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Passy en invierno : Viajes

Las crisálidas

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Viajo al azar y llego a la estación de Keisei-Tsudanuma. Atravieso un polígono industrial limpísimo. Unos operarios cortan los setos que bordean las calles. Además del empleado que maneja la motosierra, otros cuatro sujetan dos mamparas transparentes para que los restos de la poda no salgan ni a la carretera ni a las aceras.

Busco un camino que me lleve al mar. Encuentro una senda junto al Centro de reciclaje de Narashino. Llego a una larga escollera de bloques tetrápodos y una linea paralela de cubos de piedra blanca. Para evitar que la linea se haga cegadora hay, de vez en lcuando, un cubo gris. el perfil de algunos barcos mercantes reverbera en la bahía. Hay una luz horrible. Nada que hacer aquí. Nada que pensar.

He tomado antes unas fotos en un parque infantil. Ahí, a lo mejor, pero no creo. Se me ha ocurrido algo como Little Tokyo, pero me parece una mierda de idea. Tengo el cráneo vacío, hueco. Sin nada.

Una hora de viaje en tren y otra de vuelta. Un largo paseo al sol para nada. El resultado de no planificar el día, como si la inspiración fuera a venir del cielo. Por qué miramos al cielo. Qué gesto tan gratuito. El camino de la sabiduría. El camino, día tras día, pero mejor planificado, y ni aun así.

Para terminar la tarde hago un par de fotos en la estación de Matsudo. Dos chicas jóvenes se tapan la cara. Les sonrío. Todo está cambiando en Japón. N.C. me había hablado de que solo ahora, las mujeres han comenzado a tener conciencia de su propio cuerpo.

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Onicopatía leve

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Este en el que estoy ahora, el de Pekín, tiene cristaleras de arriba abajo en los pasillos de las puertas de embarque, lo mismo que en los fingers. No pierdes de vista las actividades de los aviones, los autobuses, camionetas de servicio y coches amarillos con sirena que van y vienen entre las líneas marcadas sobre el asfalto y el hormigón.

Ha habido un rato durante la noche en el que no había movimiento. No aterrizaban aviones. las pistas estaban a oscuras y casi no había viajeros. Los asientos no tienen reposabrazos y puedes echarte a dormir. Me he tomado un Trankimazin y me he despertado a las 04:30. La maleta, debajo de unas cuantas cámaras de vigilancia. Hay cámaras por todas partes, de esas de 360° y otras que no había visto nunca y que me hacen pensar en el reconocimiento facial. Ha amanecido enseguida, mientras le daba vueltas a una conversación que mantuve con una conocida, antes de venir. ¿Qué nos lleva al sufrimiento y al autoengaño? ¿Cuánto hemos de amar y por qué hemos de amar? El cielo en el aeropuerto de Pekín es igual que el que vi hace 15 años: no puedes saber si es neblina o contaminación. Leí que habían reducido las emisiones industriales, pero no sé con qué resultado.

Acaba de llegar el hombre que se encargará del embarque. No se ha peinado. Hace ya media hora que la tripulación ha subido al avión. Otra vez me falla la queratina. Las uñas se me parten. En el avión de Madrid a Pekín se me ha roto la uña del pulgar izquierdo. Le he pedido una tirita a la azafata señalándome el dedo: -No. ­–Me ha dicho con sequedad–. Luego ha sonreído como un Playmobil: -¿Quiere más té?-

Tengo esta lista de cosas para hacer cuando llegue: 1) Cambiar el cable del cargador de baterías por uno japonés. 2) Comprar un ladrón para el cargador y la cámara grande. 3) comprar un enchufe USB japonés para el móvil. 4) Anti mosquitos.  Mientras paseo, encuentro sobre un banco un cable USB con su enchufe japonés. Miro alrededor. No hay nadie, me lo llevo y me siento un poco más allá para tachar el apartado 3 de la lista.

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Busto con gafas

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Espero a que abran los mostradores de facturación. A mi derecha una pareja de chinos reorganiza una enorme maleta. La mitad está ocupada por latas de Kas Limón empaquetadas de seis en seis A la izquierda un hombre mira en el teléfono la prórroga del partido del Inter contra el Barcelona. Llega ahora su mujer que se sienta entre él y otro hombre que habla por teléfono al estilo tostada. He cenado una hamburguesa en el único restaurante abierto en la T1: un Burger King. He pagado a precio de menú una hamburguesa blanda y un botellín de agua. Ni siquiera me han puesto un vaso de plástico, un cubierto, una bandeja o una miserable servilleta de papel. El suelo estaba sucio, lleno de los recibos que hay que retirar para que luego te sirvan el pedido. Miro por la ventana que da al pasillo de la terminal, y recuerdo a Gustavo Fring, el dueño de “Los Pollos Hermanos”, en la escena de Better Call Saul en la que obliga al pinche a fregar de nuevo la freidora, a pesar de que está limpia.

