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Passy en invierno : Citas

Aguas turbulentas

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Tengo que mirar dónde hay un embarcadero para cruzar el rio Edo. Hay una canción de los años 70 interpretada por una pareja que anhela salir de Shibamata, atravesando el río, bajo la lluvia.

Quiero lo contrario: entrar desde Chiba al lugar viejo, al lugar del que no se sale, donde arden las casas, las cabezas de león aparecen en el río y donde la dirección del tiempo extingue el deseo de volver. Y quiero que alguien me lleve de una orilla a la otra. Los budistas japoneses tienen un puente para las almas virtuosas y un vado para quienes cometieron pecados veniales. Ninguna de ambas posibilidades sirven a mi propósito: la segunda porque, a su paso por Shibamata, el río es profundo. La tercera, las aguas turbulentas, está reservada para quienes pecaron seriamente. ¿Cómo de fuerte es la corriente del Edo? 

Como en la laguna Estigia, también aquí hay dinero de por medio, los deudos dejan unas monedas al lado del difunto. El dinero lo allana todo. Al pasar la barca. Recuerdo La isla de los muertos de Arnold Böcklin. Al menos la que vi en la Antigua Galería Nacional de Berlín hace años. Böcklin repitió el cuadro muchas veces, aunque el primero lo hizo por encargo: -Pínteme algo que me haga soñar-. Le pidió una princesa que había enviudado hacía poco.

Algo así. No tan tétrico. Crúceme. Que alguien me lleve de un lado al otro. Por dinero. Porque tal vez tenga una concesión y esté obligado a remar para quienes tienen o quieren ir al otro lado.

Después de cenar caballa y panceta con tomate, vuelvo al hotel a por el trípode y doy un paseo alrededor de la estación. Las cervezas han provocado un efecto tranquilizador. Hago una foto. Eso es todo. C.K. me decía que los japoneses no se preocupan tanto a la hora de fotografiar o de componer un libro de fotos. Para ella no hay razones morales que iluminen un trabajo, ni un comportamiento ético que lo justifique. Sin embargo, la calidad estética de las fotografías de C.K. debe entenderse como una posición ética. Cuidar la forma dice mucho sobre cómo se relaciona con el mundo, sobre qué merece su atención y qué no. Los japoneses usan Yūgen para referirse, en lo estético, a lo que se sugiere y no puede ser dicho. Tal vez sea eso.

Creo que Wittgenstein no estudió filosofía oriental, pero algunas de sus proposiciones parecen escritas a este lado del mundo: 6.421 “Es claro que la ética no puede expresarse. La ética es transcendental. (Ética y estética son lo mismo)”. Posiblemente a esto se refiera C.K cuando me dice estas cosas y no nombra otras. Esa relación profunda es para mí un objeto inalcanzable y quienes llegan a entender la unidad de ambas son dignos de cruzar el Sanzu no Kawa a través del puente de la virtud.

Vuelvo al hotel. Ha empezado a llover. Ya no hay avisos sonoros en la estación; solo se oyen los trenes que llegan y se van, cada vez con menos frecuencia. Miro una última vez a través del visor de la cámara y veo a cualquiera menos a mí.

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Efectos adversos frecuentes 

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Tomé ayer una pastilla para dormir y aún así seguí trasteando con el móvil, viendo tonterías. Dicen que son los jóvenes los que no se separan del teléfono, pero los adultos tampoco lo soltamos. Esta mañana me he cruzado con un chaval que llevaba uno en cada mano. Atendía a los dos.

Parece que se duerme menos gente en el metro o esa es mi impresión. Ayer a una chica se le cayó el móvil al asiento de al lado y el ruido la despertó. Vi sus sandalias y no pude evitar hacerles una foto.

Voy hacia Asakusa pero me bajo no sé dónde y ahora ando perdido hacia un lugar que probablemente no tenga ningún interés. De momento he entrado en el templo Ekoin fundado por el shogun Tokugawa Letsuna -un antepasado de nuestro amigo Tokugawa Yoshinobu– tras el Gran Incendio de Meireki, de 1657 que destruyó dos tercios de Edo.  Desde entonces, el templo se convirtió en lugar de descanso para almas sin familiares supervivientes: víctimas de desastres, prisioneros ejecutados y animales. 

