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Passy en invierno : Libros

Aguas turbulentas

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Tengo que mirar dónde hay un embarcadero para cruzar el rio Edo. Hay una canción de los años 70 interpretada por una pareja que anhela salir de Shibamata, atravesando el río, bajo la lluvia.

Quiero lo contrario: entrar desde Chiba al lugar viejo, al lugar del que no se sale, donde arden las casas, las cabezas de león aparecen en el río y donde la dirección del tiempo extingue el deseo de volver. Y quiero que alguien me lleve de una orilla a la otra. Los budistas japoneses tienen un puente para las almas virtuosas y un vado para quienes cometieron pecados veniales. Ninguna de ambas posibilidades sirven a mi propósito: la segunda porque, a su paso por Shibamata, el río es profundo. La tercera, las aguas turbulentas, está reservada para quienes pecaron seriamente. ¿Cómo de fuerte es la corriente del Edo? 

Como en la laguna Estigia, también aquí hay dinero de por medio, los deudos dejan unas monedas al lado del difunto. El dinero lo allana todo. Al pasar la barca. Recuerdo La isla de los muertos de Arnold Böcklin. Al menos la que vi en la Antigua Galería Nacional de Berlín hace años. Böcklin repitió el cuadro muchas veces, aunque el primero lo hizo por encargo: -Pínteme algo que me haga soñar-. Le pidió una princesa que había enviudado hacía poco.

Algo así. No tan tétrico. Crúceme. Que alguien me lleve de un lado al otro. Por dinero. Porque tal vez tenga una concesión y esté obligado a remar para quienes tienen o quieren ir al otro lado.

Después de cenar caballa y panceta con tomate, vuelvo al hotel a por el trípode y doy un paseo alrededor de la estación. Las cervezas han provocado un efecto tranquilizador. Hago una foto. Eso es todo. C.K. me decía que los japoneses no se preocupan tanto a la hora de fotografiar o de componer un libro de fotos. Para ella no hay razones morales que iluminen un trabajo, ni un comportamiento ético que lo justifique. Sin embargo, la calidad estética de las fotografías de C.K. debe entenderse como una posición ética. Cuidar la forma dice mucho sobre cómo se relaciona con el mundo, sobre qué merece su atención y qué no. Los japoneses usan Yūgen para referirse, en lo estético, a lo que se sugiere y no puede ser dicho. Tal vez sea eso.

Creo que Wittgenstein no estudió filosofía oriental, pero algunas de sus proposiciones parecen escritas a este lado del mundo: 6.421 “Es claro que la ética no puede expresarse. La ética es transcendental. (Ética y estética son lo mismo)”. Posiblemente a esto se refiera C.K cuando me dice estas cosas y no nombra otras. Esa relación profunda es para mí un objeto inalcanzable y quienes llegan a entender la unidad de ambas son dignos de cruzar el Sanzu no Kawa a través del puente de la virtud.

Vuelvo al hotel. Ha empezado a llover. Ya no hay avisos sonoros en la estación; solo se oyen los trenes que llegan y se van, cada vez con menos frecuencia. Miro una última vez a través del visor de la cámara y veo a cualquiera menos a mí.

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Efectos adversos frecuentes 

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Tomé ayer una pastilla para dormir y aún así seguí trasteando con el móvil, viendo tonterías. Dicen que son los jóvenes los que no se separan del teléfono, pero los adultos tampoco lo soltamos. Esta mañana me he cruzado con un chaval que llevaba uno en cada mano. Atendía a los dos.

Parece que se duerme menos gente en el metro o esa es mi impresión. Ayer a una chica se le cayó el móvil al asiento de al lado y el ruido la despertó. Vi sus sandalias y no pude evitar hacerles una foto.

Voy hacia Asakusa pero me bajo no sé dónde y ahora ando perdido hacia un lugar que probablemente no tenga ningún interés. De momento he entrado en el templo Ekoin fundado por el shogun Tokugawa Letsuna -un antepasado de nuestro amigo Tokugawa Yoshinobu– tras el Gran Incendio de Meireki, de 1657 que destruyó dos tercios de Edo.  Desde entonces, el templo se convirtió en lugar de descanso para almas sin familiares supervivientes: víctimas de desastres, prisioneros ejecutados y animales. 

