Querido L.:
Después de la agitada mañana de ayer, abrí de nuevo tu ejemplar de Hojas de hierba. El lunes te lo devuelvo porque hoy saldré a por el mío. Estuve buscando algo que calmara mi espíritu pero solo encuentro una exaltación que me no conviene nada. Eso sí: mucho mejor traducida de lo que hasta ahora había visto. Leí hace unos días la introducción de Eduardo Moga que se hace imprescindible para entender el libro de Whitman. Luego busqué al azar y encontré esto, una especie de Cheever avant la lettre.
“I see a beautiful gigantic swimmer swimming naked through the eddies of the sea,
His brown hair lies close and even to his head, he strikes out with courageous arms, he urges himself with his legs,
I see his white body, I see his undaunted eyes,
I hate the swift-running eddies that would dash him head-foremost on the rocks.
What are you doing you ruffianly red-trickled waves?
Will you kill the courageous giant? will you kill him in the prime of his middle-age?
Steady and long he struggles,
He is baffled, bang’d, bruis’d, he holds out while his strength holds out,
The slapping eddies are spotted with his blood, they bear him away, they roll him, swing him, turn him,
His beautiful body is borne in the circling eddies, it is continually bruis’d on rocks,
Swiftly and out of sight is borne the brave corpse”.
Lo tienes en la página 1072. Te lo dejo marcado.
Hojas de hierba
Walt Whitman ed. Galaxia Gutenberg Círculo de lectores
«Ser objeto de compasión para tus amigos, o de burla para tus adversarios; resultar sospechoso a los extraños y llamar la atención de los tontos; mostrarse torpe cuando no se puede ser ingenioso, o ser aplaudido como ingenioso cuando sabes que has sido torpe; sentirse llamado al extemporáneo ejercicio de esa cualidad que ninguna premeditación puede dar; ser alentado a realizar esfuerzos que terminan en desprecio; provocar un júbilo que otorga el odio hacia los provocadores; dar placer y recibir maliciosas miradas de reojo; tragar copas de un vino destructivo que destila en el aliento bufidos para lisonjear vanas compañías; hipotecar un mañana miserable por noches de locura; perder mares completos de tiempo junto a los que pagan con pequeñas y desconsideradas gotas de aplausos resentidos: estos son los tributos para la bufonería y la muerte».
Charles Lamb
Sobre la melancolía de los sastres
Ed. Universidad Nacional Autónoma de México
J. tiene en un cobertizo varias docenas de gatos. El suelo está construido en pendiente siguiendo la caída del terreno y el techo presenta algunas grietas por las que se filtra la luz del día. Parece feliz con los animales, todos en formación, en filas perfectas, recostados, esperando a que J. les pida que demuestren sus habilidades al invitado.
No se puede decir que J. se dedique a amaestrar gatos. En realidad los propios animales se comunican entre sí los conocimientos que unos pocos han recibido de su cuidador. Su inteligencia les permite trasmitir conceptos muy abstractos.
J. Hace un gesto y los gatos comienzan a circular como en una pista de autoescuela. Ceden el paso, reanudan su trayectoria y hacen gestos con las patas delanteras como si movieran un volante. Si alguno comete una infracción es consciente del número de puntos que pierde. Los más pequeños tienen una mancha en el lomo, advirtiendo de su impericia y no pueden salir de unos límites determinados.
Lo hacen todo en silencio y enseguida entiendo que pueden hacer muchas cosas más relacionadas con cualquier aspecto de la administración. Salimos a la puerta a charlar mientras los gatos vuelven a sus lugares y hacen como que aparcan.