Air China no abre todavía. Paseo por la terminal donde ya están tumbadas algunas personas que viven aquí. Todas tienen una o dos maletas, mantas, alguna almohada. Una pareja ya está dormida; se abrazan amorosamente haciendo la cuchara. Hay dos hombres y una mujer charlando entre dos columnas. Tienen aspecto de haber abandonado la droga hace poco o de estar simplemente entre pico y pico. Otra pareja ha hecho una especie de refugio volcando un medidor de maletas rojo. Es una especie de habitación sobre plano. La pared, una columna y otra pared metálica con los hierros hacia fuera. Me he cruzado tres o cuatro veces con un hombre mayor, deshecho, que empuja un carro con dos maletas y unas bolsas de plástico. Va y viene de la T2 a la T1. 

Como han retirado los bancos de la terminal camino de aquí para allá haciendo tiempo hasta que doy con la capilla del aeropuerto. Me siento en el último banco. la lámpara del sagrario está encendida. A su izquierda hay un relieve de san Josemaría Escrivá de Balaguer. A mi amigo G. no le gustan los bustos con gafas. Dice que no funcionan. Refugiado en la capilla, leo a Roland Barthes: “Estar con quien se ama y pensar en otra cosa: es de esa manera, como tengo los mejores pensamientos, como invento lo mejor y más adecuado para mi trabajo”. Me distrae la puerta que se entreabre: un hombre hace una genuflexión, se santigua mirando al sagrario y cierra enseguida. Viene después otro hombre que cuando me descubre al fondo, exclama – ¡Ah! -. Repuesto de la sorpresa, mira su reloj y añade: -Vamos a cerrar-.  De nuevo en los pasillos de la terminal descubro un banco de tres plazas, pero ya está ocupado. Una mujer está recostada en dos asientos y el tercero lo ocupa la estatua sedente de un hombre barbudo, tan mal colocada que sus pies no llegan a tocar el suelo.

Paseo de madrugada junto a los mostradores cerrados de las aerolíneas a cuyos pies duermen indigentes que aún no son noticia, y recuerdo el tiempo en el que algunos aeropuertos tenían terrazas desde las que podían verse los aterrizajes y los despegues como lo que eran: un espectáculo.

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París, Arizona

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«Creo que la mente es lo más valioso del mundo… Hace poco estuve en Israel y me llevaron de Belén a Jericó por veredas polvorientas hasta llegar a la frontera con Jordania, y el paisaje me pareció un desierto como otro cualquiera, pero con una diferencia: nunca olvido que este es de los más antiguos del mundo; que hace 7.000 años la gente ya construía todos nuestros recuerdos aquí, era una superficie de 300 km. Sólo queda tierra y rocas, no hay vestigios, pero uno lo sabe. Es absolutamente antidialéctico afirmar que no es diferente de cualquier zona desértica de Arizona. No es posible separar las cosas, pues toda nuestra percepción del mundo proviene de nuestra mente. No se puede divorciar algún tipo de existencia formal de la existencia mental, funcionan juntas y encajan bien».

Christo Javacheff

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La salida del barco

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El texto de la carta: «Le estoy profundamente agradecido por su consideración y su correspondencia durante todos estos años. Es lamentable, pero he perdido la oportunidad de hablar con usted de nuevo y contestar así a sus últimas y amables palabras. Pensé en visitarle, pero su barco ya había partido, así que redacté esta nota para que el mensajero le hiciera llegar mi gratitud. Con gran respeto, Ao se inclina ante el Comisionado de Administración Guan».

La nota del MET: «Wang Ao fue un erudito de Suzhou que se convirtió en Gran Secretario, uno de los puestos más prominentes de la burocracia imperial. El texto de esta carta es decoroso, pero casi completamente desprovisto de contenido. Wang comienza con una disculpa por no escribir al destinatario más a menudo y luego termina rápidamente diciendo que el barco se va y no pueda escribir más. Aunque la carta es superficial, la lujosa papelería con estampado de hortensias y la sinuosa pincelada de una mano famosa hicieron de este un objeto digno de atesorar». (En la exposición Reclusión y comunión en el arte chino. Hasta agosto del 2022. una forma de inteligente de contraponer las soledades y la comunicación de estos últimos meses con las de la cultura china).

