
Viajo al azar y llego a la estación de Keisei-Tsudanuma. Atravieso un polígono industrial limpísimo. Unos operarios cortan los setos que bordean las calles. Además del empleado que maneja la motosierra, otros cuatro sujetan dos mamparas transparentes para que los restos de la poda no salgan ni a la carretera ni a las aceras.
Busco un camino que me lleve al mar. Encuentro una senda junto al Centro de reciclaje de Narashino. Llego a una larga escollera de bloques tetrápodos y una linea paralela de cubos de piedra blanca. Para evitar que la linea se haga cegadora hay, de vez en lcuando, un cubo gris. el perfil de algunos barcos mercantes reverbera en la bahía. Hay una luz horrible. Nada que hacer aquí. Nada que pensar.
He tomado antes unas fotos en un parque infantil. Ahí, a lo mejor, pero no creo. Se me ha ocurrido algo como Little Tokyo, pero me parece una mierda de idea. Tengo el cráneo vacío, hueco. Sin nada.
Una hora de viaje en tren y otra de vuelta. Un largo paseo al sol para nada. El resultado de no planificar el día, como si la inspiración fuera a venir del cielo. Por qué miramos al cielo. Qué gesto tan gratuito. El camino de la sabiduría. El camino, día tras día, pero mejor planificado, y ni aun así.
Para terminar la tarde hago un par de fotos en la estación de Matsudo. Dos chicas jóvenes se tapan la cara. Les sonrío. Todo está cambiando en Japón. N.C. me había hablado de que solo ahora, las mujeres han comenzado a tener conciencia de su propio cuerpo.