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Passy en invierno Un paseo por el barrio y más allá.

Palermo

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Circulen

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Repaso las fotos de Óscar Monzón en Karma, tan directas y modernas. Me gustan por el desparpajo, el color y ese aire libérrimo y descarado que recorre todo el libro. Al verlas de nuevo, me acuerdo de otras imágenes que tienen el mismo punto de partida y un resultado completamente diferente: forman la serie Inward de Camino Laguillo que está terminada tal vez un poco antes. También trata de conductores y pasajeros, localizados bajo un patrón regular, como si circularan bajo la mirada de un radar sentimental.

 

La presencia de Monzón es evidente para el sujeto: las fotos están tomadas con flash. De hecho hay quien le saluda levantado el dedo medio. Camino Laguillo parece haberse escondido para tomar sus fotos. Si el lector hace click en el video que las resume, verá en un fondo oscuro general, algunos brillos metálicos y, sobre todo, las expresiones ensimismadas de los conductores. El deseo o la prudencia de la autora coloca al espectador frente al gesto del pensamiento solitario y nocturno.

 

Alguien dijo que la fotografía se parece más a la literatura que a la pintura. Aquí hay un buen ejemplo de cómo pueden escribirse cosas casi opuestas hablando de un tema idéntico. El problema es que la literatura exige una cantidad mínima de acción por debajo de la cual la lectura se hace difícil. Tal vez el lector exige hoy que esa cantidad de acción sea algo más elevada y así parecen entenderse mejor los gestos que retrata Monzón que la presunta uniformidad de los de Laguillo. Sin embargo, ¿no interrogan más estos rostros que aquellos? ¿No deja un final mucho más abierto la mujer que descubre a la fotógrafa que el joven que se mete una raya sobre un mapa de carreteras? No estoy seguro. Estoy a todo.

Otros que hablaron del mismo tema.

 

Andrew Bush fotografió desde 1989 a conductores en su serie Vector Portraits. las imágenes están tomadas en Los Ángeles, el lugar perfecto para pasar unas cuantas horas al día dentro de un coche. Su estilo casi disciplinado: permite ver un parte determinada del lateral de cada vehículo -creo que todos circulando hacia la izquierda de la foto- y el rostro del conductor. El tamaño de este respecto del total de la imagen resulta pequeño, casi intrascendente. Parece que, por mucho que se le mire, la persona resultará insignificante dentro de la red de carreteras del Estado de California.

 

 

Matthew Porter se divirtió unos años haciendo saltar con Photoshop, algunos coches clásicos por las cuestas de San Francisco. Aquí, el elemento humano ha desaparecido de la vista por completo. Queda para el espectador una reminiscencia de las persecuciones de cine y la supresión absoluta del paso del tiempo. Ni protagonista ni tiempo. Un fetiche saltando sobre las calles de otro fetiche.

 

Formas de ver lo mismo para quienes dicen “eso ya está hecho”.

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Los hechos, los otros

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Queridos P. y R.:

Gracias pos vuestra recomendación. Devoré Los hechos como un chuletón casi crudo. Sellado, dicen ahora. Aquí, el toque de la plancha es el envío del manuscrito a Zuckerman y la carta que este le escribe pidiéndole que no publique el libro.

Se me pasaron por la cabeza muchas cosas; la asombrosa capacidad narrativa de Philip Roth las comparaciones con la vida de uno mismo y con las ajenas. También las imposibilidades de algunos para la novela y cómo hay quien es capaz de agarrar las miserias más personales y convertirlas en buena literatura.

La constancia, también. A la fuerza, claro, porque es lo que transmite Roth. Su enfrentamiento con los suyos,  con lo más sagrado, la imposibilidad de separarse de Josie durante tantos años; todos los contratiempos parecen dirigirse hacia el único objetivo de la escritura. No es así, por supuesto. Salvo raras excepciones, nadie planifica sus desastres para obtener un rendimiento artístico. Quizás la literatura juegue aquí con cierta ventaja. Es muy difícil obtener de un artista plástico una respuesta convincente en este aspecto. La evasiva es moneda corriente. Sin embargo, la escritura –al menos la buena- deja ver resquicios cuando no abismos.

