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Passy en invierno : Libros

Akutagawa & Futagawa

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SH169

Querida B.:

Leí a pedazos Vida de un idiota. No pude hacerlo del tirón por miedo a caer en la melancolía. Tiene gracia; el libro resulta moderno por disparejo, casi parece hecho de retazos, como los kimonos antiguos pero enseguida te das cuenta de que todo tiene relación: las naranjas y la luz roja del tren, las habitaciones de hotel y la de los domicilios en los que vive Akutagawa. Todos los personajes son él mismo y el mar, en el horizonte… El spleen, la estética y el suicidio me resultan difíciles en la misma coctelera. Aquí, tal vez, con las gotas de exotismo oriental que da la distancia y las que añade, a su vez, las lecturas occidentales de Akutagawa, el resultado es más dulzón, aunque engañoso; como las tiras donde acaban pegadas las moscas en el verano.

 
Solo una cosa me salvó de la tristeza en la que me fue sumiendo la lectura de estos cuentos oscuros. Llegaron unos números de la Rural Houses of Japan cono fotos de Futagawa. Tampoco son la alegría de la huerta, no vayas a creer, pero me sacaron del pozo. Las casas del campo japonés, sin adornos, con todos los muebles recogidos y el hogar a ras de suelo, son tan parcas que animan el espíritu y Futagawa las fotografió como nadie. Así qué terminé el libro con las revistas cerca, por si acaso.  Cuando nuestro amigo se acercaba a la playa con intenciones aviesas o se encerraba en el cuarto del hotel demasiado tiempo, yo salía a tomar el aire unos años después: entre el 58 y el 60.

 
Nos vemos pronto,

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Guerre à la tristesse

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Estimada Sra. Lindo:

Ya no me quedo más de 2 días en sanfermines. El 8 me voy a cualquier sitio. Iba a llover al este y salí camino del Maestrazgo. A 400 km de casa, Pamplona era una altar dedicado a la tortura y la violación. Debería haber viajado sin móvil. Los periodistas más insignes dedicaban sus reflexiones a un puré de toros, alcohol, fiesta y abusos sexuales; una especie de cinta de Moebius en la que no se puede distinguir dónde empieza una cosa y acaba otra. He leído hoy su artículo que ha resultado una especie de guinda, ¡Viva la Cultura! Inevitable recordar el grito de Millán-Astray. Algo más joven que el del general golpista  prefiero el de Inge Morath: Guerre à la trisstesse!

Ese no salir del cascarón, Sra. Lindo, no es un patrimonio nacional. Eche un ojo a la Gran Bretaña y a su nuevo Consejo de Ministros o a la China milenaria. Quitarse de encima los prejuicios es un negocio personalísimo, porque si hablamos en términos de país, sabe usted que nuestras ansias de europeísmo no tienen rival en toda la Unión.

A pesar de lo que dice el vals de Astráin y a no ser que el catetismo sea supino, nadie cree que las de su pueblo sean «en el mundo entero unas fiestas sin igual». Si los periódicos son incapaces de hacer periodismo de calidad y dar contenido a las páginas de Cultura, es su problema, no el de los lectores. Le recuerdo que en el periódico en el que usted escribe hay una hermosa sección dedicada a la tauromaquia y si la prensa española quiere espejos en los que mirarse, solo tiene que cruzar la frontera o preguntarle a usted acerca de lo que lee en inglés.

“Nunca te olvides de que esto es España” dice usted. Yo tampoco voy a los toros. Dejé de ir no hace mucho. Antes me gustaban. Hasta me sabía algunos artículos del reglamento. Ya no me interesan. Ahora prefiero la pelota. Claro que esto tiene un inconveniente: es más localista, más provinciana. Sin embargo, mientras recorría el Maestrazgo, La Iglesuela del Cid, Mirambel, veía cómo preparaban sus calles para los festejos taurinos. En Cantavieja oí la noticia de la muerte del torero Barrio y también leí las barbaridades de algunos tuiteros. Creo como usted que los toros desaparecerán tarde o temprano porque si está mal tirar una cabra desde un campanario o arrancarle la cabeza a un pato corriendo a galope tendido, la lidia de un animal hasta su muerte tampoco parece de recibo. Todo llegará. (Los mayas dejaron de jugar a la pelota: al que perdía, lo pasaban a cuchillo).

Me parece que aún vive usted en los Estados Unidos de América y aunque es un país hecho de emigración, sabe que ahí sí que puede decirse “Nunca te olvides de que esto es USA”. Cualquier celebración, por no hablar de cualquier invasión patriótica es un buen ejemplo del localismo norteamericano.

Hablaba usted el otro día en la radio del 15% de la población norteamericana: de los negros. Tal y como lo contaba usted y por lo que se ve en las grabaciones de los videoaficionados, si tuviera que elegir, prefiero el toreo, que –por cierto- no es solo un asunto español: Aunque a mi no me verá en sus gradas, las plazas del sur de Francia programan festejos de primer nivel, lo mismo que algunos países centroamericanos.

Si quiere hablamos ahora de los decibelios y el alcohol.  Ya que se cita a sí misma y a los que son como usted, haré  lo propio. En toda mi vida -apenas nos separan 2 años- he estado en uno o dos conciertos de música popular. Prefiero la música clásica. Si Anne-Sophie Mutter toca cerca, igual voy y he recorrido un buen puñado de kilómetros para oír a La Netrebko. Eso no me impide reconocer que el rock es cultura y que su transmisión se produce a base de  decibelios, algo que soporto con mucha dificultad, al contrario que cientos de miles de personas en todo el mundo, desde Central Park a La Défense,  que disfrutan de lo que les gusta a todo volumen. Seguro que habrá visto el documental del concierto de los Beatles en el Shea Stadium delante de 55.000 personas. Sé que le gustan. El equipo de sonido que llevaban para la gira fue insuficiente y «muchas adolescentes y mujeres fueron vistas llorando, gritando, e incluso desmayadas».

