grado en grado, y desde los primeros inicios del ser, la prehistoria de esta inteligencia que se despliega en la conciencia, prehistoria que se afirma de un modo espontáneo en la realidad perfectamente inconsciente de la Naturaleza. De esta suerte se ha obtenido ‘una visión distinta de la filosofía verdaderamente universal’, que ‘enlaza entre sí los términos más opuestos del saber’, lo en sí del mundo exterior material y la íntima conciencia de sí de la inteligencia libre. Para este idealismo realista ya no es el espíritu una vida de conciencia que descansa sobre sí y gira dentro de sí misma meramente, sino que brota inmediatamente de los procesos de la Naturaleza (que son, por su intrínseca esencia, actividades espontáneas de una inteligencia esencialmente inconsciente y creadora de realidades) y está perdurablemente referida en la intuición y la acción, al mundo circundante real de la Naturaleza. Y a su vez Naturaleza es ahora ‘ya no un todo muerto, que llena meramente el espacio, sino más bien un todo dotado de vida, más y más transparente al espíritu incorporado en ella, y que finalmente, y por medio de la más alta espiritualización, retorna y se concluye a sí mismo’. Ya no hay, pues, dos mundos, de la Naturaleza y del espíritu, sino solo un mundo: el mundo de la inteligencia, que vuelve a sí misma, después de haberse desplegado productivamente en los grandes reinos graduales de lo ‘real’, primero, y de lo ‘ideal’, luego. Con esta concepción queda ‘todo dualismo aniquilado para siempre, y todo resulta absolutamente una sola cosa’.
Heinz Heimsoeth. La metafísica moderna. Trad. José Gaos. Madrid, revista de occidente, 1966, p. 214