La carta final de Zukerman me provoca unas enormes ganas de contestarle. Pero yo no soy Roth. Quiero decir que ese diálogo entre uno mismo y su alter ego no puede acabar nunca. Hay razones de sobra para seguir discutiendo hasta atisbar quiénes somos. Una de ellas es que, tal vez sea la única forma de saber quiénes son los otros.

Nos vemos pronto.

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Venta de ensayos

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Baudrillard y sus transparencias

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Querido J.:

Cuando el Gobierno comenzó a dar publicidad a su Proyecto de Ley de Transparencia, estuve buscando qué leer para entender el concepto. Muchos europeos se quejan de que sus respectivas legislaciones permiten tal grado de precisión que les resulta luego imposible hacerse una idea cabal de si los presupuestos son adecuados para sus funciones. Ya sabes: nadie está contento con lo que tiene.

El caso es que en encontré un número atrasado de la Revista de Occidente que se llama precisamente “La transparencia”. Hay artículos interesantes, aunque otros son fragmentos de novelas o ensayos recogidos con red de arrastre: unas páginas de La montaña mágica, otras del Elogio de la sombra y un cuento completo de Poe traducido por Cortázar.

A lo que voy. Me acordé de ti porque la Revista reproduce unas páginas de Contraseñas de Baudrillard y me vino a la cabeza la sobremesa en la que hablamos de las expectativas acerca de la filosofía. Recuerdo con qué energía defendiste la necesidad de que nuestros filósofos den contestación a las cuestiones actuales de la misma forma que lo hicieron en el pasado; recuerdo de qué manera te enfadaste cuando te hablamos de la extendida tesis según la cual solo podemos esperar preguntas y no respuestas.

No podía apartar tus palabras de mi cabeza.  Ya verás que el autor hace salvedades como quien tira boyas o dispara bengalas pero resulta absolutamente provocativo. Se lea cuando se lea le asaltan al lector las noticias del día.

Un saludo,

“Cualquier  «transparencia» plantea inmediatamente el problema de su contrario, el secreto. Es una alternativa que no depende en absoluto de la moral, del bien y del mal: existe lo secreto y  lo profano, o sea, otra distribución de las cosas. Determinadas cosas jamás serán ofrecidas a la vista, se comparten en secreto de acuerdo con un tipo de acuerdo diferente de aquel que pasa por lo visible, como ocurre en nuestro universo, ¿qué ocurre con las cosas que antes eran secretas? Se conviertes en ocultas, clandestinas, maléficas: lo que era meramente secreto, es decir, propicio a intercambiarse en secreto, se convierte en el mal y tiene que ser abolido, exterminado.

Pero no es posible destruirlas: en cierto modo, el secreto es indestructible. Entonces será demonizado y atravesará los elementos para eliminarlo. Su energía es la energía del mal, la energía que proviene de la no unificación de las cosas, definiéndose el bien como la unificación de las cosas en un mundo totalizado.

A partir de ahí, todo lo que se sustenta en la dualidad, en la disociación de las cosas, en la negatividad, en la muerte, es considerado el mal. Por consiguiente, nuestra sociedad se empeña en conseguir que todo vaya bien, que a cada necesidad responda una tecnología. En este sentido toda tecnología está del lado del bien, o sea del cumplimiento del deseo general, en un estado de cosas unificado.

Actualmente vivimos en un sistema que yo llamaría de «cinta de Moebius». Si estuviéramos en un sistema de enfrentamiento, de confrontación, las estrategias podrían ser claras, basadas en una linealidad de las causas y los efectos. Se utiliza el mal o el bien en función de un proyecto y el maquiavelismo no está al margen de la racionalidad. Pero nos hallamos en un universo totalmente aleatorio donde las causas y los efectos se superponen, siguiendo el modelo de la cinta de Moebius, y nadie puede saber dónde se detendrán los efectos de los efectos”.