«…casi completamente desprovisto de contenido» Dice el MET y, sin embargo, en una sola carta, tantas cosas: el placer -o la obligación- de comunicarse, sin decir nada apenas. Basta con saludar y hacerlo con elegancia. Describir una acción que encadena otras que no se citan: un no llegar a tiempo; tal vez la visión de un barco que ya se ha adentrado en el mar, medir la distancia con el destinatario, comparar el recorrido de este y del mensajero. O una inacción: la pereza de un encuentro que no es tan gratificante como la correspondencia. Y todo como una excusa para justificar el gusto por la escritura, casi por la pintura con un sentido directo, como si no hubiera una pantalla intermedia entre lo dicho y su representación.

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de Orly a Denfert-Rochereau

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Querida A.:

Recordaba ayer nuestros cigarrillos a la salida del aeropuerto. Con qué avidez abríamos la cajetilla junto a la parada de los taxis. Desacompasado, el crescendo de los motores en el despegue, llegaba después de que los aviones estuvieran ya en el aire: el eco de las terminales, imagino. Una calada más antes de tomar allí mismo un taxi camino de la ciudad. Los anodinos hoteles para viajeros junto al peripherique y los edificios de las multinacionales que empiezan a iluminarse cuando cae la tarde, al lado de las últimas casas bajas; todo pasa por las ventanillas del taxi. Una mancha gris, con ecos de azul hielo, rosas y naranjas hasta  llegar al león de Denfert-Rochereau. Y ahí empieza París.

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Camino de Orly

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“¿En qué momento realmente empezó esa historia? ¿Fue al facturar la maleta o cuando paramos un taxi para ir al aeropuerto o cuando la azafata nos sonrió al damos los periódicos o cuando, diez años antes, comenzamos a soñar en ese viaje o bien cuando nos dormimos durante el vuelo y soñamos que no volábamos?»

Enrique Vila-Matas

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Guerre à la tristesse

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Estimada Sra. Lindo:

Ya no me quedo más de 2 días en sanfermines. El 8 me voy a cualquier sitio. Iba a llover al este y salí camino del Maestrazgo. A 400 km de casa, Pamplona era una altar dedicado a la tortura y la violación. Debería haber viajado sin móvil. Los periodistas más insignes dedicaban sus reflexiones a un puré de toros, alcohol, fiesta y abusos sexuales; una especie de cinta de Moebius en la que no se puede distinguir dónde empieza una cosa y acaba otra. He leído hoy su artículo que ha resultado una especie de guinda, ¡Viva la Cultura! Inevitable recordar el grito de Millán-Astray. Algo más joven que el del general golpista  prefiero el de Inge Morath: Guerre à la trisstesse!

Ese no salir del cascarón, Sra. Lindo, no es un patrimonio nacional. Eche un ojo a la Gran Bretaña y a su nuevo Consejo de Ministros o a la China milenaria. Quitarse de encima los prejuicios es un negocio personalísimo, porque si hablamos en términos de país, sabe usted que nuestras ansias de europeísmo no tienen rival en toda la Unión.

A pesar de lo que dice el vals de Astráin y a no ser que el catetismo sea supino, nadie cree que las de su pueblo sean «en el mundo entero unas fiestas sin igual». Si los periódicos son incapaces de hacer periodismo de calidad y dar contenido a las páginas de Cultura, es su problema, no el de los lectores. Le recuerdo que en el periódico en el que usted escribe hay una hermosa sección dedicada a la tauromaquia y si la prensa española quiere espejos en los que mirarse, solo tiene que cruzar la frontera o preguntarle a usted acerca de lo que lee en inglés.

“Nunca te olvides de que esto es España” dice usted. Yo tampoco voy a los toros. Dejé de ir no hace mucho. Antes me gustaban. Hasta me sabía algunos artículos del reglamento. Ya no me interesan. Ahora prefiero la pelota. Claro que esto tiene un inconveniente: es más localista, más provinciana. Sin embargo, mientras recorría el Maestrazgo, La Iglesuela del Cid, Mirambel, veía cómo preparaban sus calles para los festejos taurinos. En Cantavieja oí la noticia de la muerte del torero Barrio y también leí las barbaridades de algunos tuiteros. Creo como usted que los toros desaparecerán tarde o temprano porque si está mal tirar una cabra desde un campanario o arrancarle la cabeza a un pato corriendo a galope tendido, la lidia de un animal hasta su muerte tampoco parece de recibo. Todo llegará. (Los mayas dejaron de jugar a la pelota: al que perdía, lo pasaban a cuchillo).

