Dejo a deber una compra en un local pequeño: una gasolinera. No: una tienda de barrio. Le digo a la dependienta que volveré a la tarde. Como me conoce, me dice que no me apure.
-Cuando quieras. No hay prisa-.
Me parece que yo iba con alguien más.
No he olvidado la cartera. Simplemente no tengo dinero. Estoy sin blanca por algún problema personal del que puedo recuperarme. Cuando salgo de la tienda, me propongo con firmeza arreglar las cosas.
Aunque la calle es estrecha, la luz del sol entra sesgada e ilumina el asfalto; debe ser mediodía. Cada persona, cada objeto están perfectamente identificados. Incluso la tienda que dejo detrás de mí, vuelve a estar delante de mis ojos.