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Los ojos de los otros: Viver y Sancari

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Cyril Connolly
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París


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Acabemos el año, sí. Atravesemos las convenciones atados al palo mayor porque esto no terminará ahora. Después del concierto, habrá más.

Dice Charles Lamb: “De todos los sonidos de todas las campanas (la música de las campanas es la más cercana al umbral del cielo) el más solemne y conmovedor es el repique que despide al año viejo. Nunca lo oigo sin que en mi mente se concentren todas las imágenes difusas de los últimos doce meses; todo lo que he hecho o sufrido, realizado o abandonado en ese tiempo que se ha ido para siempre”.

Solo será un momento; luego seguimos. El tiempo suficiente para amarrarme un poco mejor; mientras dure la travesía. No terminaré como Palinuro. Ya hablaremos en tierra firme.

Entretanto, tengo a la vista 2 libros; los más melancólicos que he encontrado. Uno es de Mariela Sancari y se titula Moisés. Sancari no vio el cadáver de su padre cuando falleció, así que no pudo pasar por el inicio del duelo que es precisamente la visión de la muerte.

Tiempo después, puso un anuncio en el periódico buscando hombres de la edad que entonces tendría su padre, con ojos claros y rasgos más o menos parecidos. Los fotografió y compuso un libro triste y reparador al mismo tiempo. Conforme el lector pasa las páginas dividas en trípticos, los hombres fotografiados parecen entremezclarse en el intento de recomponer la figura del padre, abocado a una segunda muerte: la de quien mira.

El otro es una edición de Javier Viver; Révélations Iconographie de la Salpêtrière. Paris 1875-1918. Viver selecciona de manera muy contemporánea más de 300 fotos de entre las 4.000 que forman la colección del hospital.“La Salpêtrière –dice la editorial RM- se hizo teatro de variedades en las sesiones de los martes, ante una concurrida representación de las élites culturales y científicas, mediante la inducción por hipnosis de contorsiones, crisis epilépticas y ataques de histeria, el registro y exposición de gabinetes de curiosidades y rarezas biológicas, fenómenos y monstruos. El resultado fue un archivo fotográfico sin precedentes, testigo de la época colonial, realizado con la intención “panóptica” del régimen disciplinario y documento sistematizado de los límites del alma humana”.

Compré este libro seguro de que me reconocería enseguida en alguno de los personajes fotografiados. Solo por estadística debería funcionar, pensé. Sin embargo, sucede como en el Moisés de Sancari: es por superposición. Los rasgos de unos y otros componen mi retrato enseguida. Hombres, mujeres, niños, tullidos, alucinados y cheposos me devuelven mi propia imagen. Cuando I. vio el libro me habló del test de Leopold Szondi.  Se muestra al sujeto grupos de fotografías de pacientes con determinadas enfermedades y aquel manifestará simpatía o disgusto. Las afinidades o las antipatías, permitirán hallar determinados rasgos de quien se somete al examen.

Alcánzame ese cabo.  más fuerte me amarraré. No solo por el miedo al sueño, también para mirarme a través de los otros. Los ojos de los otros.