Me parece que aún vive usted en los Estados Unidos de América y aunque es un país hecho de emigración, sabe que ahí sí que puede decirse “Nunca te olvides de que esto es USA”. Cualquier celebración, por no hablar de cualquier invasión patriótica es un buen ejemplo del localismo norteamericano.

Hablaba usted el otro día en la radio del 15% de la población norteamericana: de los negros. Tal y como lo contaba usted y por lo que se ve en las grabaciones de los videoaficionados, si tuviera que elegir, prefiero el toreo, que –por cierto- no es solo un asunto español: Aunque a mi no me verá en sus gradas, las plazas del sur de Francia programan festejos de primer nivel, lo mismo que algunos países centroamericanos.

Si quiere hablamos ahora de los decibelios y el alcohol.  Ya que se cita a sí misma y a los que son como usted, haré  lo propio. En toda mi vida -apenas nos separan 2 años- he estado en uno o dos conciertos de música popular. Prefiero la música clásica. Si Anne-Sophie Mutter toca cerca, igual voy y he recorrido un buen puñado de kilómetros para oír a La Netrebko. Eso no me impide reconocer que el rock es cultura y que su transmisión se produce a base de  decibelios, algo que soporto con mucha dificultad, al contrario que cientos de miles de personas en todo el mundo, desde Central Park a La Défense,  que disfrutan de lo que les gusta a todo volumen. Seguro que habrá visto el documental del concierto de los Beatles en el Shea Stadium delante de 55.000 personas. Sé que le gustan. El equipo de sonido que llevaban para la gira fue insuficiente y «muchas adolescentes y mujeres fueron vistas llorando, gritando, e incluso desmayadas».

Ese grupo de personas al que usted dice pertenecer y al que con ironía atribuye una «falta de sensibilidad cultural necesaria», sabe perfectamente diferenciar entre unas cosas y otras.  No es el Lincoln Center ni su orquesta de jazz pero le pondré como ejemplo las cifras que acaba de publicar el Ayuntamiento de Pamplona: “1,5 millones de personas han participado en los actos programados dentro de las fiestas de San Fermín que este año han contado con cinco espacios participativos impulsados por distintos colectivos. En las cifras totales destacan el número de personas que se acercaron a ver los disparos de las colecciones de fuegos artificiales y que sumaron 424.000 espectadores y las que acudieron a las verbenas que han regresado a la Plaza del Castillo (más de 140.000 personas). Otro incremento de público reseñable se ha producido en el ciclo Jazzfermín”. Tal vez no sean actividades a las que Fumaroli daría su placet pero Colina y Domínguez tampoco están mal.

Lo del “desparrame” me parece algo vago, aunque como creo que le entiendo, le diré que no sabe usted cómo lo pasamos. Se disfruta mucho. Ves a amigos con los que no coincides durante meses, paseas por una ciudad irreconocible, blanca y roja, llena de alegría. Una ciudad abierta, dispuesta a disfrutar después de un año de trabajo. Ya sabe usted que san Fermín se celebraba el 24  de septiembre pero por motivos meteorológicos, hace mucho que se decidió adelantar la fecha a julio. Es una fiesta mitad religiosa mitad pagana, como casi todas las fiestas europeas. Ni mejor ni peor. Tan socializadora como todas. Tan desparramada como todas. Con los mismos decibelios que las que se celebran en Berlín. No; no es verdad. Con menos decibelios que las berlinesas. Con la misma producción de basura, con los mismos riesgos, con las mismas grescas, con los mismos hurtos y luego hablaremos de lo demás.

En cuanto a esto de las “Las mujeres que ostentan algún tipo de cargo en la ciudad saben a qué ha respondido este tabú que comenzó a resquebrajarse cuando se produjo el asesinato de Nagore Laffage”, ¿por qué las mujeres? ¿por qué las que ostentan un cargo público? El derecho y la representación política van siempre detrás del ciudadano. Esto es siempre así: el legislador, el político responden –si es que responden- a un clima determinado. Ese tabú se resquebrajó  desde abajo y gracias a eso, este año, en el 87% de los casos las denuncias de abusos o violaciones han terminado con la detención de los agresores.