El templo tiene el suelo de parquelita y su salón principal está presidido por un Buda de 4 metros de altura. Se está bien. Hay un par de columbarios para perros y gatos; en los nichos, una foto de cada animal. M.S. me decía hace tiempo que si a un japonés le quitas una de sus dos religiones, es como si le cortaras un brazo. Pero la idea de la reencarnación es más budista que sintoísta. El sintoísmo prefiere los kami, los espíritus que habitan en la naturaleza. Para los budistas el animal es uno de los seis reinos posibles del samsara (el ciclo de renacimientos). Uno puede renacer como animal, humano, dios, semidiós, espíritu hambriento o en los infiernos, dependiendo de su karma. De hecho, algunos budistas son vegetarianos precisamente porque consideran que el animal podría haber sido su mascota en una vida anterior, o podría ser uno en el futuro. Tal y como van las cosas al otro lado del mundo, no creo que tarden en llegar a nosotros fórmulas o ritos parecidos. Las leyes de protección animal, la sustitución de hijos por perros o las manifestaciones de Juan Pablo II sobre el soplo divino al que hace referencia el Eclesiastés, convierten la canción de Bob Dylan en un chiste.

Me duermo cada vez más fácilmente. Elijo un banco y enseguida empiezo a soñar con un albañil que viene a enplastecer. Llega entonces un fiel y me despierta.

Voy al Museo Ota hay una hermosa colección de xilografías, muchas de Hokusay No permiten hacer fotografías y no hay mucho que fotografiar alrededor. No me arreglo bien con las horas: aunque desayuno a las seis y media, ya es tarde para la luz. Para cuando llega el atardecer ya soy un despojo. No doy con nada. Hay un plátano en una escalera. Un plátano de plástico con unos números para usarlo como teléfono móvil infantil.

He andado junto al tren elevado y no he encontrado nada. Un rayito de sol, nada más. Anda por ahí una idea estética sin ancla, una cosa de las que el mundo está lleno. No voy a ninguna parte.

Hoy me he vuelto a equivocar de tren dos o tres veces. No presto atención o me da igual, o cambio de opinión por el camino porque el destino es lo de menos. ¿Ir a dónde? ¿A por qué? Posiblemente sé qué tengo que hacer y sin embargo algo se resiste. Debo averiguar si ese algo está dentro o fuera.

Leí anoche a un autodenominado fotógrafo de la calle y sentí pena por mí mismo. No quiero eso para mí. Si pudiera llegar al corazón de algo —al mío propio, al de lo que busco— eso sería estupendo. Ha funcionado otras veces. ¿Cómo ha ido? ¿Por qué he estado menos reprimido otras veces y menos interesado esta?

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La flor del loto

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Me bajo en Kanamachi con demasiado sol. Paseo por la Universidad de Ciencias. Al lado hay unos campos de deporte. Unos ancianos juegan a una especie de golf suave en un campo de fútbol. Usan unos palos que parecen de plástico. Se trata de embocar la pelota en unos cestitos plantados en la hierba. Van a buen paso. Recorren cuatro o cinco “hoyos” plantados en medio del campo de fútbol y vuelven a empezar. Me siento después a ver jugar al tenis a unos cuantos jóvenes que se turnan conforme van perdiendo el punto. En las gradas, un empleado pasa un soplador, aunque todo parece limpio y antes ha barrido con una escoba de sorgo. Este detalle del soplador deja claro el amor por los lugares públicos.

Hay elecciones dentro de poco. Los carteles de los candidatos están pegados con adhesivos hexagonales de 1,5 cm a la pared. Se quitan luego con facilidad. No sé si tengo sed o pocas ganas de fotografiar. La máquina falla y no sé qué hago aquí. No voy a conseguir retratar a nadie. Solo queremos ser retratados cuando somos felices. Anteayer se me acercaron padre e hija para preguntarme si me acordaba de ellos. El día anterior les había tomado unas fotos.- ¡Claro!- les dije intentando aparentar que sí me acordaba. Les pedí un email y les tomé una foto con el móvil para identificarles cuando vuelva a casa.