El templo tiene el suelo de parquelita y su salón principal está presidido por un Buda de 4 metros de altura. Se está bien. Hay un par de columbarios para perros y gatos; en los nichos, una foto de cada animal. M.S. me decía hace tiempo que si a un japonés le quitas una de sus dos religiones, es como si le cortaras un brazo. Pero la idea de la reencarnación es más budista que sintoísta. El sintoísmo prefiere los kami, los espíritus que habitan en la naturaleza. Para los budistas el animal es uno de los seis reinos posibles del samsara (el ciclo de renacimientos). Uno puede renacer como animal, humano, dios, semidiós, espíritu hambriento o en los infiernos, dependiendo de su karma. De hecho, algunos budistas son vegetarianos precisamente porque consideran que el animal podría haber sido su mascota en una vida anterior, o podría ser uno en el futuro. Tal y como van las cosas al otro lado del mundo, no creo que tarden en llegar a nosotros fórmulas o ritos parecidos. Las leyes de protección animal, la sustitución de hijos por perros o las manifestaciones de Juan Pablo II sobre el soplo divino al que hace referencia el Eclesiastés, convierten la canción de Bob Dylan en un chiste.

Me duermo cada vez más fácilmente. Elijo un banco y enseguida empiezo a soñar con un albañil que viene a enplastecer. Llega entonces un fiel y me despierta.

Voy al Museo Ota hay una hermosa colección de xilografías, muchas de Hokusay No permiten hacer fotografías y no hay mucho que fotografiar alrededor. No me arreglo bien con las horas: aunque desayuno a las seis y media, ya es tarde para la luz. Para cuando llega el atardecer ya soy un despojo. No doy con nada. Hay un plátano en una escalera. Un plátano de plástico con unos números para usarlo como teléfono móvil infantil.

He andado junto al tren elevado y no he encontrado nada. Un rayito de sol, nada más. Anda por ahí una idea estética sin ancla, una cosa de las que el mundo está lleno. No voy a ninguna parte.

Hoy me he vuelto a equivocar de tren dos o tres veces. No presto atención o me da igual, o cambio de opinión por el camino porque el destino es lo de menos. ¿Ir a dónde? ¿A por qué? Posiblemente sé qué tengo que hacer y sin embargo algo se resiste. Debo averiguar si ese algo está dentro o fuera.

Leí anoche a un autodenominado fotógrafo de la calle y sentí pena por mí mismo. No quiero eso para mí. Si pudiera llegar al corazón de algo —al mío propio, al de lo que busco— eso sería estupendo. Ha funcionado otras veces. ¿Cómo ha ido? ¿Por qué he estado menos reprimido otras veces y menos interesado esta?

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La flor del loto

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Me bajo en Kanamachi con demasiado sol. Paseo por la Universidad de Ciencias. Al lado hay unos campos de deporte. Unos ancianos juegan a una especie de golf suave en un campo de fútbol. Usan unos palos que parecen de plástico. Se trata de embocar la pelota en unos cestitos plantados en la hierba. Van a buen paso. Recorren cuatro o cinco “hoyos” plantados en medio del campo de fútbol y vuelven a empezar. Me siento después a ver jugar al tenis a unos cuantos jóvenes que se turnan conforme van perdiendo el punto. En las gradas, un empleado pasa un soplador, aunque todo parece limpio y antes ha barrido con una escoba de sorgo. Este detalle del soplador deja claro el amor por los lugares públicos.

Hay elecciones dentro de poco. Los carteles de los candidatos están pegados con adhesivos hexagonales de 1,5 cm a la pared. Se quitan luego con facilidad. No sé si tengo sed o pocas ganas de fotografiar. La máquina falla y no sé qué hago aquí. No voy a conseguir retratar a nadie. Solo queremos ser retratados cuando somos felices. Anteayer se me acercaron padre e hija para preguntarme si me acordaba de ellos. El día anterior les había tomado unas fotos.- ¡Claro!- les dije intentando aparentar que sí me acordaba. Les pedí un email y les tomé una foto con el móvil para identificarles cuando vuelva a casa.

Camino de Shibamata voy paralelo al rio Edo junto a los campos de béisbol. Hay un carril alto para peatones y bicis sobre el dique que protege las casas de las avenidas del rio . Voy por el camino de abajo: pasan ciclistas; ningún ruido que no sea el cli, cli, cli de las cadenas bien cuidadas. Hay un sombrajo con un banco y una fuente junto a un parterre en el que dos hombres siembran flores de primavera. Me quito los zapatos y me quedo dormido enseguida. Neruda comparó las bicicletas con insectos en el verano, y el Ayuntamiento de Pamplona ha reproducido algún verso de la oda junto a unas  bicicletas de aluminio en mitad de un paseo, una especie de monumento tautológico. 

