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Passy en invierno : París

Lewis Baltz, in memoriam

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new-industrial-parks2Volvamos.

De los Nuevos parques industriales había una foto, casi escondida, cerca del cuartito del estand. La pared de la izquierda estaba ocupada por una serie completa. No quise ni mirarla. Resultaba abrumadora. Me quedé frente a la nave fotografiada en escorzo, contra la costumbre de Baltz; los árboles recién plantados y la luz de la puerta encendida.

Valérie se acercó educadamente y preguntó si podía ayudarme.

–No lo creo-. Le dije con cara de resignación. –De todas formas, ¿cuánto?

Pronunció el precio como si nada. Luego hizo una pausa y añadió: –Dólares-. Segura de que la moneda no cambiaría las cosas. Charlamos un buen rato de la feria y de qué caro estaba todo. Me alejé buscando más emociones fuertes.

Valèrie me alcanzó cuando entraba en otra galería.

-¿Quiere usted ver otra serie del señor Baltz?

Volvimos. Theresa Luisotti estaba abriendo la caja de que contenía las fotos de Park City. Cada una enmarcada con un paspartú inmaculado y protegida con una hojita traslucida. Están reveladas en un papel japonés muy duro y sin embargo todos los detalles resultan visibles: parece una contradicción. No debería ser necesaria tanta exactitud para decir algo tan simple.

Las manos de la señora Luisotti manejaban las fotos como formas consagradas. En Park City hay menos concesiones que en otras series. Son imágenes que no otorgan ninguna ventaja al espectador. Uno no sabe si atribuirlo a la decisión de seguir explorando una vía felizmente abierta con series anteriores o a un programa estricto preparado desde el principio. Hay literatura al respecto pero es literatura. La señora Luisotti se apartó un momento para contestar una llamada. Dejó extendidas sobre la mesa una docena de fotos y justo bajo mis ojos, la más delicada, la menos Baltz.

Valèrie revoloteaba alrededor pero no se dio cuenta: un hombre con aspecto agradable, gabardina clara y gafas gruesas se acercó a la mesa, agarró una de las fotos y se la acercó a la cara. No era difícil imaginar el efecto de su aliento, la impronta de las gotitas de saliva sobre la superficie revelada.

-¡Ouh! ¡Nou, nou, nou! – Luisotti soltó el móvil, se abalanzó sobre el hombre en cámara lenta y le quitó la foto con unos dedos larguísimos y hábiles. -Nou, nou , nou-. Decía, cada vez más dulcemente, casi sonriendo, con la foto ya a salvo. Mientras él se alejaba, Valèrie, a mi derecha, había sacado una calculadora y pasaba a euros una suma suficiente para comprar un utilitario. Luisotti le hizo un gesto para que aplicara un descuento y le preguntó cuál era el IVA en Francia. Solo por la diferencia con el de España daban ganas de viajar en autobús los próximos años.

Una semana después, Baltz moría en su casa de París.

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Vestiaire/Cloakroom

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cloakroom-paris-photoEn el centro de la escalera principal del Grand Palais hay una alfombra roja como de 2 metros de ancho. Arriba, un par de chicos delgadísimos, vestidos con trajes negros, esperan a las visitas verdaderamente importantes. Los VIP, una categoría que ya no es lo que era, entran por la izquierda, haciendo cola. Comienza a chispear, aparece alguien que reparte paraguas entre el personal de la organización.

En la acera hay aparcados 5 o 6 coches de una marca patrocinadora. Una señora que ha madrugado, baja por la alfombra con un paquete rectangular envuelto en papel de burbujas. El chófer le abre la puerta sobre la que está fijado el anuncio de la feria.

En la fila del público raso, delimitada por decenas de vallas metálicas, quien más quien menos luce su cámara de fotos. Hay un chico que lleva en la mano una Phase One. Debe pesar un par de kilos. La maneja igual que una mancuerna. Como predominan los abrigos, los jerséis y los trajes oscuros, los puntitos rojos de Leica se ven a distancia. Ver y ser visto. El deseo de que el mecanismo hable por nosotros.

La chica del guardarropa es de un hieratismo entre misterioso y aprendido. Te da el tique del abrigo como una nota de la que tuvieras que sacar conclusiones. Tal vez esté aún a la salida y pueda preguntarle si “224 A” tiene un segundo significado.

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Los lugares del amor: Métro Boissière Ligne 6

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Passy
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Rue Jean Rey

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Embajada-de-Australia-en-ParisLa embajada australiana está muy cerca de aquí: en la Rue Jean Rey. Mientras la fotografiaba apareció un tipo con chaquetón reflectante y casco de obra.
–¿Es usted ingeniero?- preguntó desde lejos.
Qué ganas de decir que sí.
–Es una embajada; no se pueden tomar fotografías. Hay cámaras de seguridad. Llamarán a la policía.
Me acordé de Coco “Ahora estoy dentro. Ahora estoy fuera” y saludé mirando a la cámara más cercana.
El edificio no es muy alegre y las dos columnas que parecen sujetar la fachada resultan un tanto amenazadoras. El hombre del casco se fue hacia la puerta principal.