Camino de Shibamata voy paralelo al rio Edo junto a los campos de béisbol. Hay un carril alto para peatones y bicis sobre el dique que protege las casas de las avenidas del rio . Voy por el camino de abajo: pasan ciclistas; ningún ruido que no sea el cli, cli, cli de las cadenas bien cuidadas. Hay un sombrajo con un banco y una fuente junto a un parterre en el que dos hombres siembran flores de primavera. Me quito los zapatos y me quedo dormido enseguida. Neruda comparó las bicicletas con insectos en el verano, y el Ayuntamiento de Pamplona ha reproducido algún verso de la oda junto a unas  bicicletas de aluminio en mitad de un paseo, una especie de monumento tautológico. 

“Pasaron

junto a mí

las bicicletas,

los únicos

insectos

de aquel

minuto

seco del verano,

sigilosas,

veloces,

transparentes:

me parecieron

sólo

movimientos del aire”.

Antes, Neruda me gustaba.

Aquí hay aparcamientos para bicicletas en cualquier parte. Todas las que ya no se ven en Pekín parecen estar aquí. Me he despertado al cabo de una hora con el sonido de las azadas. Sigo andando hasta la estación y de ahí al templo. Subo a ver los relieves de madera que lo rodean, protegidos por pantallas de cristal, son una historia de Buda con garzas y dragones. El conjunto representa algunas parábolas del Sutra del loto, posiblemente el sacerdote al que escuché el otro día lo estaba recitando en el salón del templo.

Detrás del templo está el jardín Suikeien. Una cuadrilla trabaja en un árbol de copa baja y ancha al que están poniendo un andamio a la mitad de su altura. Hay una chica vestida de geisha que posa en un puentecillo sobre el lago de las carpas. entorna los ojos y junta las manos en señal de no sé qué. 

Hoy, el bar de la estación está cerrado. Compro unas fresas. El frutero me las lava en las trastienda y me las como en el escalón de la entrada de una casa. La cámara ha seguido fallando. He hecho de todo: montar y desmontar el objetivo, probar con otro y probar con otros programas. La dejo descansar mientras me como las fresas. Una familia posiblemente indonesia o malasia se ha detenido frente a mí, a unos 10 metros. La madre ha sacado a uno de los niños de su silleta y este ha comenzado a correr de aquí para allá. Calza unas zapatillas que suenan a cada paso con el ruido de dos pollos de goma. El niño corre sin parar. Se aleja, vuelve y pasa junto a mí.

Las fotos, mal. No hago lo que quiero porque no sé qué quiero. La idea de añadir personajes al paisaje lo complica todo y además, este cielo. De dónde sale este cielo sin interés. Para ver un rastro de nube tienes que entornar los ojos hasta que el contraste deja percibir una mínima diferencia entre tonos. Mañana cambiaré de aires porque hacer cosas iguales da resultados iguales.

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Hogueras y huesos

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472 años. Vamos mejorando: 

A  Miguel Servet lo quemaron en Suiza en 1553 por sus libro Christianismi Restitutio: una publicación -herética para los calvinistas- entre cuyas páginas Servet describía por primera vez la circulación menor de la sangre.

472 años después, Emanuel Brünisholz, un reparador de instrumentos de viento de Burgdorf, ha sido condenado  por una publicación en Facebook sobre la diferencia entre los esqueletos de hombres y mujeres. Como se niega a pagar la multa, irá 10 días a prisión. Contestaba en esa nota  a Andreas Glarner, un miembro del Consejo Nacional Suizo.

La cuestión está posiblemente en cómo lo dijo: «Si desentierras a personas LGBTQI después de 200 años, solo encontrarás hombres y mujeres basándote en sus esqueletos. Todo lo demás es una enfermedad mental», 

El tribunal consideró la manifestación como una incitación al odio según el artículo 261bis del Código Penal suizo por negar las orientaciones LGBTQI y menospreciar al grupo. 

Artículo 261bis – Discriminación e incitación al odio.

«Será castigado con una pena privativa de libertad de hasta tres años o con una pena pecuniaria: Quien públicamente, de palabra, por escrito, mediante imágenes, gestos, vías de hecho o de cualquier otra manera, rebaje o discrimine de una forma que atente contra la dignidad humana a una persona o a un grupo de personas en razón de su pertenencia racial, étnica o religiosa o de su orientación sexual, o que por la misma razón niegue, minimice gravemente o busque justificar un genocidio u otros crímenes contra la humanidad; Quien rechace a una persona o a un grupo de personas, en razón de su pertenencia racial, étnica o religiosa o de su orientación sexual, quien se niegue a prestar un servicio público a una persona o grupo de personas por razón de su raza, etnia, religión u orientación sexual»

El caso del artículo 261bis es un ejemplo de la de democracia semidirecta suiza: Para poder adherirse a la Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Racial de las Naciones Unidas la norma fue sometida a referéndum nacional en 1994 y alternar aprobada por el 54,6% de los votantes. La ley fue ampliada para incluir la «orientación sexual» en 2020.

