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Passy en invierno : Libros

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3 de Diciembre de 1977 (III)

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3 de diciembre de 1977 (II)

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Solo hace unos meses supe que Javier Balda estuvo haciendo lo mismo muy cerca de la plaza del Castillo. Él estaba en la plaza de san Francisco, fotografiando a quienes esperaban enfrentarse a la manifestación oficial.

Los dos teníamos entonces unos cuadernillos en blanco para maquetar catálogos de la sala de Cultura de la CAN. Los dos los usamos para organizar, sin saber uno del otro, una pequeña crónica de aquel día tan raro.

Ahora hemos preparado una edición de 10 ejemplares y pueden verse juntos en la exposición que ha comisariado Juan Pablo Huércanos para el Centro de Arte Contemporáneo  Huarte.

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3 de diciembre de 1977 (I)

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auto-edit-huarte-20141130_599El 3 de diciembre de 1977 tuvo lugar en Pamplona una manifestación promovida por la Diputación Foral de Navarra. El periodista de El País Fermín Goñi escribía acerca de las tensiones del día anterior “debido a la presencia de jóvenes que repartían panfletos con el siguiente texto: «Navarra, sí; Euskadi, no; ven el día 3, a las doce, en la catedral y después, a la plaza del Castillo. ¡Viva Navarra católica y foral! ». Durante todo el día de ayer se produjeron algunos enfrentamientos verbales entre personas de distintas ideologías sin que en ningún momento se pasara a las manos”.

Fui a la plaza del Castillo con una máquina, tal vez una Agfa y estuve disparando hasta que me echaron el alto unos cuantos tipos con pelliza. Les di el rollo que no era y después de revelar las fotos monté un folleto que ha andado por casa estos 37 años.

No hay apenas texto, aparte del título y los créditos de la edición, una frase de Amadeo Marco, entonces vicepresidente de la Diputación: “Cuanto más conozco a los hombres ¿eh..? más quiero a mi perro”. Claro, la frase no es suya, excepto la pausa interrogativa. En la contramanifestación del día 8, uno de los gritos que se corearon fue: “Amadeo, gamberro, vete con tu perro”.

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Trileros en la calle Fèdèration

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En la esquina de la Rue de la Fédération y el Quai Branly se apostan los trileros a primera hora de la mañana. Para calentar el ambiente, hacen el juego entre ellos. Siempre resulta un poco burdo. Se supone que quienes se acercan a la Torre Eiffel va tan cortos de reflejos como para caer en la trampa de los cubiletes.

No importa que ellos vistan igual: las mismas deportivas, los mismos pantalones o que ella, la de la panoja,  la suelte como si fuera un clínex.

El caso es que siempre pica alguien. La hipnosis de la bolita no tiene fin. Sea del tamaño que sea. Siempre hay un momento en el que vamos confiados a la Torre Eiffel o a la Cibleles.

Y entonces dices: -Quita; que ya sé yo.

«Estoy convencido de que por haberme acostumbrado desde niño a marchar por el buen camino y a no poner engaños ni falacias en mis juegos infantiles (menester es advertir que los de la niñez no son tales juegos, menester es juzgarlos en las criaturas como sus acciones más serias), no hay pasatiempo, por ligero que sea, al cual deje yo de aportar por natural propensión, instintivamente, una tenaz oposición al engaño. En los juegos de baraja mi lealtad es idéntica, trátese de cuartos o de doblones; lo mismo cuando me es indiferente ganar o perder, cuando juego con mi mujer y mi hija, que cuando me las he con un extraño. Mis propios ojos bastan para que me mantenga digno. No hay quien pueda vigilarme tan de cerca, ni nadie a quien yo respete más».

Los Ensayos

Montaigne

 

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David Campany, Gasoline

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Querido J:

Te gustará este libro de D. Campany. Gasoline recoge unas cuantas fotos utilizadas en periódicos norteamericanos desaparecidos y cuyos archivos han sido liquidados. La edición es muy inteligente. Una mitad está dedicada a las fotos y la otra a los reversos, a las anotaciones. En medio, una entrevista con el autor; más bien con el recopilador. Casi todas las imágenes están reencuadradas para su publicación y algunas retocadas con guache y lápiz, como esta de la portada. El conjunto señala una sola dirección: la que  seguimos hace 40 años.

