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Las pupilas de Nietzsche

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Tokio


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Lo exótico, ¡bah! Todo es igual en todas partes. Mira que hemos cabalgado a lomos de lo racional durante siglos. Si hasta hemos matado a dios, aunque encargáramos el  trabajo a un tipo que se abrazó a un caballo para decirle: “Madre: soy tonto”. 

Lo insólito nos uniforma más que el silogismo.  A la tarde, en Kanda, veo una procesión infantil: dos grupos de niños traen a hombros sendos mikoshi para ser bendecidos frente al templo. Avanzan al grito de ¡Banzai! Niños fuera del rito de iniciación. Como si en Semana Santa salieran -que ya salen- vestidos de mozorros o de legionarios. Niños llevando en andas un paso de la Mini Macarena. Les recibe en lo alto de las escaleras el sacerdote principal, alto, joven y guapo, junto a otros sacerdotes de rango inferior y dos chicas ayudantes. Se mueven todos como si no doblaran las rodillas, como con ruedines en los pies, sin esfuerzo. Entran y salen de la oscuridad del templo a la luz de la tarde y las pupilas han de hacer un esfuerzo si quieres seguirles. Ellas, vestidas con camisa blanca y sobrefalda naranja, se encargan del protocolo. Conforme llegaban más cuadrillas con sus altares portátiles, dos ayudantes con sobrefalda azul turquesa invitan al público a hacerse a un lado. Me aparto hacia el jardín donde se celebra el festival de percusión. Produce sonrojo recordar las batucadas que desde hace unos años se oyen en nuestras fiestas y manifestaciones. Aquí la variedad de ritmos y cadencias es abrumadora. Creo que la semana que viene algunas hermanades sevillanas pasearán por Roma y el sábado pasado hubo fumata blanca en el Vaticano. 13.500 km de distancia: Lo exótico.

A la mañana, bajo la lluvia, he seguido a un grupo que volvía a casa después de hacer su ofrenda en el templo. Para que sus camisas no se mojen, todos llevan impermeables transparentes. Empujan la caseta de los músicos: 3 tambores, un flautista y una mujer que golpea un platillo de metal. En medio del tráfico, recorren el barrio, siempre por el carril más cercano a la acera. Voy detrás como un tonto. Nadie más les sigue. En los cruces, algunas personas se paran a mirar. La comitiva espera a que el semáforo les dé paso y atraviesan una avenida de 8 carriles.

Dice J. que siempre andamos alzando algo: muertos en los funerales, palios, pancartas, pasos, altares portátiles. Levantamos lo que sea y lo ofrecemos. No lo arrastramos por el suelo. Buscamos elevarlo para ofrecerlo, para enseñarlo. Tal vez sea porque “arriba” está la luz que permite distinguir. En la oscuridad todo se confunde. Por eso la luz se asocia con conocimiento. Al cielo con ella. ¿Con quién? Al cielo con la razón.