
Dejo la maleta en la habitación y reviso cuántos enchufes hay. No hay una segunda almohada. En la recepción me dan una manta en una bolsa de cartón. Salgo para Shibamata y llego al atardecer; la luz cae muy deprisa. De la estación giro a la derecha. En el siguiente cruce, un reluciente camión de bomberos, con las luces de emergencia encendidas, bloquea el paso. Desde la intersección, un poco más adelante, llegan más reflejos rojos y luego el sonido de las sirenas. Cambio el rumbo y dejó el templo de Taishakuten para más tarde.
Hay cinco o seis camiones y tres ambulancias. La policía controla el tráfico. Un agente se despista y levanta la cinta del perímetro, así que llego hasta el lugar del incidente. Es un cuarto piso de uno de los pocos edificios altos del barrio. Hay una ventana reventada. Contra el marco quedan apilados restos de muebles. Por la escalera exterior han subido varios bomberos. Tomo algunas fotos sin darme cuenta de que lo hago junto a la camilla en la que yace un fallecido dentro de un saco de plástico. Le pregunto a un bombero: –Fire-. Le pregunto si ha sido el gas. Me mira sin comprender: –Fire-. Hace un gesto que abarca una gran bola imaginaria.
Pido a los bomberos que recogen ya las mangueras que me dejen fotografiarles. Llego hasta el puesto de mando que está instalado en un pequeño aparcamiento. Han abierto una mesa plegable sobre la que está extendido un plano del edificio. El jefe se da la vuelta y me dice que no puedo estar ahí. Me marcho después de insistir sin éxito. Hay un puesto de kushiage y me como un par de pinchos sentado en la acera.