Saludos,

 

algunos comentarios acerca del libro: uno, dos y tres

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Fotolibros japoneses y occidentales

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«La pasada noche, hablé con el escritor Akiko Otake en la Fundación de Educación Bunka Gakuen. Personas de Japón me preguntan repetidamente cuál es la diferencia entre los fotolibros japoneses y occidentales. Una persona me lo volvió a preguntar anoche. Esto es lo que le respondí:

Los fotolibros occidentales, en general, son un conjunto de reproducciones (un «hatillo» de reproducciones, se podría decir). En un momento determinado, el fotógrafo hace una recopilación de fotografías y el trabajo del editor se limita a crear algo que se acerque lo más posible a esas fotos.

El fotolibro en Japón, sin embargo, no se concibe como una serie de reproducciones. Por el contrario, es a través de la forma del fotolibro (o de la revista) como la imagen cobra su forma (por medio de la tinta sobre el papel). Es esa dualidad de la imagen y su forma impresa la que hace que el fotolibro en sí mismo sea el trabajo del fotógrafo. En este sentido, cada fotolibro, aunque se impriman cientos de ejemplares, es en sí mismo un original. Ese nivel de la cultura del fotolibro es lo que distingue como es concebido, y consumido, en Japón, a diferencia de Occidente.

Además, creo que muchos, si no la  mayoría, de los fotógrafos japoneses se sienten cómodos con un trabajo ambicioso y/o inescrutable. No es que se den aires ni que intenten ser geniales. Tiene que ver más con sentirse bien con la indecisión, con la falta de soluciones, con el desmantelamiento de las categorías. Todo esto tiene que ver más con las diferencias culturales, algo que se refleja en la forma de los fotolibros».

Contemporany japanese photobooks

traducción L.G.

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Una vida en tres actos

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Querido L.:

 

He leído rápido Una vida en tres actos de Julio Caro Baroja. Siento que la publicación no haya corrido a cargo de Ken porque habría sido un buen libro para esta Navidad. Considerémoslo un apéndice de la colección. No creo, de todas formas, que los herederos se hubieran mostrado remisos a ceder sus derechos, a la vista de la edición.

Leí hace años Los Baroja. Quién no. Lo devoré y lo volví a leer hasta que la encuadernación mostró sus debilidades. Esta vida en tres actos, aunque no sea más que una breve aproximación a aquel libro denso y emocionante, produce una quietud especial. La manera de mirar la vida de Julio Caro me resulta envidiable,; por encima del trabajo y de las ideas, hay un sentido forjado en la irrealidad de los libros que lo hace profundamente humano.

Desde luego, yo prefiero leerlo en papel, mucho más si vosotros os encargáis del diseño pero si alguien prefiere lo digital, anda por ahí una versión en bits.

Un párrafo: “Cuando pienso ahora en lo que a los vascos les gusta pensar de sí mismos, me doy cuenta –sin embargo- de que el esfuerzo que hizo mi tío para aproximarse a una realidad más honda y fuerte, ha sido esfuerzo vano. Los “vascos profesionales” y “confesionales” siguen creyendo que Amaya o cosas por el estilo encierran el secreto de su ser. Al vasco de cartón-piedra le interesan las novelas de cartón-piedra y los espectáculos del mismo material. Pero acaso le pasa lo mismo al, al castellano, al catalán o al andaluz, al español de izquierdas y al de derechas, pétreo y acartonado”.

Nos vemos,

 

Adenda: Julio Caro en A fondo

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Catequista antes que inconformista

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J. vino desde el sur de Inglaterra para casar a un sobrino. En el almuerzo, nos sentaron a la misma mesa. Atiende un puñado de parroquias cercanas a Devon aunque nunca se acerca a los acantilados. Es más de huerta que de paisaje largo. Dice que es un hortelano con iglesia. Le pregunté por los inconformistas y me contó algo acerca del estado actual de las capillas y la facilidad con la que se desgajan pequeños grupos de otros que a su vez provienen de iglesias que se habían apartado de la anglicana. Al parecer, cualquier matiz hace que la trama se extienda. No hay curas, no hay una interpretación unívoca de la Palabra y todo puede fluir hacia un lado u otro. Su relato me pareció el de un mundo de “minicismas” en movimiento lento y perpetuo.

