
Repaso los reglajes de la cámara porque ha cambiado el tiempo. De puro cansancio me he despertado a las 06:00. Es muy tarde ya. Ayer, como me falló la conexión del objetivo con la máquina, hice un formateo y no me di cuenta de que fotografié todo el día en JPG. Ni con el aviso en la pantalla me fijé. Me acuerdo de los maquinistas japoneses de tren, que usan el shisa kan; indicar y llamar. Señalan con el dedo y dicen en voz alta cada elemento importante que deben observar y verificar: manos, boca y oído. Reducen errores y aumentan la seguridad. Así debería actuar. Batería, programa, enfoque, calidad de la imagen… Pero ¡ay! Uno sale a la aventura como si llevara en la mano una cámara de cartón. Hoy vuelvo a Kanda Myojin así que espero hacer fotografías en condiciones, aunque el cielo está distinto y las del Mausoleo de Confucio en Yushima no quedarán iguales. Siempre los cielos. Dudo con el enfoque. En estas cámaras modernas en las que puedes llevar el foco a un ojo, se te va la vista detrás de la persona, y los bordes de la imagen acaban por pasar desapercibidos. Luego te arrepientes. El sujeto o el todo. Ya mañana me libero de esto y me dedico a lo que he venido.
De camino a Kanda, entro en una minúscula tienda de almohadas. Es domingo; está abierta. Me ha dicho el dependiente que no hay problema en mandármela al hotel. Las que uso tienen dos caras distintas, una oriental y otra occidental. aquella con un relleno de cascaras de trigo sarraceno que debería adaptarse al cuello y esta con una espuma demasiado blanda. Me dejan la cerviz como el cuero de una conga.
-¿A qué hora puede venir mañana?-. Me pregunta el dependiente.
-Preferiría no venir mañana. Mándemela al hotel-. He escrito en el traductor.
-¿De dónde es usted?-. me pregunta en inglés. Cambia el idioma del traductor y me dice que el plazo de entrega ya ha terminado hoy. Son las 10:30.
-No me importa si la manda el lunes-.
-¡Ah! Perfecto. ¿A qué hora puede venir el lunes-?
Cuando los dos nos damos cuenta de que hemos entrado en un bucle, el dependiente escribe en su traductor que hacen almohadas a medida y por eso necesita que venga. Le doy las gracias y salgo a la calle.
Ya oigo a una cuadrilla. A lo lejos se ve relucir el dorado de un mikoshi que se bambolea. Como hace calor, algunos hombres van en pantalón corto y otros llevan taparrabos blancos en los que, a falta de bolsillos, llevan a presión sus móviles o los paquetes de cigarrillos.
Levantar algo o alguien: que esté por encima de las cosas o de los hombres. No estar a la misma altura, estar sobre los 3 escalones del templo griego, en la cella, detrás del altar, en el púlpito con la excusa de que se me oiga. Renunciar a los honores. No subir a los estrados, ¿quién medita con la cabeza baja?
Salgo a perseguir otros mikoshis. Ya solo quedan 3 para acabar la fiesta. Me vendrían bien unas tiritas para las uñas. Sigo perdiendo queratina. En el pulgar derecho ya tengo un callo. La cámara pesa bastante y el agarre no es muy ergonómico.