(…)

¿Es tan claro que la corrupción tenga que ser eliminada a cualquier precio? Nos decimos que, evidentemente, el dinero alimenta las fabulosas comisiones de la financiación armamentística o incluso su producción que sería, sin duda, preferible utilizarlo para reducir la miseria del mundo. Pero se trata de una evidencia apresurada. Como nadie pretende que el dinero salga del circuito mercantil, «podría» gastarse en un pavimentado general del territorio. A partir de ahí por paradójica que pueda parecer la pregunta ¿es preferible, desde la perspectiva del «bien» o del «mal» seguir fabricando o vendiendo armas de las que una parte considerable nunca serán utilizadas que hacer desaparecer un país bajo una capa de cemento? La respuesta a esta pregunta interesa menos que la toma de conciencia de que no existe un punto fijo a partir del cual podamos determinar lo que está totalmente bien o mal.

Se trata, sin duda, de una situación profundamente racional, y de una incomodidad total. Eso no impide que, de la misma manera que Nietzsche hablaba de la ilusión vital de las apariencias, podríamos hablar de una función vital de la corrupción en la sociedad. Pero como su principio es ilegítimo, no puede ser oficializado y solo puede operar, por consiguiente, en el secreto. Evidentemente, es un punto de vista cínico, moralmente inadmisible pero también una especie de estrategia fatal, que por otra parte, no es patrimonio de nadie y carece de beneficios exclusivos. Con ello reintroduciríamos el mal. El mal funciona porque de él procede la energía. Y combatirlo –cosa necesaria- conduce simultáneamente- a reactivarlo.

Cabe evocar aquí lo que decía Mandeville cuando afirmaba que una sociedad funciona a partir de sus vicios, o, por lo menos, a partir de sus desequilibrios. No por sus cualidades positivas, sino por las negativas. Si aceptamos este cinismo, cabe entender que la política sea –también- la inclusión del mal, del desorden, en el orden ideal de las cosas. Así pues no hay que negarla sino utilizarla, reírse de ella y desbaratarla”·

(…)

Contraseñas

Jean Baudrilard

Anagrama

Extra: La transparencia del mal Jean Baudrillard Anagrama

PDF hasta la tapa

 

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Cecil Mclorin / Le front caché sur tes genoux

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Música


Le front caché sur tes genoux
J’ai sangloté toute ma peine,
Il faisait sombre autour de nous,
Et le soir sentait la verveine.

Mon cœur battait à tristes coups,
Comprenant sa tendresse vaine;
Le front caché sur tes genoux,
J’ai sangloté toute ma peine.

Tu me disais des mots très doux,
Mais je les entendais à peine…
je revivais l’heure lointaine
Où je faisais des rêves fous,
Le front caché sur tes genoux.

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El MAN con tapones

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Escultura
París
Viajes
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Del Museo Arqueológico Nacional lo mejor es el acrónimo. Para sí lo quisiera le Musée de l´Homme en Paris. La remodelación del M A N no ha evitado que siga siendo un lugar anodino, poco atractivo, en el que el visitante recorre vitrinas tan pesadas como aquellas del parisino Museo del Hombre, ahora y hasta 2015 en obras. Será el espíritu de los tiempos o la calificación de bien de interés cultural del edificio pero la impronta es tan academicista que la visita se parece mucho a la lectura de aquellos libros de historia en los que uno, en el marasmo infantil, debía hacer un enorme esfuerzo por distinguir a los hititas de los sumerios. La falta de gracia de las salas ha de ser compensada de alguna forma. Tal ve la disposición de las obras, la forma de contar la historia o incluso la revisión de los objetos expuestos.