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Trileros en la calle Fèdèration

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En la esquina de la Rue de la Fédération y el Quai Branly se apostan los trileros a primera hora de la mañana. Para calentar el ambiente, hacen el juego entre ellos. Siempre resulta un poco burdo. Se supone que quienes se acercan a la Torre Eiffel va tan cortos de reflejos como para caer en la trampa de los cubiletes.

No importa que ellos vistan igual: las mismas deportivas, los mismos pantalones o que ella, la de la panoja,  la suelte como si fuera un clínex.

El caso es que siempre pica alguien. La hipnosis de la bolita no tiene fin. Sea del tamaño que sea. Siempre hay un momento en el que vamos confiados a la Torre Eiffel o a la Cibleles.

Y entonces dices: -Quita; que ya sé yo.

«Estoy convencido de que por haberme acostumbrado desde niño a marchar por el buen camino y a no poner engaños ni falacias en mis juegos infantiles (menester es advertir que los de la niñez no son tales juegos, menester es juzgarlos en las criaturas como sus acciones más serias), no hay pasatiempo, por ligero que sea, al cual deje yo de aportar por natural propensión, instintivamente, una tenaz oposición al engaño. En los juegos de baraja mi lealtad es idéntica, trátese de cuartos o de doblones; lo mismo cuando me es indiferente ganar o perder, cuando juego con mi mujer y mi hija, que cuando me las he con un extraño. Mis propios ojos bastan para que me mantenga digno. No hay quien pueda vigilarme tan de cerca, ni nadie a quien yo respete más».

Los Ensayos

Montaigne

 

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Paris Photo Grand Palais

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Los teatros de Hiroshi Sugimoto en Paris Photo

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Los teatros

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El MAN con tapones

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Del Museo Arqueológico Nacional lo mejor es el acrónimo. Para sí lo quisiera le Musée de l´Homme en Paris. La remodelación del M A N no ha evitado que siga siendo un lugar anodino, poco atractivo, en el que el visitante recorre vitrinas tan pesadas como aquellas del parisino Museo del Hombre, ahora y hasta 2015 en obras. Será el espíritu de los tiempos o la calificación de bien de interés cultural del edificio pero la impronta es tan academicista que la visita se parece mucho a la lectura de aquellos libros de historia en los que uno, en el marasmo infantil, debía hacer un enorme esfuerzo por distinguir a los hititas de los sumerios. La falta de gracia de las salas ha de ser compensada de alguna forma. Tal ve la disposición de las obras, la forma de contar la historia o incluso la revisión de los objetos expuestos.

Las salas antiguas del British o las de la Biblioteca Nacional Española tienen el encanto de lo perdurable, de la exquisitez de lo museístico. El museo de Quai Branly, del criticado Jean Nouvel, hacen de la antropología un asunto emocionante para quien se acerca con un mínimo interés. En el M A N uno tiende a quedarse más bien frío porque incluso la contemplación de una vasija , una escultura o cualquier otra pieza concreta se ve acompañada de unas condiciones muy poco propicias. Antiguas podríamos decir.

El edificio tampoco es muy buen anfitrión para el visitante: la planta baja del M A N está concebida de tal forma que el mostrador de información pasa casi desapercibido, En la taquilla –atendida por un solo trabajador- más de 10 personas equivalen a una cola amorfa e ingobernable y si uno quiere visitar la exposición temporal ha de volver hacia atrás siguiendo indicaciones confusas y poco lógicas.

Queda, de todas formas, el ejercicio de la abstracción. Apartarse de todo y mirar cualquiera de las maravillas que pueden verse en el museo. A no ser, claro, que un padre de familia aparezca al otro lado de la sala, explicado a sus vástagos y a su cónyuge, que tanatos significa muerte y que por eso los tanatorios y que tenemos que ir a Grecia y que os acordáis cuando estuvimos en Egipto y ahora veremos las momias y cuánto grita usted y menos mal que llevo en el bolsillo los tapones que uso para viajar en el Alvia.

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Disparidad en las fechas

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JOSE MORELL (1899-1949) DIA DEL LIBRO. 1931. , 70×50 3/4 cm. Gráficas Bobes, París. Morell fue uno de los más prolíficos cartelistas españoles. Trabajó desde finales de la década de 1920 hasta el final de la década de 1940. Diseñó carteles para el Partido Republicano durante la guerra civil y luego recibió encargos de Franco.

Pero en La Vanguardia, ese mismo año, este anuncio. Tal vez la Wikipedia aclare algo.

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De dónde viene todo esto: Passy en invierno. 9 años por el barrio

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