“Pasaron

junto a mí

las bicicletas,

los únicos

insectos

de aquel

minuto

seco del verano,

sigilosas,

veloces,

transparentes:

me parecieron

sólo

movimientos del aire”.

Antes, Neruda me gustaba.

Aquí hay aparcamientos para bicicletas en cualquier parte. Todas las que ya no se ven en Pekín parecen estar aquí. Me he despertado al cabo de una hora con el sonido de las azadas. Sigo andando hasta la estación y de ahí al templo. Subo a ver los relieves de madera que lo rodean, protegidos por pantallas de cristal, son una historia de Buda con garzas y dragones. El conjunto representa algunas parábolas del Sutra del loto, posiblemente el sacerdote al que escuché el otro día lo estaba recitando en el salón del templo.

Detrás del templo está el jardín Suikeien. Una cuadrilla trabaja en un árbol de copa baja y ancha al que están poniendo un andamio a la mitad de su altura. Hay una chica vestida de geisha que posa en un puentecillo sobre el lago de las carpas. entorna los ojos y junta las manos en señal de no sé qué. 

Hoy, el bar de la estación está cerrado. Compro unas fresas. El frutero me las lava en las trastienda y me las como en el escalón de la entrada de una casa. La cámara ha seguido fallando. He hecho de todo: montar y desmontar el objetivo, probar con otro y probar con otros programas. La dejo descansar mientras me como las fresas. Una familia posiblemente indonesia o malasia se ha detenido frente a mí, a unos 10 metros. La madre ha sacado a uno de los niños de su silleta y este ha comenzado a correr de aquí para allá. Calza unas zapatillas que suenan a cada paso con el ruido de dos pollos de goma. El niño corre sin parar. Se aleja, vuelve y pasa junto a mí.

Las fotos, mal. No hago lo que quiero porque no sé qué quiero. La idea de añadir personajes al paisaje lo complica todo y además, este cielo. De dónde sale este cielo sin interés. Para ver un rastro de nube tienes que entornar los ojos hasta que el contraste deja percibir una mínima diferencia entre tonos. Mañana cambiaré de aires porque hacer cosas iguales da resultados iguales.

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Hogueras y huesos

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472 años. Vamos mejorando: 

A  Miguel Servet lo quemaron en Suiza en 1553 por sus libro Christianismi Restitutio: una publicación -herética para los calvinistas- entre cuyas páginas Servet describía por primera vez la circulación menor de la sangre.

472 años después, Emanuel Brünisholz, un reparador de instrumentos de viento de Burgdorf, ha sido condenado  por una publicación en Facebook sobre la diferencia entre los esqueletos de hombres y mujeres. Como se niega a pagar la multa, irá 10 días a prisión. Contestaba en esa nota  a Andreas Glarner, un miembro del Consejo Nacional Suizo.

La cuestión está posiblemente en cómo lo dijo: «Si desentierras a personas LGBTQI después de 200 años, solo encontrarás hombres y mujeres basándote en sus esqueletos. Todo lo demás es una enfermedad mental», 

El tribunal consideró la manifestación como una incitación al odio según el artículo 261bis del Código Penal suizo por negar las orientaciones LGBTQI y menospreciar al grupo. 

Artículo 261bis – Discriminación e incitación al odio.

«Será castigado con una pena privativa de libertad de hasta tres años o con una pena pecuniaria: Quien públicamente, de palabra, por escrito, mediante imágenes, gestos, vías de hecho o de cualquier otra manera, rebaje o discrimine de una forma que atente contra la dignidad humana a una persona o a un grupo de personas en razón de su pertenencia racial, étnica o religiosa o de su orientación sexual, o que por la misma razón niegue, minimice gravemente o busque justificar un genocidio u otros crímenes contra la humanidad; Quien rechace a una persona o a un grupo de personas, en razón de su pertenencia racial, étnica o religiosa o de su orientación sexual, quien se niegue a prestar un servicio público a una persona o grupo de personas por razón de su raza, etnia, religión u orientación sexual»

El caso del artículo 261bis es un ejemplo de la de democracia semidirecta suiza: Para poder adherirse a la Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Racial de las Naciones Unidas la norma fue sometida a referéndum nacional en 1994 y alternar aprobada por el 54,6% de los votantes. La ley fue ampliada para incluir la «orientación sexual» en 2020.

