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Passy en invierno Un paseo por el barrio y más allá.

Página doble

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Calle del Barquillo

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Para qué sirve un sombrero

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Erich Salomon

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Pedro Salaberri

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Pabellón de Mixtos
Ciudadela de Pamplona

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Disparidad en las fechas

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JOSE MORELL (1899-1949) DIA DEL LIBRO. 1931. , 70×50 3/4 cm. Gráficas Bobes, París. Morell fue uno de los más prolíficos cartelistas españoles. Trabajó desde finales de la década de 1920 hasta el final de la década de 1940. Diseñó carteles para el Partido Republicano durante la guerra civil y luego recibió encargos de Franco.

Pero en La Vanguardia, ese mismo año, este anuncio. Tal vez la Wikipedia aclare algo.

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Ida y vuelta a Suecia

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Estimado Sr. Ayacam:

Leo en diagonal las coplas a la muerte de García Márquez con esos «se nos fue», «nos queda su obra», «nace un mito», «yo estuve con él y me acuerdo de esto y de lo otro». Qué pesadilla. Sin embargo, he encontrado consuelo en un relato del joven Vicent Leconte en Le nouvel Observateur que, aunque recoge un hecho muy conocido, está bien narrado y devuelve la frescura al personaje. Se trata, claro, del puñetazo que le arreó Vargas Llosa en las escaleras del palacio de Bellas Artes de México D.F.

Si me acuerdo de usted, es porque en este asunto el chisme alcanza proporción literaria; no solo por los protagonistas. sino porque, como sabe, nunca divulgaron el verdadero motivo del derechazo y la historia está esperando a que alguien la escriba.

Que García Márquez se hiciera retratar después con el ojo a la funerala resulta también muy elegante: un relato zanjado por su parte, sin palabras y a la vez sin renuncia. Le hace aparecer como el vencedor moral.

En fin, ya ve, me gustaría decir como la mujer de Vargas Llosa cuando este volvió a casa. En francés suena bien: «Moi non plus je n’ai pas perdu mon temps» pero me temo que, en vez de leer a salto de mata tanto Aracataca y cenizas de aquí para allá más me hubiera valido hincarle el diente a algún artículo de prensa del difunto. Andan por ahí en dos tomos. ¿Cómo era aquello? Antes me dejo cortar un brazo que publicar una obra en dos volúmenes.

Saludos,

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El Polígono Areta

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Más domingos

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La Magdalena en invierno

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William Klein, Cine-poster, Tokyo

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Réunion des musées nationaux

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Hanne Darvoben y el orden

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En el Reina / En Xtra

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Les Sabots d’Helene

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Qué será lo correcto dentro de cinco años. Escribir todo con la misma vocal. Van 25 €.

El primero en usar en un discurso la fórmula “françaises, français”, fue De Gaulle en abril de 1961. No lo hizo a la ligera. Era el momento de pedir ayuda. Entonces y tal vez en el deseo de hacerse perdonar su anterior política colonialista, De Gaulle suplica a las francesas y a los franceses: -¡Ayudadme! Y claro, eso no se grita todos los días.

Hoy, el desdoblamiento del sujeto resulta pesado y burocrático. Las perífrasis son agotadoras y el abuso de la segundas acepciones de palabras como “ciudadanía” hacen perder de vista la primera de ellas. Este caso en particular es digno de estudio: la ciudadanía (no el ciudadano) ha relevado al “consumidor” que campó a sus anchas hasta hace cuatro días. Nadie decía “consumidores y consumidoras” y sin embargo este sujeto paradigmático de derechos –que no de obligaciones- se convirtió hasta el final de la primera década del presente siglo en el epítome de las relaciones jurídicas. Tal vez el lector recuerde a quién sustituyó en su día el consumidor.

Volviendo al asunto, autores como Andrés Trapiello han hecho incursiones en el asunto del género neutro con poco éxito, dicho sea en términos literarios. En la solapa de Miseria y compañía dice: “Los lectores de este libro hallarán aquí también esta estrella o asterisco manipulado, que hemos dado en considerar nueva vocal o vocal doble, tras haber descartado por diferentes razones el empleo de sucedáneos y equívocos, como la arroba, @, o la xuá . El autor, tipógrafo aficionado, considera que el uso de un lenguaje inclusivo no es ocioso ni mucho menos nocivo para la literatura escrita ni para la escritura en general. El hecho de que esta * sirva para lo escrito y no para lo hablado, no quiere decir sino que se contenta con ser leída, lo que no es poco trecho en un camino tan largo aún. Y que aquí se emplee tampoco significa que se quiera imponer a nadie, y mucho menos a las instituciones y personas que se crean competentes en este asunto y que vayan a disentir; otras, en cambio, hasta ahora opacas o soslayadas en los textos, serán visibles al fin y lo agradecerán, aunque la literatura no será desde luego mejor por el empleo de la *, pero tampoco peor”. Impecable pero yo hubiera preferido una mejor entrega del Salón de los pasos perdidos porque tanto me da la @ que el *. Me molestan lo mismo.