Desde luego, la prensa no ayuda mucho en todo esto: publica fotos y artículos de hace 4 años, funde locuciones relativas a los abusos con imágenes de parejas que pasean de la mano en sanfermines, da voz a tertulianos como Victoria Lafora que dice “que los jóvenes que corren delante del toro tienen tal adrenalina, se sienten tan machos, tan fuertes porque son capaces de sortear el riesgo de un animal que creen que la calle y las mujeres son suyas” Si además usted refiere cosas como que “a diario se nos ha venido informando de los encierros sanfermineros, que han tenido también su salto a la página de sucesos con las cinco o siete agresiones sexuales denunciadas” comprenderá que el cacao resulta más bien espeso aunque pro domo prensa. Como siempre.

Las fiestas no son sagradas, ni las ancestrales ni las que se acaban de inventar. El dinero es sagrado. Por eso no se denuncia ¿Qué cree usted que pasa en las fiestas de Bayonne, en el Oktoberfest de Munich o en cualquier festival de rock? De los hijos de Woodstock, ni hablamos. Sin embargo, en Pamplona, ahora sí se denuncia y, a pesar del flaco favor que la prensa está haciendo a la ciudad, a la fiesta y a sí misma, resulta gratificante comprobar que hemos aprendido a distinguir y que la Administración apoya y promueve una actitud inequívoca que no tiene que ver con la tradición, con los toros, con la fiesta ni con la testosterona.

La ciudad no se entrega al exceso ni hay necesidad de superar ningún miedo. ¿Miedo de qué? Desde luego yo no puedo decir que durante los años en lo que he participado activamente en la fiesta haya visto cometer ninguna brutalidad. A no ser que pueda ser tenida por tal cosa beber, reir, cantar, bailar o andar de farra hasta las tantas. He pillado trompas de mucho mayor calibre en cualquier otro momento y siempre he tenido la sensación de que la masa estaba en otra parte. El único momento de los sanfermines en que me he sentido parte activa de un grupo numeroso fue en el Riau-riau, cuando de forma más o menos pacífica, empujábamos a los municipales para impedir el avance de la Corporación hacia las Vísperas. Luego, aquello se estropeó. Pero durante unos años aquella forma de protesta contra la Autoridad, fuera del signo que fuera, resultaba gratificante. Todos sabíamos el papel que jugábamos: el munícipe, el policía y el ciudadano. Era la tarde en la que podías empujar. Era la masa, sí, pero una masa que conocía perfectamente sus límites. Solo la política consiguió acabar con aquel juego. Yo también temo a la “masa feroz”. Me provoca pánico. Pero créame si le digo que no la encontrará aquí. Verá el alcohol sin medida como en cualquier sitio: en quien no sabe beber o en quien lo hace por primera vez.

Recuerdo el 78, cuando mataron a Germán Rodríguez. El Ayuntamiento suspendió las fiestas. No hubo dudas:  7.000 disparos de material antidisturbios y 130 disparos de bala. Seguro que usted se acuerda también de la enorme tensión que se produjo. Sí. Hubo luto entonces, como ahora ha habido manifestaciones que han llenado la Plaza del Castillo contra las agresiones. Tampoco ha habido dudas. Pero usted prefiere el batiburrillo. Ese sentirse ajena que proclama, parece más bien aplicable al discernimiento de los hechos. Como a usted y como a mí, los toros no le interesan a un número creciente de españoles. Lo mismo que los decibelios. No digamos si ya hemos cumplido unos años. Parece usted sentirse ajena a que no estamos dispuestos a tolerar los abusos sexuales, a que una cosa y otra no tienen la más mínima relación, a que la mayoría no hemos tolerado nunca el delito y que algunos que descreíamos de la prensa, empezamos a no tolerar los abusos del periodismo.

Ya sabe usted que no es sosa. Aunque tampoco es valiente. Lo que ha escrito usted es simplemente correcto: políticamente correcto. Vamos, lo que se lleva ahora.

Con afecto,

 

p.d. Entienda por favor que los enlaces son para mí. Tengo menos memoria que Dory.

Otra cosa: se habrá fijado que en ninguna de las fotos que la prensa publica a troche y moche, se protege la intimidad de las chicas que enseñan el pecho. Sí, lo hacen voluntariamente. Pero digo yo que, posiblemente, cualquiera de ellas deseará no ser reconocida en las imágenes que circulan en la televisión y los periódicos. Ni un triste rectángulo tapando los ojos. ¿Para qué? ¿Para estropear la imagen?