Reduxx Info Swiss, una publicación electrónica feminista, explica el caso, si bien no tiene en cuenta la coda final de la nota de Brünisholz

Stefan Zweig escribió Castellio contra Calvino. Conciencia contra violencia. Actual 100%

Jean-François Braunstein ha escrito La Religión Woke, un ensayo  en el que aborda  una explicación general y cuatro temas fundamentales: universidad, raza, cuerpo y ciencia.(En este último apartado hay una estupenda referencia a la epistemología).

Daniele Giglioli escribió Crítica de la víctima, un ensayo breve que ayuda a comprender el concepto y el cambio de su significado desde 1970

Finalmente Los peligros de la moralidad del psiquiatra Pablo Malo; para entender esa parte de la sentencia en la que la jueza dice que el castigo es «una lección, para hacerle entender la seriedad del asunto».

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Cómo llegar sano al mismo lugar

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Kishi no machi de Kanendo Watanabe.

Kenji Takazawa escribió el epílogo de una segunda edición. con fotos nuevas, porque los negativos de la primera se habían perdido. Entre lo ya visto y lo nunca visto, se titula el texto.

“Kishi (既視, ya ​​visto) significa la experiencia de haber visto algo antes. La palabra tiene un sonido hermoso, pero resulta incongruente. Si fuera kichi (既知, ya ​​conocido), lo entendería. Al fin y al cabo, el conocimiento de algo continúa incluso después de haberlo aprendido inicialmente. Sin embargo, a diferencia del conocimiento, ver no es una experiencia continua. Haber visto es, sin duda, haber experimentado, pero lo visto cambia; en lo que respecta a las escenas representadas en este libro, estos cambios son evidentes. Sin duda, la brecha entre la realidad y la experiencia de algo visto una vez se amplía con el tiempo, por eso dudo en usar la palabra kishi.

Y, sin embargo, esta idea de experimentar algo como si ya se hubiera visto me resulta familiar. El término francés déjà vu, traducido al japonés como kishikan (既視感), significa reconocer algo como si ya se hubiera visto. No distingue entre si algo se vio realmente o solo en un sueño o en la imaginación; el déjà vu es simplemente la sensación de superposición entre la imagen en la mente y el paisaje que se presenta ante los ojos.

Pero kishi y kishikan no son lo mismo. La palabra kishi carece de la coherencia de kishi-kas; no resulta cómoda. Si ver no es una experiencia continua como el conocimiento, entonces todo lo que podemos hacer es conectar la apariencia superficial de nuestro mundo en rápida evolución mediante una secuencia de experiencias visuales. Es como si viviéramos en una sucesión de declaraciones de que hemos visto, hemos visto, hemos visto, en una especie de amnesia que nos permite recordar solo instantes fugaces. Pero existe otro acto familiar en el que declaramos haber visto: la fotografía casual de nuestra vida cotidiana. Lo que las fotografías de Calles Ya Vistas representan es bastante claro: un planetario, una autopista, una fábrica, un río, un tren absorbido por (o emergiendo de) un edificio, un escaparate, una valla publicitaria, una casa, un automóvil doblando una esquina, ropa de cama aireándose desde una ventana, un invernadero en un jardín botánico, caimanes, carreteras y árboles, modelos anatómicos humanos, una montaña rusa en un parque de atracciones. Cada cosa puede describirse con palabras, y sin embargo, simplemente sustituir lo representado por palabras no significa que se haya transmitido la fotografía a través del lenguaje. Cada fotografía indica una escena que el fotógrafo «vio», pero no nos dice nada más.

Una fotografía no es más que una imagen fijada en papel fotográfico, resultado de la exposición de la película a la luz, captada por una lente y reflejada desde la superficie de las cosas. Si una fotografía evoca una sensación de déjà vu, seguramente se trata de un fenómeno generado por los movimientos de la mente del espectador y no tiene nada que ver con el fotógrafo. Lo único que podemos decir con certeza sobre el mundo de las «calles», lo que se captura en este volumen (llamarlas «calles de déjà vu» sería presuntuoso), es que ya han sido «vistas» por la cámara.

Y, sin embargo, no puedo evitar percibir una atmósfera fantástica en estas fotografías. Sospecho, también, que no soy el único en esto. Paradójicamente, la misma crudeza de estas fotografías, su completa eliminación de cualquier afán comercial por complacer, da rienda suelta a la imaginación del espectador. La intención del fotógrafo es evidente, pero si la intención de transmitir algo es una especie de adición, aquí tenemos una sustracción intencionada.