7 años antes de que De Gaulle se dirigiera por primera vez a las francesas, Brassens había publicado su tercer disco que por poco se queda sin nombre. Acabó conociéndose como Les sabots d’Helene porque es el primer corte. Escuchada hoy también puede resultar bastante incorrecta y eso que es una réplica a En passant par la Lorraine.

Todo esto viene a que, tantos años después, escucho a de nuevo a Brassens y en vez de hacerlo con los oídos de quien atiende al asunto amoroso, lo hago con la cabeza llena de ruido. Un ruido que tiene justa causa pero que lo mismo que aquellos otros que poblaban la adolescencia suenan a eso; a ruido, a atajo administrativo para llegar a donde no puede llegarse sino a través de la educación. Y eso ya es otra cosa.

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Lynne Cohen. Una piscina, un respeto

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“Las imágenes son una especie de arqueología de enseres y mobiliario. […] Casi se puede adivinar por los olores asociados a los lugares. Las primeras obras evocan olores de ceniceros repletos de colillas, botellas de cerveza vacías, Freón, pelo de perro húmedo y ambientador. Las obras posteriores evocan olores de cloro, metal, cables eléctricos, gasolina, contrachapado y formaldehído. […] Las primeras obras son más divertidas, más confusas, más simétricas, más cálidas y menos amenazadoras; la obra posterior es más fría, más pulcra y más inquietante”.

Lynne Cohen en Mapfre Azca

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La Silla en el Museo del Diseño de Dinamarca

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Hans J. Wegner

Extra: un paseo por la carpintería

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Google Maps, Sorolla y la joven del móvil

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Andaba de paseo virtual por la calle Joaquín Sorolla de Madrid y me encontré con esta joven del móvila la que Google Maps ha perdonado la cara. Posiblemente fue por descuido, aunque desearía creer que se trató de un acto voluntario y anónimo. En los cuadros de Vermeer la luz viene hacia el sujeto desde  la izquierda. Aquí, es el sujeto quien va a la luz. Como la calidad de la imagen no es buena, no sabemos si la joven lee un mensaje o lo escribe. Parece en todo caso, que sostiene el teléfono con las dos manos. El gesto de su rostro tampoco es definitivo. Hay concentración, ni siquiera está viendo pasar el coche de Google.Tal vez tenga los labios fruncidos o a lo mejor esboza una sonrisa. Un pequeño misterio en mitad del desvanecimiento general.Si el indulto es premeditado, recoloquen al trabajador en Google Arts.

Un extra: la joven de la perla y los selfies

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Vanitas et Modlin

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En la presentación de Los Modlin, alguien preguntó a Paco Gómez –el autor del libro- si le caían bien los protagonistas. No sé desde cuándo no oía una pregunta así. Nadie se cuestiona si los asesinos de A sangre fría merecen nuestro odio o nuestra admiración. Después del invento de la novela moderna, solo el cine de masas sirve para aplaudir a los héroes o silbar a los villanos.

Aparté Kassel no invita a la lógica de Vila-Matas como un cigarrillo encendido, para prender este otro inclasificable, hijo de la fotografía y la basura. Su ventaja es que no puedes dejarlo y te dura en los labios lo que una pava recogida en la acera.

No es desde luego una novela al uso. El autor reconoce que hay toques de ficción pero los añadidos palidecen ante la contundencia de una realidad estrambótica. Las casualidades son de tal magnitud que sin el apoyo de datos, fotos y la frescura de la narración, el lector tiraría el libro por la ventana.

Paco Gómez recordaba la escena de Amanece que no es poco en la que un personaje pide a otro que no lea un libro porque lo va a estropear. (1) En este caso, será difícil. Quien disfrute con la historia reciente de España, la psicología o la psiquiatría, el chismorreo, la fotografía, el Madrid castizo o las relaciones paternofiliales, tiene en estas páginas una excelente oportunidad para hacerlo.

Sobre todas estas cosas hay algo mucho más profundo que recorre el libro desde el principio hasta el final: la idea de la vanitas. El bodegón no está formado aquí por objetos clásicos; no hay relojes de arena o calaveras peladas pero a lo largo del libro nos encontraremos con todos los elementos propios del género transpuestos a nuestro tiempo: Por ejemplo, Gómez, sentado en el cine, rompe a llorar y recuerda a su abuelo cuando ve que en los títulos de crédito del documental…

Vanidad de vanidades.

(1)
– ¿Me vas a dejar leer a mí la novela?.
– No, no te voy a dejar. ¿Vos sos intelectual?.
– No, pero…
– Entonces, para qué te voy a dejar. ¿Para que me la leas mal y me la jodas?

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