Reduxx Info Swiss, una publicación electrónica feminista, explica el caso, si bien no tiene en cuenta la coda final de la nota de Brünisholz

Stefan Zweig escribió Castellio contra Calvino. Conciencia contra violencia. Actual 100%

Jean-François Braunstein ha escrito La Religión Woke, un ensayo  en el que aborda  una explicación general y cuatro temas fundamentales: universidad, raza, cuerpo y ciencia.(En este último apartado hay una estupenda referencia a la epistemología).

Daniele Giglioli escribió Crítica de la víctima, un ensayo breve que ayuda a comprender el concepto y el cambio de su significado desde 1970

Finalmente Los peligros de la moralidad del psiquiatra Pablo Malo; para entender esa parte de la sentencia en la que la jueza dice que el castigo es «una lección, para hacerle entender la seriedad del asunto».

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Cómo llegar sano al mismo lugar

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Kishi no machi de Kanendo Watanabe.

Kenji Takazawa escribió el epílogo de una segunda edición. con fotos nuevas, porque los negativos de la primera se habían perdido. Entre lo ya visto y lo nunca visto, se titula el texto.

“Kishi (既視, ya ​​visto) significa la experiencia de haber visto algo antes. La palabra tiene un sonido hermoso, pero resulta incongruente. Si fuera kichi (既知, ya ​​conocido), lo entendería. Al fin y al cabo, el conocimiento de algo continúa incluso después de haberlo aprendido inicialmente. Sin embargo, a diferencia del conocimiento, ver no es una experiencia continua. Haber visto es, sin duda, haber experimentado, pero lo visto cambia; en lo que respecta a las escenas representadas en este libro, estos cambios son evidentes. Sin duda, la brecha entre la realidad y la experiencia de algo visto una vez se amplía con el tiempo, por eso dudo en usar la palabra kishi.

Y, sin embargo, esta idea de experimentar algo como si ya se hubiera visto me resulta familiar. El término francés déjà vu, traducido al japonés como kishikan (既視感), significa reconocer algo como si ya se hubiera visto. No distingue entre si algo se vio realmente o solo en un sueño o en la imaginación; el déjà vu es simplemente la sensación de superposición entre la imagen en la mente y el paisaje que se presenta ante los ojos.

Pero kishi y kishikan no son lo mismo. La palabra kishi carece de la coherencia de kishi-kas; no resulta cómoda. Si ver no es una experiencia continua como el conocimiento, entonces todo lo que podemos hacer es conectar la apariencia superficial de nuestro mundo en rápida evolución mediante una secuencia de experiencias visuales. Es como si viviéramos en una sucesión de declaraciones de que hemos visto, hemos visto, hemos visto, en una especie de amnesia que nos permite recordar solo instantes fugaces. Pero existe otro acto familiar en el que declaramos haber visto: la fotografía casual de nuestra vida cotidiana. Lo que las fotografías de Calles Ya Vistas representan es bastante claro: un planetario, una autopista, una fábrica, un río, un tren absorbido por (o emergiendo de) un edificio, un escaparate, una valla publicitaria, una casa, un automóvil doblando una esquina, ropa de cama aireándose desde una ventana, un invernadero en un jardín botánico, caimanes, carreteras y árboles, modelos anatómicos humanos, una montaña rusa en un parque de atracciones. Cada cosa puede describirse con palabras, y sin embargo, simplemente sustituir lo representado por palabras no significa que se haya transmitido la fotografía a través del lenguaje. Cada fotografía indica una escena que el fotógrafo «vio», pero no nos dice nada más.

Una fotografía no es más que una imagen fijada en papel fotográfico, resultado de la exposición de la película a la luz, captada por una lente y reflejada desde la superficie de las cosas. Si una fotografía evoca una sensación de déjà vu, seguramente se trata de un fenómeno generado por los movimientos de la mente del espectador y no tiene nada que ver con el fotógrafo. Lo único que podemos decir con certeza sobre el mundo de las «calles», lo que se captura en este volumen (llamarlas «calles de déjà vu» sería presuntuoso), es que ya han sido «vistas» por la cámara.