(…) Quienes experimentamos una sensación de kishikan («déjà vu») somos nosotros, quienes vemos. La cámara, sin embargo, carece de tal subjetividad. Quizás creamos que usamos la cámara subjetivamente, pero al mirar por el visor no podemos ver cada rincón. La prueba está en cuánto de lo invisible se revela al ampliar una fotografía. Surge entonces la pregunta de si realmente alguna vez «vimos».

Las calles que creemos haber visto con nuestros propios ojos se desvanecen de la memoria, y el hecho de haber sido «ya vistos» permanece solo en la superficie del papel fotográfico. Calles Ya Vistas sacude los cimientos de nuestra certeza en nuestra propia visión. ¿Son las calles «ya vistas» o «nunca vistas»? Incluso esta distinción es ahora difícil de hacer. Desde algún lugar oigo una voz que dice que esto es fotografía: lo ya visto y lo nunca visto, dos caras de la misma moneda”.

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Las pupilas de Nietzsche

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Lo exótico, ¡bah! Todo es igual en todas partes. Mira que hemos cabalgado a lomos de lo racional durante siglos. Si hasta hemos matado a dios, aunque encargáramos el  trabajo a un tipo que se abrazó a un caballo para decirle: “Madre: soy tonto”. 

Lo insólito nos uniforma más que el silogismo.  A la tarde, en Kanda, veo una procesión infantil: dos grupos de niños traen a hombros sendos mikoshi para ser bendecidos frente al templo. Avanzan al grito de ¡Banzai! Niños fuera del rito de iniciación. Como si en Semana Santa salieran -que ya salen- vestidos de mozorros o de legionarios. Niños llevando en andas un paso de la Mini Macarena. Les recibe en lo alto de las escaleras el sacerdote principal, alto, joven y guapo, junto a otros sacerdotes de rango inferior y dos chicas ayudantes. Se mueven todos como si no doblaran las rodillas, como con ruedines en los pies, sin esfuerzo. Entran y salen de la oscuridad del templo a la luz de la tarde y las pupilas han de hacer un esfuerzo si quieres seguirles. Ellas, vestidas con camisa blanca y sobrefalda naranja, se encargan del protocolo. Conforme llegaban más cuadrillas con sus altares portátiles, dos ayudantes con sobrefalda azul turquesa invitan al público a hacerse a un lado. Me aparto hacia el jardín donde se celebra el festival de percusión. Produce sonrojo recordar las batucadas que desde hace unos años se oyen en nuestras fiestas y manifestaciones. Aquí la variedad de ritmos y cadencias es abrumadora. Creo que la semana que viene algunas hermanades sevillanas pasearán por Roma y el sábado pasado hubo fumata blanca en el Vaticano. 13.500 km de distancia: Lo exótico.

A la mañana, bajo la lluvia, he seguido a un grupo que volvía a casa después de hacer su ofrenda en el templo. Para que sus camisas no se mojen, todos llevan impermeables transparentes. Empujan la caseta de los músicos: 3 tambores, un flautista y una mujer que golpea un platillo de metal. En medio del tráfico, recorren el barrio, siempre por el carril más cercano a la acera. Voy detrás como un tonto. Nadie más les sigue. En los cruces, algunas personas se paran a mirar. La comitiva espera a que el semáforo les dé paso y atraviesan una avenida de 8 carriles.

Dice J. que siempre andamos alzando algo: muertos en los funerales, palios, pancartas, pasos, altares portátiles. Levantamos lo que sea y lo ofrecemos. No lo arrastramos por el suelo. Buscamos elevarlo para ofrecerlo, para enseñarlo. Tal vez sea porque “arriba” está la luz que permite distinguir. En la oscuridad todo se confunde. Por eso la luz se asocia con conocimiento. Al cielo con ella. ¿Con quién? Al cielo con la razón.

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El miedo a la página en blanco

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La muerte siempre anda cerca. Antes de venirme para aquí, llamó S. para quedar: su esposa se estaba muriendo. Él sabía cuánto tiempo de vida le quedaba y calculé que moriría cuando yo terminara la libreta que usaba entonces. Por eso no las termino. Todas  acaban así, con la muerte de alguien. Dejo las últimas páginas en blanco, pero no sirve de nada. En todas hay una anotación fúnebre. Recuerdo la primera coincidencia, cuando A. se mató en un accidente. Se mató en una curva y en la última página de una libreta. Después, una tras otra. Dejé sin terminar la que usaba cuando llegué aquí. Hay 3 páginas en blanco. Da lo mismo.