Las salas antiguas del British o las de la Biblioteca Nacional Española tienen el encanto de lo perdurable, de la exquisitez de lo museístico. El museo de Quai Branly, del criticado Jean Nouvel, hacen de la antropología un asunto emocionante para quien se acerca con un mínimo interés. En el M A N uno tiende a quedarse más bien frío porque incluso la contemplación de una vasija , una escultura o cualquier otra pieza concreta se ve acompañada de unas condiciones muy poco propicias. Antiguas podríamos decir.

El edificio tampoco es muy buen anfitrión para el visitante: la planta baja del M A N está concebida de tal forma que el mostrador de información pasa casi desapercibido, En la taquilla –atendida por un solo trabajador- más de 10 personas equivalen a una cola amorfa e ingobernable y si uno quiere visitar la exposición temporal ha de volver hacia atrás siguiendo indicaciones confusas y poco lógicas.

Queda, de todas formas, el ejercicio de la abstracción. Apartarse de todo y mirar cualquiera de las maravillas que pueden verse en el museo. A no ser, claro, que un padre de familia aparezca al otro lado de la sala, explicado a sus vástagos y a su cónyuge, que tanatos significa muerte y que por eso los tanatorios y que tenemos que ir a Grecia y que os acordáis cuando estuvimos en Egipto y ahora veremos las momias y cuánto grita usted y menos mal que llevo en el bolsillo los tapones que uso para viajar en el Alvia.

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Byron y Jonás

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Querido P.:

Desde que me diste a leer Viaje a Oxiana, hace tantos años, deseo vivamente pasar unos días en Afganistán. Cuanto más tiempo pasa, más difícil resulta y estoy seguro de que no encontraría en pie muchas de las cosas de las que habla Robert Byron.

Hoy me he vuelto a acordar de él mientras leía la noticia de la destrucción de la mezquita de Nabi Younes, en la ciudad Iraquí de Mosul. Antes de ser mezquita fue monasterio. Younes es Jonás para los cristianos. Un viaje a Iraq tampoco parece aconsejable.

Ya ves que ni siquiera te hablo de la miserable condición humana. Te ahorraré también cualquier comentario acerca de la influencia de la religión sobre la política. Solo dos líneas acerca del deseo de viajar y detenerse unas horas frente al más simple de los monumentos que haya sido respetado más por el olvido que por el tiempo. Porque, a lo que parece, la atribución de significado a cualquier objeto, idea o símbolo los condena a su desaparición.

Con mis mejores deseos,

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Por Cádiz en pijama

Estados
Sueños

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Estoy convaleciente en un hospital. La habitación es grande, pintada de blanco y sin ningún adorno en las paredes, tiene antecámaras y recovecos que solo descubro a tentón, porque entra mucha luz y la claridad es tanta que no puedo distinguir un espacio de otro con la vista.

El sitio es muy agradable. Si el paciente lo desea, una enfermera lee la prensa a través de un pequeño altavoz instalado en la cabecera de una de las 2 camas que hay en cada habitación. Hay vasos de agua fresca en varias mesitas y algo de comida.

Después de pasear por toda la habitación vuelvo a la cama y encuentro a una familia acostada. Un matrimonio en una de las camas y su hijo en la otra. Es un chico como de 10 años, más bien regordete. Me siento a los pies de la suya, desconcertado. El chaval se arrebuja obligándome a levantarme. Se hace con la manta y la sobrecama. Le digo que no me conoce, que cuando me enfado tengo muy mal carácter. No se inmuta. Sus padres tampoco. Me voy.

En el aparcamiento subo a un coche que me prestó una amiga. Es un Jaguar dorado de carreras. Qué ocurrencias. Me dijo que usara casco. Me lo pongo a duras penas. Es muy incómodo. He de parar un par de manzanas más adelante para quitármelo porque el dolor de cabeza es insoportable. No es de mi talla.

Conduzco por la ciudad mientras atardece. No cabe duda de que estoy en Cádiz. Las casas bajas de los arrabales están pintadas de amarillo y azul. De los dinteles de las puertas cuelgan bombillas desnudas y detrás, al fondo, se ve la bahía. Voy haciendo el ridículo con un coche de carreras. No estoy seguro de si aún llevo puesto el pijama.