Y, sin embargo, no puedo evitar percibir una atmósfera fantástica en estas fotografías. Sospecho, también, que no soy el único en esto. Paradójicamente, la misma crudeza de estas fotografías, su completa eliminación de cualquier afán comercial por complacer, da rienda suelta a la imaginación del espectador. La intención del fotógrafo es evidente, pero si la intención de transmitir algo es una especie de adición, aquí tenemos una sustracción intencionada.

(…) Quienes experimentamos una sensación de kishikan («déjà vu») somos nosotros, quienes vemos. La cámara, sin embargo, carece de tal subjetividad. Quizás creamos que usamos la cámara subjetivamente, pero al mirar por el visor no podemos ver cada rincón. La prueba está en cuánto de lo invisible se revela al ampliar una fotografía. Surge entonces la pregunta de si realmente alguna vez «vimos».

Las calles que creemos haber visto con nuestros propios ojos se desvanecen de la memoria, y el hecho de haber sido «ya vistos» permanece solo en la superficie del papel fotográfico. Calles Ya Vistas sacude los cimientos de nuestra certeza en nuestra propia visión. ¿Son las calles «ya vistas» o «nunca vistas»? Incluso esta distinción es ahora difícil de hacer. Desde algún lugar oigo una voz que dice que esto es fotografía: lo ya visto y lo nunca visto, dos caras de la misma moneda”.

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El miedo a la página en blanco

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La muerte siempre anda cerca. Antes de venirme para aquí, llamó S. para quedar: su esposa se estaba muriendo. Él sabía cuánto tiempo de vida le quedaba y calculé que moriría cuando yo terminara la libreta que usaba entonces. Por eso no las termino. Todas  acaban así, con la muerte de alguien. Dejo las últimas páginas en blanco, pero no sirve de nada. En todas hay una anotación fúnebre. Recuerdo la primera coincidencia, cuando A. se mató en un accidente. Se mató en una curva y en la última página de una libreta. Después, una tras otra. Dejé sin terminar la que usaba cuando llegué aquí. Hay 3 páginas en blanco. Da lo mismo.

No es superstición. Es coincidencia. Cualquier rutina coincidirá con hechos naturales. Nada tan natural como los nacimientos o las muertes. Otra cosa es la forma de verlo. Hace un año G. me habló de la muerte de su hermano. Era creyente y G, también. En la cama del hospital, justo antes de morir, su hermano le decía: -¿No ves a mamá ahí? ¿No ves que me dice ven, ven?

En De vidas ajenas, las coincidencias son casi tan importantes como la muerte. “Si contara las cosas tal como sucedieron, -dice Carrère- me reprocharía haber forzado el paralelismo. Pero es la realidad la que lo fuerza. Yo no tengo que inventar nada.”  Y es que no hay forma de explicar fácilmente cómo dos jueces —Etienne y Juliette— resultan, cada uno por su lado, supervivientes de un cáncer, ambos cojos, dedicados en el tribunal de Vienne, a  dictar sentencias favorables a los más endeudados. Esa acumulación de rasgos repetidos podría parecer absurda: sin embargo, es real, y es el motor del libro. La coincidencia es el vínculo entre el escritor, los protagonistas y el lector. Pero Carrère no exhibe esas coincidencias sino que las deja fluir: el mundo se cuenta por sus coincidencias.

Cuando el reloj del comedor marca las 9 en punto, las cocineras y las camareras se colocan delante del mostrador, dan las gracias a los clientes y se inclinan antes de recoger el menaje. No más té, no más arroz, no más sopa de misho o de maíz.

El hotel presta paraguas, pero no quedan en el paragüero. Cuando ya he doblado la esquina, una de las recepcionistas me alcanza con uno abierto. -Gracias-. Me ha dicho.  69 euros la habitación con desayuno. El paraguas es de plástico transparente.

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Lo exótico y el alivio

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A las 06:30 llueve bastante Salgo a dar una vuelta por Matsudo. Hay quien dice que este es un barrio sin interés, un sitio para dormir. 450.000 habitantes tienen que dar para más. Al atarceder, la plaza delante de la estación es un mini Tokio. Los edificios de 10 pisos está llena de restaurantes, tiendas de electrónica, ropa, papelerías. Todo hacia arriba, hacia la grúa que señala por dónde se amplía la estación.