No es superstición. Es coincidencia. Cualquier rutina coincidirá con hechos naturales. Nada tan natural como los nacimientos o las muertes. Otra cosa es la forma de verlo. Hace un año G. me habló de la muerte de su hermano. Era creyente y G, también. En la cama del hospital, justo antes de morir, su hermano le decía: -¿No ves a mamá ahí? ¿No ves que me dice ven, ven?

En De vidas ajenas, las coincidencias son casi tan importantes como la muerte. “Si contara las cosas tal como sucedieron, -dice Carrère- me reprocharía haber forzado el paralelismo. Pero es la realidad la que lo fuerza. Yo no tengo que inventar nada.”  Y es que no hay forma de explicar fácilmente cómo dos jueces —Etienne y Juliette— resultan, cada uno por su lado, supervivientes de un cáncer, ambos cojos, dedicados en el tribunal de Vienne, a  dictar sentencias favorables a los más endeudados. Esa acumulación de rasgos repetidos podría parecer absurda: sin embargo, es real, y es el motor del libro. La coincidencia es el vínculo entre el escritor, los protagonistas y el lector. Pero Carrère no exhibe esas coincidencias sino que las deja fluir: el mundo se cuenta por sus coincidencias.

Cuando el reloj del comedor marca las 9 en punto, las cocineras y las camareras se colocan delante del mostrador, dan las gracias a los clientes y se inclinan antes de recoger el menaje. No más té, no más arroz, no más sopa de misho o de maíz.

El hotel presta paraguas, pero no quedan en el paragüero. Cuando ya he doblado la esquina, una de las recepcionistas me alcanza con uno abierto. -Gracias-. Me ha dicho.  69 euros la habitación con desayuno. El paraguas es de plástico transparente.

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El arroyo Sakagawa 

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Amanece a las 04:15. La luz es buena. Desde el piso 12 veo el degradado de azules y rosas de la mañana. Va a durar un instante, así que corro al ascensor. Al oeste de la estación hay un canal que viene del norte de la ciudad y que, más abajo, desemboca en el Edo. Hay mucha vegetación en las riberas. Apenas quedan flores, pero todo está fresco. Ya hay tráfico de bicicletas.

En un recodo, junto a puente de hormigón hay una placa y con un texto y una foto: “El 11 de abril de 1868, cuando se tomó esta fotografía, tras la rendición del castillo de Edo, Tokugawa Yoshinobu, que había estado bajo arresto domiciliario en el templo Kan’ei-ji en Ueno, se dirigió a Mito, y su primer alojamiento fue Matsudo-juku.

Antes de disfrutar de una tranquila sesión de fotos, cuando comparas los tiempos turbulentos con el regreso del Shogun, el paisaje de Sakagawa adquiere un aspecto diferente. En la foto se ve, al fondo a Tokugawa Yoshinobu. La foto fue tomada por su hermano Akitake, quien, como él, era aficionado a la fotografía. Este es el paisaje original de una ladera por donde discurría el agua clara”.

En la foto de es esta entrada, Yoshinobu viste uniforme militar francés, pero esa es otra historia.

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Busto con gafas

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Espero a que abran los mostradores de facturación. A mi derecha una pareja de chinos reorganiza una enorme maleta. La mitad está ocupada por latas de Kas Limón empaquetadas de seis en seis A la izquierda un hombre mira en el teléfono la prórroga del partido del Inter contra el Barcelona. Llega ahora su mujer que se sienta entre él y otro hombre que habla por teléfono al estilo tostada. He cenado una hamburguesa en el único restaurante abierto en la T1: un Burger King. He pagado a precio de menú una hamburguesa blanda y un botellín de agua. Ni siquiera me han puesto un vaso de plástico, un cubierto, una bandeja o una miserable servilleta de papel. El suelo estaba sucio, lleno de los recibos que hay que retirar para que luego te sirvan el pedido. Miro por la ventana que da al pasillo de la terminal, y recuerdo a Gustavo Fring, el dueño de “Los Pollos Hermanos”, en la escena de Better Call Saul en la que obliga al pinche a fregar de nuevo la freidora, a pesar de que está limpia.

