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Los últimos días del rey, de Julián Barón

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Los últimos días vistos del rey no es un libro fácil. La imagen del rey en la cubierta echará a más de uno para atrás. Bueno: así es más de uno. Julián Barón cuenta cómo Horacio Fernández le propuso completar una trilogía. Los dos primeros libros se habían editado en un tiempo récord después de la muerte de Franco y la proclamación de Juan Carlos I. Se llamaban Los últimos días de Franco vistos en TVE y Los primeros días del rey vistos en TVE. Las fotografías están tomadas directamente de la televisión por Fernando Nuño quien no era solo un fotoperiodista; fue conservador honorario del museo de arte abstracto español de Cuenca y realizó, él mismo, «varias exposiciones de los que hay catálogos y críticas». ( Fotos & libros España 1905-1977).

Barón cuenta cómo las imágenes con las que empezó a trabajar se le hicieron difíciles y reiterativas. Utilizó distintos televisores, cámaras y objetivos para conseguir texturas diferentes, de manera que el conjunto resultara variado. En las tomas elegidas no hay anécdotas ni puede deducirse, a primera vista, una crítica directa. Sin embargo, conforme se avanza en el libro, en las coincidencias con los otros que le preceden, en el moderno pixelado, resulta imposible no sacar conclusiones: el coche oficial, las bandas de los invitados, las manos que aplauden, las banderas, la prensa.

Nos hemos acostumbrado a las críticas directas, al si/no, a la velocidad, como dice el propio Barón y apenas queda un resquicio para la ironía, para el discurso del matiz. Aquí, En Los últimos días vistos del rey, ese matiz está en el color: el fondo de las páginas es un verde croma que ha permitido a Barón jugar con la composición y como ha dicho Horacio Fernández, sitúa el libro en un contexto histórico. El croma no existirá dentro de 20 años. La manipulación de la realidad se alcanzará por otros medios. Hoy, ese verde rabioso que da unidad a todo el libro, empezando por el título, funciona como los colores planos con que se iluminaron algunas páginas de aquellos dos libros anteriores. Uno quiere creer que en aquel autor, como lo hay en este, hubo más que un deseo de composición audaz y que en toda la trilogía se respira el mismo aire secreto de crítica compleja.

Barón cuenta cómo las imágenes con las que empezó a trabajar se le hicieron difíciles y reiterativas. Utilizó distintos televisores, cámaras y objetivos para conseguir texturas diferentes, de manera que el conjunto resultara variado. En las tomas elegidas no hay anécdotas ni puede deducirse, a primera vista, una crítica directa. Sin embargo, conforme se avanza en el libro, en las coincidencias con los otros que le preceden, en el moderno pixelado, resulta imposible no sacar conclusiones: el coche oficial, las bandas de los invitados, las manos que aplauden, las banderas, la prensa.

Nos hemos acostumbrado a las críticas directas, al si/no, a la velocidad, como dice el propio Barón y apenas queda un resquicio para la ironía, para el discurso del matiz. Aquí, En Los últimos días vistos del rey, ese matiz está en el color: el fondo de las páginas es un verde croma que ha permitido a Barón jugar con la composición y como ha dicho Horacio Fernández, sitúa el libro en un contexto histórico. El croma no existirá dentro de 20 años. La manipulación de la realidad se alcanzará por otros medios. Hoy, ese verde rabioso que da unidad a todo el libro, empezando por el título, funciona como los colores planos con que se iluminaron algunas páginas de aquellos dos libros anteriores. Uno quiere creer que en aquel autor, como lo hay en este, hubo más que un deseo de composición audaz y que en toda la trilogía se respira el mismo aire secreto de crítica compleja.