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Quintanilla de la Cueza

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De los tres pueblos junto al río Cueza, Quintanilla es el más pequeño. Me desvío y dejo a la izquierda 2 palomares de planta circular y 2 de planta cuadrada. Subo hasta la que creo que es la iglesia. Es en realidad una torre exenta que corona el caserío. Ahora sí veo la iglesia, algo más abajo. Es un paseo corto. Cerrada. La chiesa è chiusa? Aprendí a decir en italiano hace muchos años. Aquí, ni siquiera hay a quién preguntar, aunque ahora que me he detenido oigo un sonido rítmico, así que camino hacia el lugar de donde proviene. Enseguida me encuentro frente a un grupo que no distingo bien de momento. Me acerco al ritmo de un martillo. Supongo que me observan. No hay nadie más. Se escucha además el sonido de un transistor. Está colocado en el alféizar de una ventana. A la sombra, una mujer y un hombre de edad avanzada. Al otro lado de la calle, al sol, sobre el andamio, un muchacho arregla el tejadillo de un patio. El que parece ser el capataz, lo mira desde abajo. Entablo conversación con los mayores. Así puedo saber que arreglan la casa que han comprado a los curas, que Quintanilla de la Cueza tiene hoy 7 habitantes y que el retablo que quería ver se lo llevó el arzobispo a Palencia, por miedo a las goteras.

–María-. Dice él. –Enséñale la casa a este hombre-. Él trabajó hasta los 55 en Bilbao, en el metal. Con la desindustrialización se prejubiló. Solo vienen de vacaciones porque el pueblo es muy triste. Ella abre una por una las puertas de todas las habitaciones, los aseos, la despensa, la cocina y una recocina con una especie de cama hecha de ladrillo que puede calentarse haciendo fuego debajo.

-Aquí dormía mi madre la siesta. Bien caliente–. Luego se queda un momento parada, suspira y dice: -No se qué me da que empiece el año, con lo mala que está fulanita-.

En el patio, su marido guarda un Seat Málaga que los hijos no le dejan que conduzca ni siquiera hasta Carrión de los Condes. Injection, pone en los laterales.

–¡Nos vamos a comer!-. Grita desde la calle el capataz.
-¡Yo no!-. Replica el Albañil.
-Es que este es moro-. Me aclara el dueño. –Como es el Ramadán. Pero luego a la noche, come de todo. Ahora, ni beber hace.
-¿Guardo la herramienta?
-Déjala ahí mismo. Robar no han de robar.

Vuelvo hasta el coche. Quedan en pie, junto a la torre, pequeños almacenes. Unos se conservan bien. Otros ya están entre el decoro y la ruina. Componen retazos de paisaje de esos a los que la modernidad se acostumbró desde la aparición del cine y la fotografía: Cezannanianos, diría A.

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De vuelta en Calzadilla

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Faltan los palomares

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A todo no se puede estar. Me quedo sin ver por dentro los palomares de Tierra de Campos.

Unos días antes de salir hacia Palencia había llegado a casa un ejemplar de Paloma al aire de Ricardo Cases. La segunda edición. Vete ahora a comprar la primera. Martin Parr está haciendo estragos con su Historia del fotolibro.

Vuelvo. De la bibliografía disponible en la red, un impresionante Inventario de Palomares en la Tierra de Campos Palentina de Manuel Malmierca y Juan Carlos Aparicio. También de Malmierca una unidad didáctica para niños de secundaria que resulta útil cuando -como es el caso- no se tiene ni idea del tema.

