J. tiene en un cobertizo varias docenas de gatos. El suelo está construido en pendiente siguiendo la caída del terreno y el techo presenta algunas grietas por las que se filtra la luz del día. Parece feliz con los animales, todos en formación, en filas perfectas, recostados, esperando a que J. les pida que demuestren sus habilidades al invitado.
No se puede decir que J. se dedique a amaestrar gatos. En realidad los propios animales se comunican entre sí los conocimientos que unos pocos han recibido de su cuidador. Su inteligencia les permite trasmitir conceptos muy abstractos.
J. Hace un gesto y los gatos comienzan a circular como en una pista de autoescuela. Ceden el paso, reanudan su trayectoria y hacen gestos con las patas delanteras como si movieran un volante. Si alguno comete una infracción es consciente del número de puntos que pierde. Los más pequeños tienen una mancha en el lomo, advirtiendo de su impericia y no pueden salir de unos límites determinados.
Lo hacen todo en silencio y enseguida entiendo que pueden hacer muchas cosas más relacionadas con cualquier aspecto de la administración. Salimos a la puerta a charlar mientras los gatos vuelven a sus lugares y hacen como que aparcan.