Air China no abre todavía. Paseo por la terminal donde ya están tumbadas algunas personas que viven aquí. Todas tienen una o dos maletas, mantas, alguna almohada. Una pareja ya está dormida; se abrazan amorosamente haciendo la cuchara. Hay dos hombres y una mujer charlando entre dos columnas. Tienen aspecto de haber abandonado la droga hace poco o de estar simplemente entre pico y pico. Otra pareja ha hecho una especie de refugio volcando un medidor de maletas rojo. Es una especie de habitación sobre plano. La pared, una columna y otra pared metálica con los hierros hacia fuera. Me he cruzado tres o cuatro veces con un hombre mayor, deshecho, que empuja un carro con dos maletas y unas bolsas de plástico. Va y viene de la T2 a la T1. 

Como han retirado los bancos de la terminal camino de aquí para allá haciendo tiempo hasta que doy con la capilla del aeropuerto. Me siento en el último banco. la lámpara del sagrario está encendida. A su izquierda hay un relieve de san Josemaría Escrivá de Balaguer. A mi amigo G. no le gustan los bustos con gafas. Dice que no funcionan. Refugiado en la capilla, leo a Roland Barthes: “Estar con quien se ama y pensar en otra cosa: es de esa manera, como tengo los mejores pensamientos, como invento lo mejor y más adecuado para mi trabajo”. Me distrae la puerta que se entreabre: un hombre hace una genuflexión, se santigua mirando al sagrario y cierra enseguida. Viene después otro hombre que cuando me descubre al fondo, exclama – ¡Ah! -. Repuesto de la sorpresa, mira su reloj y añade: -Vamos a cerrar-.  De nuevo en los pasillos de la terminal descubro un banco de tres plazas, pero ya está ocupado. Una mujer está recostada en dos asientos y el tercero lo ocupa la estatua sedente de un hombre barbudo, tan mal colocada que sus pies no llegan a tocar el suelo.

Paseo de madrugada junto a los mostradores cerrados de las aerolíneas a cuyos pies duermen indigentes que aún no son noticia, y recuerdo el tiempo en el que algunos aeropuertos tenían terrazas desde las que podían verse los aterrizajes y los despegues como lo que eran: un espectáculo.

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El edificio y los sentidos

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Mientras tanto

«… por cuanto la ruina de los cimientos lleva necesariamente la de todo el edificio, me dirigiré en principio contra los fundamentos mismos en que se apoyaban todas mis antiguas opiniones.

Todo lo que he admitido hasta el presente como más seguro y verdadero, lo he aprendido de los sentidos; ahora bien, he experimentado a veces que tales sentidos me engañaban, y es prudente no fiarse nunca por entero de quienes nos han engañado alguna vez».

Meditationes de Prima Philosophia

Descartes


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San Juan de Moarves y el perro Purruski

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He venido a Moarves solo por ver otra vez el color de la portada. La última vez, el viejo que explica la iglesia estaba sentado en el poyo de la casa de enfrente. Serían las siete de la tarde y la luz era ya rasante. Charlamos un rato y me explicó el apostolado como quien explica una huerta. -Y a la derecha Sansón y a la izquierda un negro-. 

Luego he sabido que está en el hospital. Ni bebe, ni fuma, ni nada, pero está en el hospital. 

Aquel día, después de media hora de conversación y cuando ya creí tener todo a mi favor, le pedí que me abriera la iglesia: -No, que es lunes-. Me dijo con una sonrisa de te tendrás que joder.

Así que me quedé un rato más mirando “la encendida encarnadura” de la portada de la iglesia de San Juan Bautista. La piedra está teñida. Me quedé con esa idea entonces, pero ahora no encuentro ninguna referencia. Quería escribirle a Himari para decirle que no somos tan distintos: que si los muros del templo de Ryōan-ji en Kioto están teñidos con aceite, la fachada de Moarves lo está también con alguna tintura. No he dado ni con una cosa ni la otra. 

El conjunto del arco y el friso escultórico protegido por el alero volado tiene un aire oriental. Si haces un pequeño ejercicio de abstracción, casi es una pagoda sin fondo ni altura. He venido por el color y me he quedado por la forma. O por una sinapsis equivocada.

He cruzado después la carretera P-227 que parte el pueblo. De este otro lado está la antigua escuela. Por la ventana se ve una cabina de votación y unos bancos apilados.  Cerca hay varios vecinos alrededor de 2 coches. Uno, cuando salía de un pajar marcha atrás, ha chocado con otro. Veo un parte amistoso y una mujer intenta recordar en qué compañía está asegurado el coche de su marido. En el otro, hay un perro que no deja de ladrar. ¿Por qué no lo sacan? La dueña le dice que se calle. -¡Calla, no se qué!-. Un diminutivo tan feo como el animal. ¿Tú te imaginas ser un perro y que te digan ¡Calla Purruski!? Yo qué me voy a callar. Contento que no te salte al cuello por pedirme que me calle, mientras me tienes encerrado en un coche con las ventanillas subidas y rodeado de una docena de personas que miran un bollo en el lateral izquierdo. 