Estaría encantado de saber qué busco. Tengo el recuerdo de una conversación, sentados delante de un bungalow junto al rio San Lorenzo en Gaspesie, hablábamos de fotografía. F Me dijo: -¡Ah! Tú buscas lo exótico-. Le contesté lo primero que se me ocurrió: -Me parece que busco lo parecido-. 

Nunca había dormido en un motel. Uno de verdad, con su jardincito, su mesa para cenar fuera, la cama ancha y la sensación de que puede venir un asesino con un hacha. No he olvidado el reproche ni la contestación, y aquí estoy, de paseo por Matsudo en busca de semejanzas.

La lluvia ha hecho desaparecer a peatones y ciclistas. En un parquin de bicicletas, el encargado me pide que me aparte: los clientes entran deprisa, después de tomar una curva de 90 grados. Le entrego una tarjeta impresa donde explico en qué estoy trabajando. La mira con desdén y ne la devuelve. No conozco a nadie, ni con nadie puedo hablar. Vuelvo al hotel antes de que termine el horario del desayuno. Dos mujeres hablan en francés. Podrían ser de Nueva Caledonia o de la Polinesia Francesa. Gritan muchísimo. ¿Tienen que sentarse a mi lado? Además, los pies de pata de las sillas no están protegidos, así que el desayuno es un estrépito ¿Tanto valen 160 conteras de goma?

Salvo el café, el desayuno es bueno. Hay té verde. Mientras me sirvo sopa de misho, un poco de arroz blanco y una ensalada con encurtidos, recuerdo la tablilla que dejé ayer para quemar en el templo de Shibamata. Hace años, se puso de moda por aquí un tipo de confesión comunitaria en la que los fieles escribían sus pecados en un papelito y luego el oficiante los quemaba todos en un recipiente. Escribí ayer algo que nunca había escrito, que nunca he dicho y lo dejé en el montón de quemar.

En medio de este chirriar de sillas y francés ultramarino, los dos recuerdos unidos por el bol de arroz, me llevan otra vez a Barthes: Ni para Barthes ni para las tablillas la escritura busca durar. No se trata de fijar un sentido, sino de provocar un movimiento: desgarro o alivio. La culpa deja de ser una carga y se convierte en eso, en escritura. La madera fina y el rotulador que los monjes te facilitan a cambio de 300 yenes convierten el sentimiento en algo casi gozoso: escribir y destruir. Un poco más de té verde y exotismo a gritos.

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El edificio y los sentidos

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«… por cuanto la ruina de los cimientos lleva necesariamente la de todo el edificio, me dirigiré en principio contra los fundamentos mismos en que se apoyaban todas mis antiguas opiniones.

Todo lo que he admitido hasta el presente como más seguro y verdadero, lo he aprendido de los sentidos; ahora bien, he experimentado a veces que tales sentidos me engañaban, y es prudente no fiarse nunca por entero de quienes nos han engañado alguna vez».

Meditationes de Prima Philosophia

Descartes


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Sobre víctimas

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«Por su propia fuerza, el dispositivo victimista tiene la palabra sin mediación alguna, está presente para si mismo y no necesita de verificaciones externas: frente a una víctima real, sabemos enseguida qué sentir y pensar. De este estatus se apropia el líder victimista (y a menudo también el líder de las víctimas), transformando, por transferencia analógica, una desventaja en ventaja: ¿cómo podéis debatir acerca de mi dolor, de mi inocencia, de mis prorrogativas? Yo soy irrebatible, estoy por encima de toda crítica, soy dueño y señor de vuestra mirada y de vuestras palabras. No tenéis derecho a cualquier tipo de enunciados; solo a los que me son favorables, so pena de degradaros en verdugos.

La palabra de la víctima, absoluta por incensurable, es el disfraz más astuto del que Lacan llamaba «el discurso del patrón»: un discurso que, sobre la base de una norma fundada solo en sí misma, pero suplementada por el derecho al resarcimiento del que la víctima goza, impone el tono de la réplica, fija el contexto, dicta los términos de la confrontación y prohíbe que se cambien por el (supuesto) bien del interlocutor. El patrón, ha escrito Slavoj Zizek, comentando a Lacan, «es el que recibe dones de manera tal que quien da perciba la aceptación de su propio don como un premio». No se trata, pues, de un «sé bueno y dame la razón», sino más bien de un «dame la razón y serás bueno»».