Yo había comprado en junio el libro de Martin Parr, sobre todo porque en la página 93 aparece una de sus mejores fotos, tomada cuando su acidez no era extrema y observaba el mundo con algo de condescendencia. En el libro, Las comunidades y las capillas están tratadas, a partes iguales, con respeto e ironía. Se nota en las imágenes el tiempo dedicado. Él y su esposa pasaron muchos meses en la comunidad de Crimsworth Dean, hasta el punto de que Susie Parr llegó a dar clases de catequesis aun no siendo creyente.

Ella es quien se encarga de los textos del libro y hay un párrafo sincero y revelador acerca de las implicaciones de la fotografía:

“Aunque no nos percatamos de ello en ese momento, Stanley Greenwood se tomó nuestro interés por la comunidad y la capilla como un indicio de que podríamos ser nosotros quienes nos ocupáramos de la capilla en el futuro. Esto, en parte, era culpa nuestra, porque nos habían implicado precisamente en lo que intentábamos documentar. Stanley pareció percatarse de su error cuando vio la exposición de las fotografías de Martin en el centro de información turística de Hedben Bridge. Frustradas sus esperanzas, expresó su decepción con cierta amargura”.

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Verger y Recalde

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Querida MJ.:
Llega del Perú un ejemplar algo ajado de Fiestas y danzas en el Cuzco y y en los Andes. Lo pedí hace ya 8 meses pero era tan barato que la librera me lo ha enviado con un amigo que viene de vez en cuando por aquí. Además de los parecidos de algunos disfraces con los que se ven en Lanz y en otros carnavales de la zona, hay algunas máscaras inspiradoras, de esas de ida y vuelta. Enseguida me he acordado de ti, de la reutilización de los materiales y las ideas. En las fotografías de Pierre Verger se agitan los vestidos y los conceptos: el bicornio y la espada de Santiago Matamoros se mezclan con los sombreros de los ayarachis o los tocados de plumas y flores. Lo mismo se celebra la fiesta de san Sebastián que se parodia el sistema judicial del imperio.

Un libro así entre las manos es una alegría. Tiene cierto parecido con tus esculturas: es un asunto serio; proviene de la contradicción y uno no sabe hacia donde irá exactamente: la dirección correcta.

Saludos,

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Fly

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Zang Tumb Tumb, Marinetti

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Circulen

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Repaso las fotos de Óscar Monzón en Karma, tan directas y modernas. Me gustan por el desparpajo, el color y ese aire libérrimo y descarado que recorre todo el libro. Al verlas de nuevo, me acuerdo de otras imágenes que tienen el mismo punto de partida y un resultado completamente diferente: forman la serie Inward de Camino Laguillo que está terminada tal vez un poco antes. También trata de conductores y pasajeros, localizados bajo un patrón regular, como si circularan bajo la mirada de un radar sentimental.

 

La presencia de Monzón es evidente para el sujeto: las fotos están tomadas con flash. De hecho hay quien le saluda levantado el dedo medio. Camino Laguillo parece haberse escondido para tomar sus fotos. Si el lector hace click en el video que las resume, verá en un fondo oscuro general, algunos brillos metálicos y, sobre todo, las expresiones ensimismadas de los conductores. El deseo o la prudencia de la autora coloca al espectador frente al gesto del pensamiento solitario y nocturno.

 

Alguien dijo que la fotografía se parece más a la literatura que a la pintura. Aquí hay un buen ejemplo de cómo pueden escribirse cosas casi opuestas hablando de un tema idéntico. El problema es que la literatura exige una cantidad mínima de acción por debajo de la cual la lectura se hace difícil. Tal vez el lector exige hoy que esa cantidad de acción sea algo más elevada y así parecen entenderse mejor los gestos que retrata Monzón que la presunta uniformidad de los de Laguillo. Sin embargo, ¿no interrogan más estos rostros que aquellos? ¿No deja un final mucho más abierto la mujer que descubre a la fotógrafa que el joven que se mete una raya sobre un mapa de carreteras? No estoy seguro. Estoy a todo.

