He venido a Moarves solo por ver otra vez el color de la portada. La última vez, el viejo que explica la iglesia estaba sentado en el poyo de la casa de enfrente. Serían las siete de la tarde y la luz era ya rasante. Charlamos un rato y me explicó el apostolado como quien explica una huerta. -Y a la derecha Sansón y a la izquierda un negro-.
Luego he sabido que está en el hospital. Ni bebe, ni fuma, ni nada, pero está en el hospital.
Aquel día, después de media hora de conversación y cuando ya creí tener todo a mi favor, le pedí que me abriera la iglesia: -No, que es lunes-. Me dijo con una sonrisa de te tendrás que joder.
Así que me quedé un rato más mirando “la encendida encarnadura” de la portada de la iglesia de San Juan Bautista. La piedra está teñida. Me quedé con esa idea entonces, pero ahora no encuentro ninguna referencia. Quería escribirle a Himari para decirle que no somos tan distintos: que si los muros del templo de Ryōan-ji en Kioto están teñidos con aceite, la fachada de Moarves lo está también con alguna tintura. No he dado ni con una cosa ni la otra.
El conjunto del arco y el friso escultórico protegido por el alero volado tiene un aire oriental. Si haces un pequeño ejercicio de abstracción, casi es una pagoda sin fondo ni altura. He venido por el color y me he quedado por la forma. O por una sinapsis equivocada.
He cruzado después la carretera P-227 que parte el pueblo. De este otro lado está la antigua escuela. Por la ventana se ve una cabina de votación y unos bancos apilados. Cerca hay varios vecinos alrededor de 2 coches. Uno, cuando salía de un pajar marcha atrás, ha chocado con otro. Veo un parte amistoso y una mujer intenta recordar en qué compañía está asegurado el coche de su marido. En el otro, hay un perro que no deja de ladrar. ¿Por qué no lo sacan? La dueña le dice que se calle. -¡Calla, no se qué!-. Un diminutivo tan feo como el animal. ¿Tú te imaginas ser un perro y que te digan ¡Calla Purruski!? Yo qué me voy a callar. Contento que no te salte al cuello por pedirme que me calle, mientras me tienes encerrado en un coche con las ventanillas subidas y rodeado de una docena de personas que miran un bollo en el lateral izquierdo.