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Passy en invierno : ©

Trocadéro, París

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Le Petit Palais, París

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Avenue du Général Eisenhower, Paris

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Cerca de la estación Minami Senju, Tokio

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Place Edmond Michelet, Paris

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Carlsberg Glyptotek, Copenhague

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Staldgade, Copenhague

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Museo de las ciencias, Londres

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Un parking en Tokio

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Design Museum, Londres

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Nos vemos en Toyosu

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Contis Plage II

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Hierba blanca

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El hombre que cuida la basílica de san Gregorio me dice que les echan gasoil junto a la charca. Para que se limpien. Luego señala a contra luz, mugas y ribazos y dice por dónde vienen los jabalíes y dónde les esperan y cuántos mataron ayer. Solo hay jabalíes y corzos. Qué vas a hacer con los corzos. Asustarles. Así. Abre los brazos en cruz y casi puedes verles huir a saltos. Ya no quedan conejos, ni perdices y aquellos campos ahora llecos traían buen trigo de año y vez. Lo dice todo de seguido, sin distinguir el reino vegetal del animal. Es verdad que el valle, lomas abajo, lo iguala todo y solo unos pinos de repoblación de un color de cubo de playa deslucen la seriedad del paisaje.

Más allá de la encina de Mendaza, en el campo de fútbol abandonado, las hierbas son casi blancas, tendidas de tanto restregarse los jabalíes contra ellas. Ahora, a mediodía, no hay más que silencio. Se han marchado ya unos excursionistas después de hablar a voces un buen rato.

Traigo un bocadillo y algo de Machado. Después del almuerzo, al abrigo de unas rocas rojas, abro al azar Los complementarios:

“¿Fue Alfredo de Vigny quien dijo de los políticos que no merecían, por el hecho de gobernar bien o mal, mayor loa o censura que los cocheros por conducir hábil o zurdamente sus carruajes? Tal vez fue Vigny, aunque no lo recuerdo bien. Descartemos cuanto haya en estas palabras de excesivo menosprecio para los políticos, o para los cocheros, según casos y pueblos. Reconozcamos una parte de razón en la boutade del poeta, y olvidemos cuanto ella supone de incomprensión de la vida política. Basta de elogios descomedidos y de censuras melancólicas para gente tan de escaleras abajo, en el orden espiritual, como políticos y cocheros. Si el auriga sabe su oficio, sigamos con él y paguémosle puntualmente su salario. Si guía mal, habrá que despedirlo. Porque dentro de su coche vamos todos. Mas ¿qué haremos con un cochero loco o borracho que nos lleva a galope y alegremente al precipicio? Habrá que arrojarlo a la cuneta del camino, después de arrancarle por la fuerza las riendas de la mano. Revolución se llama a esta fulminante jubilación de cocheros borrachos. Palabra demasiado fuerte. No tan fuerte, sin embargo, como romperse el bautismo.
Madrid, 1 enero, 1915

Mas Dios nos libre de los nuevos cocheros, de los sustitutos de estos cocheros locos. En España ha habido siempre un gobierno malo y una opinión descontenta, que aspiraba vehementemente a otro peor. Cuando fracasen las cabezas pediremos que gobiernen las botas”.

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Contis plage

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Casino Holland, Leeuwarden

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El hotel está junto al Casino Holland. Según sales, tienes que torcer a la derecha para verlo. No hay motivo para acercarse, pero el aparcamiento es compartido. Así que está el hotel, el casino y luego una nave metálica enorme, todo seguido, haciendo una L. Aparqué el coche. Iba en diagonal hacia la puerta del hotel cuando oí el sonido de las vacas. Fui directo a la única puerta de la nave que estaba abierta. Desde el quicio vi varios cientos de vacas perfectamente estabuladas. De vez en cuando, una mugía. Se me acercó un hombre sonriente. Nos saludamos y me marché. Animado por la visión, entré en la puerta de al lado, la del casino. Era tarde, tenía hambre y todo estaba cerrado. En cuanto pisé la moqueta y vi las luces parpadeantes de la recepción, decidí cenarme las avellanas del minibar.

Al día siguiente el único rastro que quedaba era un par de contenedores.

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