Otros que hablaron del mismo tema.

 

Andrew Bush fotografió desde 1989 a conductores en su serie Vector Portraits. las imágenes están tomadas en Los Ángeles, el lugar perfecto para pasar unas cuantas horas al día dentro de un coche. Su estilo casi disciplinado: permite ver un parte determinada del lateral de cada vehículo -creo que todos circulando hacia la izquierda de la foto- y el rostro del conductor. El tamaño de este respecto del total de la imagen resulta pequeño, casi intrascendente. Parece que, por mucho que se le mire, la persona resultará insignificante dentro de la red de carreteras del Estado de California.

 

 

Matthew Porter se divirtió unos años haciendo saltar con Photoshop, algunos coches clásicos por las cuestas de San Francisco. Aquí, el elemento humano ha desaparecido de la vista por completo. Queda para el espectador una reminiscencia de las persecuciones de cine y la supresión absoluta del paso del tiempo. Ni protagonista ni tiempo. Un fetiche saltando sobre las calles de otro fetiche.

 

Formas de ver lo mismo para quienes dicen “eso ya está hecho”.

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Los hechos, los otros

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Queridos P. y R.:

Gracias pos vuestra recomendación. Devoré Los hechos como un chuletón casi crudo. Sellado, dicen ahora. Aquí, el toque de la plancha es el envío del manuscrito a Zuckerman y la carta que este le escribe pidiéndole que no publique el libro.

Se me pasaron por la cabeza muchas cosas; la asombrosa capacidad narrativa de Philip Roth las comparaciones con la vida de uno mismo y con las ajenas. También las imposibilidades de algunos para la novela y cómo hay quien es capaz de agarrar las miserias más personales y convertirlas en buena literatura.

La constancia, también. A la fuerza, claro, porque es lo que transmite Roth. Su enfrentamiento con los suyos,  con lo más sagrado, la imposibilidad de separarse de Josie durante tantos años; todos los contratiempos parecen dirigirse hacia el único objetivo de la escritura. No es así, por supuesto. Salvo raras excepciones, nadie planifica sus desastres para obtener un rendimiento artístico. Quizás la literatura juegue aquí con cierta ventaja. Es muy difícil obtener de un artista plástico una respuesta convincente en este aspecto. La evasiva es moneda corriente. Sin embargo, la escritura –al menos la buena- deja ver resquicios cuando no abismos.

La carta final de Zukerman me provoca unas enormes ganas de contestarle. Pero yo no soy Roth. Quiero decir que ese diálogo entre uno mismo y su alter ego no puede acabar nunca. Hay razones de sobra para seguir discutiendo hasta atisbar quiénes somos. Una de ellas es que, tal vez sea la única forma de saber quiénes son los otros.

Nos vemos pronto.

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Baudrillard y sus transparencias

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Querido J.:

Cuando el Gobierno comenzó a dar publicidad a su Proyecto de Ley de Transparencia, estuve buscando qué leer para entender el concepto. Muchos europeos se quejan de que sus respectivas legislaciones permiten tal grado de precisión que les resulta luego imposible hacerse una idea cabal de si los presupuestos son adecuados para sus funciones. Ya sabes: nadie está contento con lo que tiene.

El caso es que en encontré un número atrasado de la Revista de Occidente que se llama precisamente “La transparencia”. Hay artículos interesantes, aunque otros son fragmentos de novelas o ensayos recogidos con red de arrastre: unas páginas de La montaña mágica, otras del Elogio de la sombra y un cuento completo de Poe traducido por Cortázar.

A lo que voy. Me acordé de ti porque la Revista reproduce unas páginas de Contraseñas de Baudrillard y me vino a la cabeza la sobremesa en la que hablamos de las expectativas acerca de la filosofía. Recuerdo con qué energía defendiste la necesidad de que nuestros filósofos den contestación a las cuestiones actuales de la misma forma que lo hicieron en el pasado; recuerdo de qué manera te enfadaste cuando te hablamos de la extendida tesis según la cual solo podemos esperar preguntas y no respuestas.

No podía apartar tus palabras de mi cabeza.  Ya verás que el autor hace salvedades como quien tira boyas o dispara bengalas pero resulta absolutamente provocativo. Se lea cuando se lea le asaltan al lector las noticias del día.

