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Passy en invierno : Sueños

Coches, carcasas y abstinencia

Sueños

Debido a la abstinencia vuelven, repetidos, algunos sueños. Se presentan a pedazos, desmontados, a primera hora de la madrugada.

 1

Recibo un premio en la ciudad de X. Es absolutamente inmerecido.

–Deberías ir a la entrega-. Me dice alguien.

Lo pospongo durante todo el día porque lo único que me interesa es el cheque. No quiero que me vean. Finalmente llego cuando ya ha terminado la ceremonia. No hay nadie.

–Ya se han marchado-. Me dice el hombre que barre el escenario.

 2

(…)

 3

Tengo un segundo coche en alguna parte. Es un Peugeot 504, nuevo. Mucho mejor que el que uso. Ahora caigo: está en un taller mecánico. Solo cuando me acerco a recogerlo me doy cuenta de que hace dos años que está allí. La factura por la estancia va a ser exorbitante. Por lo que sé, el coche está en perfectas condiciones. Lo han dejado impecable pero no podré pagarlo.

 4

Para hacer un largo viaje a un país del norte de Europa he de comenzar caminado cerca de la ciudad. No tiene sentido pero es así. Atravieso algunas vaguadas cubiertas de hierba alta. El monte san Cristóbal, a la derecha, me protege del viento. Hay restos de lo que debió ser un vertedero. Carcasas blancas de electrodomésticos que hacen de fondo a los arbustos florecidos. No sé dónde voy. Sé que tengo que seguir si quiero alcanzar un transporte que me permita continuar más rápido.

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Clic

Sueños

Teníamos que haber subido al autobús en un pueblo anterior. Llegamos hasta aquí haciendo dedo, conseguimos adelantarle y ahora estamos esperando en una campa. Hay una curva de radio largo . Creemos estar en el sitio adecuado. Aquí debe parar el autobús pero pasa de largo. Le sigo a la carrera, gritando. No se detiene y se pierde al final de la curva. Mientras cojo aire, tengo tiempo de mirar el paisaje agreste: matorrales, quejigos y hierba agostada.

Soy el único que se sube a un coche para perseguir al autobús. Me siento donde el copiloto y el auto toma velocidad. Voy cuesta abajo. Miro al asiento del conductor y no hay nadie.

Voy cada vez más deprisa hasta que el coche se sale de la calzada y empieza a rozar su lateral izquierdo contra el desmonte vertical de piedra viva. Pega una y otra vez. Esto es bueno y malo: no sé cómo voy a acabar y al mismo tiempo el coche va reduciendo su marcha. Al fondo veo las luces de un control de policía. Solo ahora me doy cuenta de que no llevo cinturón. Con la violencia de los golpes, me cuesta mucho ponérmelo. El cierre hace clic cuando el coche se detiene por sí mismo, delante de un guardia que hace la señal de alto.

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Rebajas, colchones

Sueños
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Por Cádiz en pijama

Estados
Sueños

jaguar

Estoy convaleciente en un hospital. La habitación es grande, pintada de blanco y sin ningún adorno en las paredes, tiene antecámaras y recovecos que solo descubro a tentón, porque entra mucha luz y la claridad es tanta que no puedo distinguir un espacio de otro con la vista.

El sitio es muy agradable. Si el paciente lo desea, una enfermera lee la prensa a través de un pequeño altavoz instalado en la cabecera de una de las 2 camas que hay en cada habitación. Hay vasos de agua fresca en varias mesitas y algo de comida.

Después de pasear por toda la habitación vuelvo a la cama y encuentro a una familia acostada. Un matrimonio en una de las camas y su hijo en la otra. Es un chico como de 10 años, más bien regordete. Me siento a los pies de la suya, desconcertado. El chaval se arrebuja obligándome a levantarme. Se hace con la manta y la sobrecama. Le digo que no me conoce, que cuando me enfado tengo muy mal carácter. No se inmuta. Sus padres tampoco. Me voy.

En el aparcamiento subo a un coche que me prestó una amiga. Es un Jaguar dorado de carreras. Qué ocurrencias. Me dijo que usara casco. Me lo pongo a duras penas. Es muy incómodo. He de parar un par de manzanas más adelante para quitármelo porque el dolor de cabeza es insoportable. No es de mi talla.

Conduzco por la ciudad mientras atardece. No cabe duda de que estoy en Cádiz. Las casas bajas de los arrabales están pintadas de amarillo y azul. De los dinteles de las puertas cuelgan bombillas desnudas y detrás, al fondo, se ve la bahía. Voy haciendo el ridículo con un coche de carreras. No estoy seguro de si aún llevo puesto el pijama.

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Conexiones innecesarias

Fotografía
Sueños

Es una especie de refugio religioso. La puerta principal da a una gran avenida. Las dos hojas abiertas nos permiten ver los acontecimientos, asomarnos incluso, un poco temerariamente. Si alguien lo hace en exceso un monje, o lo que sea, nos arrastra hacia adentro.

Hemos venido desde muchas partes para fotografiar esto. Desde la derecha de la calle se oye un rumor que se convierte enseguida en un estruendo. Me asomo para ver una especie de encierro en el que los toros son de trapo: unos peluches que persiguen a corredores que parecen guiñoles. Tengo la cámara conectada a un iPad. No sé por qué. El caso es que los cables y la correa están delante del objetivo y no hay forma de tomar una foto. Un monje me empuja al interior.

Hay una mesa baja donde todos los corresponsales han dejado sus máquinas. Todas parecen ser de película. Las hay con motor, sin motor, réflex, sin espejo, unas junto a otras pero ninguna es digital. A la derecha se abre un laberinto de pasillos de tela amarilla. Me entra la curiosidad y avanzo sin saber adónde voy. Un monje me detiene. Debe ser la zona de clausura.

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Seagram’s y Brassaï

Fotografía
Sueños

Vía: oogle & G Mix Google

Salgo de la niebla a galope tendido, gritando como un loco. Apenas es un claro. Puedo entender que enfrente, como de un muro indefinido, aparece un ejército gris, también a caballo, sables en mano, lanzas en ristre. Tengo el tiempo justo para mirar a los lados: soy uno más de este bando. Llevo un alfanje en la mano izquierda y con las riendas en la derecha, azuzo al caballo.

Ya estamos. Qué chillos, qué golpes metálicos. Va a ser pasar o no pasar. Detrás, lo que venga. 

Va a ser un momento.

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Un paseo por la llanura

Cine
Fotografía
Sueños

Termina un viaje agradable con unos amigos. Estamos saliendo de una amplia llanura en la que crece la hierba; entre verde y dorada, alta como para que la rocen nuestras rodillas al andar. Charlamos animadamente. A la izquierda está la salida. Es el final de una excursión que ha durado 7 días. Miro mi cámara de fotos. Voy a retirar la tarjeta de memoria y alguien me avisa: es un aparato analógico. Ya había abierto la tapa. La cierro enseguida pero no puedo evitar que una parte del rollo quede fuera, atrapado. Giro la palanca de arrastre y el rollo se va rebobinando. Tardo un buen rato. No son 36 exposiciones.

-Son muchas fotos-. Dice el compañero que me había advertido.

Sigo rebobinando. Deben ser más de 150. Además, en color.

Continuamos caminando hacia el fondo, hacia la izquierda, donde parece haber una puerta.

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De dónde viene todo esto: Passy en invierno. 9 años por el barrio

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