En este último trabajo se recogen algunos textos breves entre los que se encuentra este de Columela:

«El tener estas aves no desdice del cuidado de un buen labrador. Se mantienen con menos comida en los parajes que están lejos del poblado, en los cuales se les permite salir libremente, porque después vuelven a los sitios que se les señalan en las torres más altas o en los edificios más elevados, donde entran por las ventanas que se les dejan abiertas y por las cuales salen volando a buscar su alimento. Sin embargo, durante dos o tres meses se les da comida que se ha tenido el cuidado de reunir para ellos; después ellas se mantienen con las semillas que encuentran en el campo. Pero esto no lo pueden hacer en los sitios inmediatos a algún poblado, porque caen en las varias especies de lazos que les ponen los cazadores. Se
les debe echar de comer debajo de techado, en un sitio de la casería que no sea bajo ni frío, sino sobre un piso que se hará en un sitio elevado que mire al mediodía del invierno. Sus paredes, para no repetir lo que ya hemos dicho, se excavarán con órdenes de hornillas, como hemos prevenido para el gallinero o si no acomodare de este modo se meterán en la pared unos palos y sobre ellos se pondrán tablas que recibirán casilleros, en los cuales las aves harán sus nidos u hornillas de barro con sus vestíbulos por delante para que puedan llegar a los nidos. Todo el palomar y las mismas hornillas de las palomas deben cubrirse con un enlucido blanco, porque es el color con que se deleita principalmente esta especie de aves y también se han de enlucir por fuera las paredes, principalmente en la inmediación de la ventana, la cual estará colocada de manera que de entrada al sol la mayor parte del día de invierno…»

«El palomar debe barrerse y limpiarse de tiempo en tiempo, porque cuanto más aseado esté, más alegre se muestra el ave, la cual es tan difícil de contentar, que muchas veces toma tanta aversión al palomar, que lo deja cuando se le presenta la ocasión de salir volando de él, cosa que sucede frecuentemente en los parajes donde tienen libertad de salir. Para que esto no ocurra hay un antiguo precepto de Demócrito que es el siguiente: Hay un especie de gavilán que la gente del campo llama «tinúnculo» (cernícalo), que acostumbra hacer su nido en los edificios; los pollos de esta ave se meten en ollas de barro, y estando todavía vivos, se cubren con tapaderas que se cogen con yeso, hecho lo cual se cuelgan estas vasijas en los rincones del palomar: esto les granjea tal amor a aquel sitio que nunca lo abandonan».

Casi por azar, revolviendo, he encontrado aquí una cita relativa a un paraje cercano a casa. Como no podía ser de otra forma, hay de por medio escopetas y curas. (Más completo, aquí).

«Constituciones Sinodales, 1613 Egüés (Navarra). A pesar de la prohibición que tenían los clérigos de no cazar, no era raro ver a alguno de ellos que lo hacia sin escándalo de los feligreses, como ocurrió como Juan de Elcano, beneficiario de la parroquia de Egüés al que se acusaba: de tirar con escopeta a palomas y otras aves… causando también daño en palomares vecinales».

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Juvenal, La Olmeda y la ciudad

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Para acercarse a la villa romana de la Olmeda y olvidar el continente, es  recomendable armarse de un invisibilizador. Se venden a buen precio en librerías. Este que propongo me lo recomendó hace muchos años J., cuando en su negocio los libros aún estaban de canto en los anaqueles. –Escucha, escucha-. Me decía con el ejemplar el la mano y poniendo cara de pícaro. Con qué placer leía los pasajes más escabrosos de la sátira VI.

Lo traigo aquí porque Juvenal habla en algún momento de la huida al campo, de la imposibilidad de vivir en la gran ciudad: “La cantidad de hierro para grilletes es descomunal, como para temer que falten rejas, que dejen de haber machotas y almocafres. Felices debes llamar a los abuelos de nuestros abuelos, felices a las generaciones que en otro tiempo, bajo reyes y tribunos, vieron a Roma bastarse con una sola cárcel. A estas podrías añadirles otras y numerosas razones pero las mulas me reclaman y el sol declina. He de partir pues ha tiempo que el mulero ha agitado la vara y me hace señas…”

Entre el viajero leyendo esto o cualquier otra cosa que le distraiga del edificio que guarda los restos de la villa, no sea que el trabajo de Paredes y Pedrosa le aparte del objeto deseado.