Un saludo,

“Cualquier  «transparencia» plantea inmediatamente el problema de su contrario, el secreto. Es una alternativa que no depende en absoluto de la moral, del bien y del mal: existe lo secreto y  lo profano, o sea, otra distribución de las cosas. Determinadas cosas jamás serán ofrecidas a la vista, se comparten en secreto de acuerdo con un tipo de acuerdo diferente de aquel que pasa por lo visible, como ocurre en nuestro universo, ¿qué ocurre con las cosas que antes eran secretas? Se conviertes en ocultas, clandestinas, maléficas: lo que era meramente secreto, es decir, propicio a intercambiarse en secreto, se convierte en el mal y tiene que ser abolido, exterminado.

Pero no es posible destruirlas: en cierto modo, el secreto es indestructible. Entonces será demonizado y atravesará los elementos para eliminarlo. Su energía es la energía del mal, la energía que proviene de la no unificación de las cosas, definiéndose el bien como la unificación de las cosas en un mundo totalizado.

A partir de ahí, todo lo que se sustenta en la dualidad, en la disociación de las cosas, en la negatividad, en la muerte, es considerado el mal. Por consiguiente, nuestra sociedad se empeña en conseguir que todo vaya bien, que a cada necesidad responda una tecnología. En este sentido toda tecnología está del lado del bien, o sea del cumplimiento del deseo general, en un estado de cosas unificado.

Actualmente vivimos en un sistema que yo llamaría de «cinta de Moebius». Si estuviéramos en un sistema de enfrentamiento, de confrontación, las estrategias podrían ser claras, basadas en una linealidad de las causas y los efectos. Se utiliza el mal o el bien en función de un proyecto y el maquiavelismo no está al margen de la racionalidad. Pero nos hallamos en un universo totalmente aleatorio donde las causas y los efectos se superponen, siguiendo el modelo de la cinta de Moebius, y nadie puede saber dónde se detendrán los efectos de los efectos”.

(…)

¿Es tan claro que la corrupción tenga que ser eliminada a cualquier precio? Nos decimos que, evidentemente, el dinero alimenta las fabulosas comisiones de la financiación armamentística o incluso su producción que sería, sin duda, preferible utilizarlo para reducir la miseria del mundo. Pero se trata de una evidencia apresurada. Como nadie pretende que el dinero salga del circuito mercantil, «podría» gastarse en un pavimentado general del territorio. A partir de ahí por paradójica que pueda parecer la pregunta ¿es preferible, desde la perspectiva del «bien» o del «mal» seguir fabricando o vendiendo armas de las que una parte considerable nunca serán utilizadas que hacer desaparecer un país bajo una capa de cemento? La respuesta a esta pregunta interesa menos que la toma de conciencia de que no existe un punto fijo a partir del cual podamos determinar lo que está totalmente bien o mal.

Se trata, sin duda, de una situación profundamente racional, y de una incomodidad total. Eso no impide que, de la misma manera que Nietzsche hablaba de la ilusión vital de las apariencias, podríamos hablar de una función vital de la corrupción en la sociedad. Pero como su principio es ilegítimo, no puede ser oficializado y solo puede operar, por consiguiente, en el secreto. Evidentemente, es un punto de vista cínico, moralmente inadmisible pero también una especie de estrategia fatal, que por otra parte, no es patrimonio de nadie y carece de beneficios exclusivos. Con ello reintroduciríamos el mal. El mal funciona porque de él procede la energía. Y combatirlo –cosa necesaria- conduce simultáneamente- a reactivarlo.

Cabe evocar aquí lo que decía Mandeville cuando afirmaba que una sociedad funciona a partir de sus vicios, o, por lo menos, a partir de sus desequilibrios. No por sus cualidades positivas, sino por las negativas. Si aceptamos este cinismo, cabe entender que la política sea –también- la inclusión del mal, del desorden, en el orden ideal de las cosas. Así pues no hay que negarla sino utilizarla, reírse de ella y desbaratarla”·

(…)

Contraseñas

Jean Baudrilard

Anagrama

Extra: La transparencia del mal Jean Baudrillard Anagrama

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