Los fingers son una parte muy melancólica de los aeropuertos. Cuando no están unidos a los aviones, es mejor no mirarlos demasiado tiempo. No hace falta explicar por qué. Además de lo obvio, esa falta de conexión produce una línea vertical semejante a las esquinas hopperianas desamparadas y taciturnas. La diferencia está en que aquí, en el aeropuerto, todo parece tener solución. Al abrigo de la intemperie, detrás de las cristaleras, sabemos que vendrán los aviones. Pasan los vehículos eléctricos empujando caravanas de carritos; hay periódicos y alguien te mira la maleta, por si llevas un bote de desodorante demasiado grande.
“Take me a photo”. Me pide un joven sentado en un poyete. Tiene unos rasgos proporcionados, la tez oscura y la barba de una semana. Parece alegre. Detrás de él, la pared neutra de la casa ayuda a la imagen. Hace un día nublado; hay una luz difusa y no tiene que entornar sus enormes ojos para mirar al objetivo. Luego me siento junto a él para mostrarle el resultado en la pantalla.
Cuando un desconocido te pide que le fotografíes es muy difícil que el resultado sea interesante. Esas fotos sirven para otros propósitos: uno puede después charlar con la persona retratada acerca de cualquier cosa. Tal vez haya oportunidad de hacer una mejor o de escuchar historias interesantes
En este caso no las hubo. Un hombre grande, se acerca a grandes zancadas hacia nosotros. Me pregunta algo que no entiendo, aunque sé qué dice: me pide que elimine la imagen. Le explico como puedo qué ha sucedido. Se dirige al joven y le pregunta de dónde es. “I am Syrian”. Entonces, le pide que, a su vez, me exija el borrado de la foto. “No photo. Finish photo”. Me dice el joven. La borro delante del hombre de seguridad y me quedo con el joven sirio, intentando una conversación.
El hombre de seguridad vuelve para pedirme que le acompañe. Para entonces ya sé que en la casa hay un centro para refugiados, El hombre me señala un cartel colocado detrás del cristal de la puerta a la que se llega después de subir 6 u 8 peldaños. Se prohíbe tomar fotografías. El hombre lo señala y le digo que me parece bien que en el edificio coloque los carteles que quiera pero que la vía pública es otra cosa; que si quiere ayudar a la seguridad de los refugiados, coloque un cartel en la acera.
Vuelvo con el joven sirio y al rato, vuelve el hombre de seguridad con su jefa. Tengo que explicarle todo de nuevo y ella llama a un intérprete para que el joven ratifique mi versión. Dice que es verdad, Él me ha pedido una foto. Recurro al traductor de Google: “Comprendo el problema de seguridad de los refugiados. Colaboren ustedes: coloquen el cartel de la puerta en la calle”.
A veces, la protección de los derechos del otro resulta una imposición cuando no una limitación de sus libertades. Aún charlamos un rato. Nos despedimos todos amistosamente, deseándonos suerte. “Germany is good”. Oigo al joven sirio mientras me alejo camino de una barbería turca.
No encuentro una forma de pasión que cuadre bien con esta lista de estigmas con los que nacemos. Hay una línea que separa el significado de las palabras dependiendo de quién las pronuncie. Otra, de quién las traduzca.
De todas formas, joven monje, si esta es la relación de nuestros defectos y en cuanto a mí se refiere, puedes golpear la campana hasta que el bronce se resquebraje. No podía con 10, imagina con 108.
“Abuso, afán de poder, agresión, aislamiento, alcoholismo, ambición, apego, arrogancia, avaricia, bajeza, blasfemia, burla, calcular, capricho, celos, censura, codicia, confusión, crítica, crueldad, daño, descaro, desenfreno, deseo de fama, deseo sexual, desinterés, desmesura, desprecio, discordia, divergencia, dogmatismo, dominio, dureza de corazón, egoísmo, engaño, enojo, ensañamiento, envidia, estafar, falsedad, falta de atención, falta de comprensión, falta de fe, ferocidad, flojo, gula, hipocresía, hostilidad, humillación, ignorancia, impetuosidad, impostura, indiferencia, inflexibilidad, ingratitud, iniquidad, insaciabilidad, insatisfacción, insidia, intolerancia, intransigencia, ira, irrespeto, irresponsabilidad, juego, lascivia, locuacidad, maldecir, malignidad, manipulación, masoquismo, murmurar, negatividad, obsesión, obstinación, odio, opresión, orgullo, ostentación, pesimismo, poco generoso, prejuicio, prepotencia, presunción, pretensión, prodigalidad, rabia, rapacidad, reniego, reñir, ridículo, sabelotodo, sadismo, sarcasmo, seducción, sigilo, sinvergüenza, tacañería, temperamento violento, testarudez, tramposo, vanidad, vengativo, violento y voluptuosidad”.
La torre de Tokio es muy fea. Es una especie de torre Eiffel sin gracia, pero como está pintada conforme a las normas internacionales de aviación, al menos trae a la memoria los comics de Tintín.
Desde la terraza acristalada, el título de Vila-Matas resulta intercambiable: Tokio no se acaba nunca. El horizonte es una ansiedad que solo se calma reduciendo el campo de visión: justo aquí abajo, aparecen, entre los árboles, los tejados grises del templo de Zojo-Ji. Los budistas también tienen sus sectas y la Jodo-shu es la más extendida en el Japón. Este es su templo principal. Casi escondido en un bosquecillo de coníferas, un monje tañe con un madero la campana que purifica a los fieles y los aparta de las 108 pasiones que les impiden seguir el camino recto. ¡108! Si al menos sirviera para conservar las pocas que conozco.
Dentro del templo principal está terminando la oración de la tarde. Van a cerrar.