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De Carrión a Burguete

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Querido J.:

Ya sabes que el valor de los huesos reside en lo que se edifica para contenerlos. Una astilla da lugar a una iglesia. Las proporciones son a veces tan inversas que asustan. Aquí, en san Zoilo han extendido las telas en que vinieron envueltas las reliquias del santo y es un gusto verlas porque no es habitual encontrar tejidos tan antiguos en tan buen estado.

Me he acordado de ti viendo la tela azul: tiene una tamaño espectacular, más de 2×2 m con 36 águilas exployadas. Los cuellos de las aves que forman la primera fila están recorridos por una banda roja con un texto árabe escrito en amarillo. ¿Qué? ¿te suena? Estoy seguro. Mira qué dice laWikipedia.

A mí me recuerda además a la forma en la que se tejen las leyendas. Un poco de biblioteca, una tela amarilla, una máquina de coser y un paseo hasta las campas de Burguete en el momento adecuado.

Dice José Luis Serna que la tela azul no envolvió los huesos de san Zoilo; tal vez proceda de alguno de los sepulcros condales. Más leyendas.

Más águilas. (Un poner).
Más astillas.

Permíteme una broma.

 

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El valor de los huesos de santo

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En la Sacristía del monasterio, me he enterado de que Fernando Díaz, primogénito de los condes, trajo a Carrión los restos de san Zoilo junto con los de san Félix y san Agapio Obispo. Se vino de Córdoba con tan espléndido regalo después de luchar junto a Mahomat, frente a Alfonso VI. El rey le ofreció otras recompensas por su ayuda pero Díaz prefirió las reliquias. Está claro que los dos conocían el valor de los huesos de santo en el norte de la península.

A saber si los huesos son de quien se dice. En su tesis doctoral sobre la Evolución del patrimonio religioso en Carrión de los CondesLorena García cuenta que san Zoilo fue “un noble cristiano cordobés que fue cruelmente azotado, despedazado con garfio y finalmente degollado en el año 306, siendo muy joven, por haber renegado de la idolatría pagana. Cuentan las crónicas que era tal su valor y aguante, que, consciente de todo, decía el mártir: “Cuanto más maltrates mi cuerpo que tienes ahora en tu flaco poderío, tanto crece más mi verdadero bien, que no teme tus tormentos…los que tú has de padecer, cuando comenzaren nunca han de acabar”. Su verdugo, al oír esto, abrió el cuerpo del santo y extrajo sus riñones, cortándole después la cabeza. Para que no pudieran encontrarle, su cuerpo fue despedazado y sepultado en un campo yermo junto al de algunos peregrinos”.  (No quiero imaginar cómo estaría Facebook en el siglo IV si hubieran existido pergaminos con cámara incorporada).

En cada esquina por la que paso se constata la necesidad del cuerpo y la cruel negación del otro a manifestar el sitio donde se encuentra, aunque, al menos con los siglos, se establecen diferencias.

Sigue Lorena García hablando de san Agapio: “Cuenta la leyenda que San Zoilo en el año 589 se apareció en una visión a San Agapio, revelándole donde estaba enterrado. Fue éste un caballero ilustre favorecido por los reyes godos que abandonó su riqueza para tomar el hábito de San Benito en Córdoba, donde ostentó la dignidad de Obispo. Fue quién se encargó de trasladar en procesión el cuerpo de San Zoilo a una iglesia sobre la que posteriormente erigió un monasterio bajo la advocación del mártir cordobés, donde el propio Agapio fue sepultado 1062”.

Esa veneración del cuerpo ya cadáver, de sus restos últimos –ese apego por el polvo sagrado de quien fue y ya no es, contrasta de tal forma con la negación de la carne viva en las mismas tradiciones que de la oposición de ambos excesos solo puede resultar el trauma. Me pregunto en qué momento cambiamos las reliquias por el cuerpo.

No me canso de volver al claustro.

 

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