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Qué fue de la literatura

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‘Si abrimos, por ejemplo, un libro de texto de Lengua Castellana y Literatura de la ESO nos encontraremos con que la literatura aparece definida como el arte de expresar emociones. Sin embargo, hasta la formulación inicial de la Estética por élites ilustradas del partido Wigh británico (anti-católico de manera psicótica) como Shaftesbury, la literatura era considerada, desde una perspectiva neo-aristotélica, como lo que realmente es: un modo de conocimiento indispensable para la vida humana y una de las mayores muestras de ejercicio de la razón. Scaligero o Pinciano situaban en el s. XVI a la literatura como la madre de todas las ciencias por su capacidad de alumbrar nuevas realidades y escudriñar lo particular de manera universal. La literatura no tenía como función primaria expresar sentimientos o ser una plataforma para la evasión, sino que era una manera de ejercitar el ingenio e indagar de manera meticulosa la realidad, hasta el punto de que ciencia y literatura estaban intrincadamente unidos en base al valor epistémico de la ficción (indispensable para la ciencia vía experimentos, ficciones médicas, etc.). Solo la llegada de la Ilustración y su razón instrumentaldesterrará a la literatura al ámbito de lo cosmético y meramente sensorial, despojándonos así a nivel teórico de su capacidad de discernimiento. Toda la mitología sentimentaloide que rodea nuestra concepción actual de lo literario y el arte busca, por eso, su despolitización y conversión en un inofensivo objeto de entretenimiento que sirve más para proyectar ilusoriamente nuestro ego que para someterlo a un ajuste con la realidad. Si la literatura está actualmente en crisis y quiere ser expulsada de los currículos es porque no cumple estas funciones sentimentales que se le atribuyen, más propias de WhatsApp o Tik-Tok”.

El fantasma de la libertad

David Souto Alcalde

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Sobre víctimas

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«Por su propia fuerza, el dispositivo victimista tiene la palabra sin mediación alguna, está presente para si mismo y no necesita de verificaciones externas: frente a una víctima real, sabemos enseguida qué sentir y pensar. De este estatus se apropia el líder victimista (y a menudo también el líder de las víctimas), transformando, por transferencia analógica, una desventaja en ventaja: ¿cómo podéis debatir acerca de mi dolor, de mi inocencia, de mis prorrogativas? Yo soy irrebatible, estoy por encima de toda crítica, soy dueño y señor de vuestra mirada y de vuestras palabras. No tenéis derecho a cualquier tipo de enunciados; solo a los que me son favorables, so pena de degradaros en verdugos.

La palabra de la víctima, absoluta por incensurable, es el disfraz más astuto del que Lacan llamaba «el discurso del patrón»: un discurso que, sobre la base de una norma fundada solo en sí misma, pero suplementada por el derecho al resarcimiento del que la víctima goza, impone el tono de la réplica, fija el contexto, dicta los términos de la confrontación y prohíbe que se cambien por el (supuesto) bien del interlocutor. El patrón, ha escrito Slavoj Zizek, comentando a Lacan, «es el que recibe dones de manera tal que quien da perciba la aceptación de su propio don como un premio». No se trata, pues, de un «sé bueno y dame la razón», sino más bien de un «dame la razón y serás bueno»».

Crítica de la víctima

Daniele Giglioli

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El salvavidas de Cioran

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«Todo problema profana un misterio; a su vez el problema es profanado por una solución».

Cioran

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Empel

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El hombre que cuida la capilla de Empel habla un inglés que puedo entender. Su acento es muy malo y eso ayuda. Sentados frente a frente, miramos hacia afuera, llueve mucho y ahora no hay peregrinos. Le pregunto por unas botas militares que están colgadas de la verja. Las dejó hace un par de días un español. Una especie de ofrenda. Como el hombre es un tipo educado no me dice cuándo, pero las va a quitar. A quién se le ocurre colgar unas botas de la reja de una capilla.

Le pregunto si se dejaría fotografiar. No tengo éxito. Charlamos un rato más y me dice que se va a comer. Volverá a las cinco para apagar las velas que hayan encendido los fieles. Como no hay forma de trabajar afuera, repaso el libro de visitas.

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