 

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Madrid- Beiging: sin escalas

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Comparaciones, en la página del grupo:  «Wanda Group cuenta con 110.000 empleados en el mundo. ¡120 veces la del Vaticano!»

Ida y vuelta.

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Un mapa de Pamplona. Teresa Sabaté

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Teresa Sabaté tiene un estudio en Santa Marta 10, junto a otros artistas. Lo abren todos los años por estas fechas y ponen a la venta obras de pequeño y mediano formato. Teresa tenía ayer colgado un mapa de Pamplona, más que mediano. Sobre el lienzo, los contornos de la ciudad están bordados pálidamente. Se reconocen mejor los trayectos de las personas a quienes pidió que pasearan de un punto a otro. Así, la cartografía se convierte en un asunto personal. Junto al mapa hay dos de los muchos cuadritos en los que aparecen las iniciales de los paseantes junto al color del hilo que los identifica y otros elementos elegidos por Teresa. Hay quien quiso ser original y fue hasta el cementerio. Cinco personas coincidieron en el camposanto. Otro se acercó a las huertas de la Magdalena para trazar un arco que atraviesa cercas, setos y sembrados. Si dijo la verdad, los perros debieron perseguirle en su hazaña. Hay quien subió a la ciudad desde Mutilva y quien se dejó llevar sin rumbo por el casco viejo. La ciudad se siente viva. El conjunto se cierra con unos aros forrados con hilos de los mismos colores que los recorridos y con una figura que no llegué a ver. Confío en que exponga todo el conjunto.

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Castillos en Japón

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La librería de donde proviene se abrió en Tokio hace 130 años.

Aquí, un ejemplar completo, aquí, toda la colección y esta, la distancia que recorrió el libro para llegar a otra librería, cerca de casa.  Dame papel

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De vuelta

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Los fingers son una parte muy melancólica de los aeropuertos. Cuando no están unidos a los aviones, es mejor no mirarlos demasiado tiempo. No hace falta explicar por qué. Además de lo obvio, esa falta de conexión produce una línea vertical semejante a las esquinas hopperianas desamparadas y taciturnas. La diferencia está en que aquí, en el aeropuerto, todo parece tener solución. Al abrigo de la intemperie, detrás de las cristaleras, sabemos que vendrán los aviones. Pasan los vehículos eléctricos empujando caravanas de carritos; hay periódicos y alguien te mira la maleta, por si llevas un bote de desodorante demasiado grande.

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Madrid

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Pamplona – Madrid – Pamplona

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Niki & Channel

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Bajar las escaleras del Guguy y acordarme de Frank Gehry es todo uno. ¡Ay! Qué sensación de cojo a mi pesar. No sé qué hacer con los pies: dos en esta pisa, uno en la otra. Miro dónde pongo este y ahora el otro, dónde termina el escalón para comenzar el siguiente. Frank, de verdad: tu museo dará vidilla, pero así te cupieran estas escaleras por el orto. ¿No puede un visitante entrar con cierta elegancia, sin mayores atolondramientos, con la vista al frente, haciendo aquello que tanto nos costó aprender de pequeños, o sea, subir y bajar peldaños?

Veo la expo de Niki de Saint Phalle y a la salida, subo, distraído, con algo más de facilidad: Puppy, al fondo, tiene compañía. Algún contratista con buen ojo ha encontrado financiación para el remozado de una fachada. Las colonias caras es lo que tienen. Confundo los nombres de las modelos. No se quién es quién, todas me parecen la misma. Son como una especie de prolongación quinquenal de la belleza. En los anuncios de algunas revistas, abajo, en tipografía pequeñita pueden leerse sus nombres pero no se me quedan. Hay una con las palas separadas; no tengo ni idea de cómo se llama. Ahora que Kate Moss se retira, creo que puedo reconocerla. Demasiado tarde.

He salido del museo como se sale a la realidad. De Niki de Saint Phalle, que comenzó posando para Harper’s, se exponen en Bilbao sus trabajos más fieros, menos amables. Ella siempre fue hermosa, incluso cuando apoyaba su mejilla contra la culata de una carabina. Enfrente, la modelo que se tapa una teta con el antebrazo, como si temiera el cierre de su cuenta en Facebook, tiene pinta de no ir más allá de la lona en la que está impresa.

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