Crítica de la víctima

Daniele Giglioli

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Arbus en el hotel

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«Estoy en un enorme y precioso hotel blanco y adornado que está en llamas, condenado, pero el fuego arde tan lentamente que a la gente todavía se le permite entrar y salir libremente. No puedo ver el fuego, pero el humo flota por todas partes, especialmente alrededor de las luces. Es terriblemente bonito. Tengo prisa y tengo muchas ganas de fotografiar. Voy a nuestras habitaciones a buscar lo que debo guardar y no lo encuentro, sea lo que sea. Mi abuela está por ahí, quizá en la habitación de al lado. No sé qué estoy buscando, qué debo salvar, cuándo se derrumbará el edificio, qué debo hacer, durante cuánto tiempo puedo fotografiar. Quizás ni siquiera tengo película o no encuentro mi cámara. Me interrumpen constantemente. Todo el mundo está ocupado y deambulando, pero todo está tranquilo y un poco lento. Los ascensores son dorados. Es como el Titanic que se hunde… Estoy llena de alegría pero ansiosa y confundida y no puedo llegar a fotografiar. Toda mi vida está ahí. Es una especie de éxtasis tranquilo pero dolorosamente bloqueado, como cuando nace un bebé y las enfermeras te piden que esperes porque no están preparadas. Estoy casi abrumada por el deleite, pero atormentada por sus interrupciones. Hay cupidos tallados en los techos. Quizás no pueda fotografiar si guardo algo, incluida la cámara y a mí misma. Estoy extrañamente sola, aunque hay gente por todos lados. Siguen desapareciendo. Nadie me dice qué hacer, pero me preocupa estar descuidándolos o no hacer algo que se supone que debo hacer. Es como una emergencia en cámara lenta. Estoy en el ojo de la tormenta».

Revelations

Cuaderno de sueños de 1959 (nº1)

Diane Arbus

 

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Soñar con benceno

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“Fue August Kekulé, un químico alemán que trabajaba en Londres, el que desentrañó finalmente el misterio. Escribió: Una bonita tarde veraniega volvía a casa como siempre en el último autobús del día, que circulaba por las calles desiertas. Caí en una ensoñación y ,zas, ahí estaban los átomos retozando delante de mí. (…) El grito del conductor, «¡Claphars Road!», me despertó y concluyó mi sueño; pero pasé una buena parte de la noche pasando al papel al menos algunos esbozos de las formas que vi en sueños.

Sin embargo, la estructura del benceno siguió resultando escurridiza. Trabajó muchos días hasta bien entrada la noche tratando de dar un sentido a estos diagramas hasta que finalmente otro sueño desveló el secreto:

Puse la silla frente al fuego y me quedé adormilado. Ahí estaban de nuevo los átomos danzando ante mis ojos […] a veces algunas sartas se acomodaban más estrechamente, hermanándose y enroscándose como una serpiente. Pero ¡mira! ¿Qué es esto?

Una de las serpientes se había mordido la cola y se arremolinaba burlonamente ante mis ojos. Y entonces una especie de relámpago me despertó”.

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Cuando fuimos iconoclastas

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Alquimia en lugar de estática

«En las primeras generaciones del imperio, el antiguo politeísmo empezó a convertirse en monoteísmo mágico, sin que muchas veces cambiase nada en la forma exterior del culto del mito. Había surgido un alma nueva, que vivía las formas viejas de otra alma. Seguían los mismos nombres, pero cubriendo nuevos númina. Todos los cultos de la Antigüedad posterior, los de Isis y Cibeles, los de  Mitra, Sol, Serapis, no son ya tributados a seres con fijeza y representados plásticamente. En la Acrópolis se adoraba a Hermes Propileo a la entrada. Pocos pasos más allá se encontraba el Santuario de Hermes, el marido de Aglaura; y sobre este lugar, se alzó más tarde el Erecteón. En el extremo sur del Capitolio, junto al Santuario de Júpiter Feretrio, que, en vez de estatua, tenía una piedra sagrada (sílex), estaba el de Júpiter Óptimo Máximo; Y cuando Augusto construyó para éste un templo gigantesco, hubo de dejar intacto, respetuosamente, el lugar donde el numen moraba primero.

