Querido J.:
Tenías razón. Aún más con esta espalda mía, que voy mirando al suelo la mitad del tiempo.. El camino que sube a la Acrópolis es una especie de Via Profana por oposición a la Sacra que arranca en los Propileos.
He leído que el arquitecto que lo construyó, Dimitris Pikionis, advirtió a Karamanlis que, como en la antigüedad, necesitaba tiempo para llevar a cabo su obra. Usó la piedra de los edificios atenienses del XIX que fueron demolidos; una destrucción que él consideraba una vergüenza. Se encargó de echar abajo las casetas de recuerdos para turistas del camino y añadió vegetación aquí y allá. El resultado es tan elegante que pasa desapercibido. No se ve. Ni siquiera te das cuenta de lo fácil que es acceder a la colina. El despiece es sencillo porque todas las piedras tienen la misma consideración, sean como sean. Algunas son muy hermosas. Las hay que parecen la base de pequeñas columnas, otras son perfectamente rectangulares y las que apenas alcanzan a ser un pedazo de ornamento. El paso de los visitantes durante todo el día las ha igualado, dándoles el aspecto de un mármol traslúcido.
El camino no encara los propileos. Entra por su derecha y se desdibuja. En ese momento, olvidas por dónde has venido. Tal es la humildad del dibujo de la senda. Solo después, acabada la visita, entiendes que has vuelto desde un recinto sagrado a la tierra de los mortales, mientras pisas de nuevo los restos ordenados. de lo que fueron palacios, casas, vasijas y decoraciones y que ahora son una larga alfombra.
Te agradezco mucho tu advertencia, porque de no haberme avisado, habría subido al Partenón a tontas y a locas.
Nos vemos pronto,