Pero en la época cristiana primitiva ya Júpiter Doliqueno y Sol Invicto eran adorados dondequiera «hubiese dos o tres reunidos en su nombre». Todas esas de deidades fueron poco a poco, sintiéndose como un numen único; solo que cada creyente de un determinado culto estaba convencido de que la verdadera forma era la que él conocía. En este sentido, se hablaba de «Isis, la del millón de nombres». Hasta entonces los nombres habían sido denominaciones de otros tantos dioses, de otros tantos seres distintos, por el cuerpo y por la morada. Ahora son títulos de un solo, a la que cada cual se refiere.

Este monoteísmo mágico se revela en todas las creaciones religiosas, que desde el Oriente llenan el imperio: la Isis, Alejandrina; el dios del Sol (el Baal de Palmira), preferido de Aureliano; Mitra, protegida por Diocleciano, y cuya forma pérsica fue totalmente transformada en Siria; la Baalat, de Cartago ( Tanit, Dea caelestis), adorada por Septimio Severo. Éstas deidades no aumenten el número de los dioses concretos, a la manera antigua, sino que, por el contrario, los absorbe, en un modo que cada vez se aparta más de la representación plástica. Esto es alquimia en lugar de estática. A este nuevo sentir corresponde la aparición de ciertos símbolos -el toro, el cordero, el pez, el triángulo, la cruz- en lugar de las imágenes. La frase in hoc signo vinces no suena ya a «antigua». Va a preparándose la aversión a las representaciones de la figura humana, aversión que llegó más tarde a la prohibición de las imágenes en el islam y en Bizancio».

La decadencia Occidente

Oswald Spengler

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Silencios y liberación lenta

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En un triste encuentro con H, me doy cuenta de que mi cinismo ha acabado con muchas amistades: comentarios, correspondencia, acidez. Por otra parte, si no puedes decir a los amigos qué piensas, no servirá de mucho el intercambio. Adónde voy preguntándome esto: miro a las personas con las que ya no me relaciono, tal vez porque dije algo inconveniente, y no me resulta muy doloroso. Es muy posible que sea yo una persona de las que ahora resultan ser tóxicas: un bote de veneno rápido para unos, una pócima de liberación lenta para otros.

aaaaaaa

«Durante mi solitaria vida (…) he hablado más bien para evitar oírme a mi mismo». El silencio que conforman las palabras de Monsieur Ouine en la habitación no aporta ningún alivio: «Está lleno de otras palabras no pronunciadas, que Steeny cree oír murmurar, agitarse en algún sitio, en la sombra, como un nudo de reptiles». Al morir, monsieur Ouine emite el leve sonido de una risa «que apenas se alzaba por encima del silencio».

Historia del silencio

Alain Corbin

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Rápido REM estará en ARCOmadrid

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«Tal vez ayude pensar que el sueño es como una vidriera. La luz blanca que es una mezcla de todos los colores, entra por un lado, pero lo que sale por el otro tiene una combinación definida de colores que a menudo resulta muy significativa. Como hace la vidriera, el cerebro actúa como filtro que impone orden en las señales aleatorias que pasan a través de él».  Bill Dement

22 al 26 de febrero
Stand Arts Libris (7C3)

Con los últimos ejemplares a la venta de la publicación, y originales de las fotografías de Rápido REM en dos formatos (de 254 x 189 mm sobre papel de 298 x 209 mm; y de 493 x 375 mm sobre papel de 595 x 420 mm). 5 copias de cada foto + 1 p/a, por cada tamaño.

Las copias fotográficas han sido impresas en ink-jet, con tintas pigmentadas en blanco y negro, y soporte papel de conservación baritado de 310 g.

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Los miembros derribados

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«Y no es otra la causa de que, cuando el sueño tiene derribados los miembros, nuestro espíritu permanezca en vela: porque lo excitan los mismos simulacros que cuando estamos despiertos, hasta el punto que creemos ver al que, dejando la vida, fue ya presa de la muerte y de la tierra. La Naturaleza produce estas ilusiones porque todos los sentidos del cuerpo reposan, paralizados, en los miembros, incapaces de refutar el error contrástandolo con la verdad. Además, la memoria yace sumida en lánguido sueño y no arguye que aquel que el espíritu cree ver en vida, fue presa ya hace tiempo de la muerte«.

De la Naturaleza

Lucrecio

Ed. Acantilado. pág. 373

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