Ese grupo de personas al que usted dice pertenecer y al que con ironía atribuye una «falta de sensibilidad cultural necesaria», sabe perfectamente diferenciar entre unas cosas y otras.  No es el Lincoln Center ni su orquesta de jazz pero le pondré como ejemplo las cifras que acaba de publicar el Ayuntamiento de Pamplona: “1,5 millones de personas han participado en los actos programados dentro de las fiestas de San Fermín que este año han contado con cinco espacios participativos impulsados por distintos colectivos. En las cifras totales destacan el número de personas que se acercaron a ver los disparos de las colecciones de fuegos artificiales y que sumaron 424.000 espectadores y las que acudieron a las verbenas que han regresado a la Plaza del Castillo (más de 140.000 personas). Otro incremento de público reseñable se ha producido en el ciclo Jazzfermín”. Tal vez no sean actividades a las que Fumaroli daría su placet pero Colina y Domínguez tampoco están mal.

Lo del “desparrame” me parece algo vago, aunque como creo que le entiendo, le diré que no sabe usted cómo lo pasamos. Se disfruta mucho. Ves a amigos con los que no coincides durante meses, paseas por una ciudad irreconocible, blanca y roja, llena de alegría. Una ciudad abierta, dispuesta a disfrutar después de un año de trabajo. Ya sabe usted que san Fermín se celebraba el 24  de septiembre pero por motivos meteorológicos, hace mucho que se decidió adelantar la fecha a julio. Es una fiesta mitad religiosa mitad pagana, como casi todas las fiestas europeas. Ni mejor ni peor. Tan socializadora como todas. Tan desparramada como todas. Con los mismos decibelios que las que se celebran en Berlín. No; no es verdad. Con menos decibelios que las berlinesas. Con la misma producción de basura, con los mismos riesgos, con las mismas grescas, con los mismos hurtos y luego hablaremos de lo demás.

En cuanto a esto de las “Las mujeres que ostentan algún tipo de cargo en la ciudad saben a qué ha respondido este tabú que comenzó a resquebrajarse cuando se produjo el asesinato de Nagore Laffage”, ¿por qué las mujeres? ¿por qué las que ostentan un cargo público? El derecho y la representación política van siempre detrás del ciudadano. Esto es siempre así: el legislador, el político responden –si es que responden- a un clima determinado. Ese tabú se resquebrajó  desde abajo y gracias a eso, este año, en el 87% de los casos las denuncias de abusos o violaciones han terminado con la detención de los agresores.

Desde luego, la prensa no ayuda mucho en todo esto: publica fotos y artículos de hace 4 años, funde locuciones relativas a los abusos con imágenes de parejas que pasean de la mano en sanfermines, da voz a tertulianos como Victoria Lafora que dice “que los jóvenes que corren delante del toro tienen tal adrenalina, se sienten tan machos, tan fuertes porque son capaces de sortear el riesgo de un animal que creen que la calle y las mujeres son suyas” Si además usted refiere cosas como que “a diario se nos ha venido informando de los encierros sanfermineros, que han tenido también su salto a la página de sucesos con las cinco o siete agresiones sexuales denunciadas” comprenderá que el cacao resulta más bien espeso aunque pro domo prensa. Como siempre.

Las fiestas no son sagradas, ni las ancestrales ni las que se acaban de inventar. El dinero es sagrado. Por eso no se denuncia ¿Qué cree usted que pasa en las fiestas de Bayonne, en el Oktoberfest de Munich o en cualquier festival de rock? De los hijos de Woodstock, ni hablamos. Sin embargo, en Pamplona, ahora sí se denuncia y, a pesar del flaco favor que la prensa está haciendo a la ciudad, a la fiesta y a sí misma, resulta gratificante comprobar que hemos aprendido a distinguir y que la Administración apoya y promueve una actitud inequívoca que no tiene que ver con la tradición, con los toros, con la fiesta ni con la testosterona.

La ciudad no se entrega al exceso ni hay necesidad de superar ningún miedo. ¿Miedo de qué? Desde luego yo no puedo decir que durante los años en lo que he participado activamente en la fiesta haya visto cometer ninguna brutalidad. A no ser que pueda ser tenida por tal cosa beber, reir, cantar, bailar o andar de farra hasta las tantas. He pillado trompas de mucho mayor calibre en cualquier otro momento y siempre he tenido la sensación de que la masa estaba en otra parte. El único momento de los sanfermines en que me he sentido parte activa de un grupo numeroso fue en el Riau-riau, cuando de forma más o menos pacífica, empujábamos a los municipales para impedir el avance de la Corporación hacia las Vísperas. Luego, aquello se estropeó. Pero durante unos años aquella forma de protesta contra la Autoridad, fuera del signo que fuera, resultaba gratificante. Todos sabíamos el papel que jugábamos: el munícipe, el policía y el ciudadano. Era la tarde en la que podías empujar. Era la masa, sí, pero una masa que conocía perfectamente sus límites. Solo la política consiguió acabar con aquel juego. Yo también temo a la “masa feroz”. Me provoca pánico. Pero créame si le digo que no la encontrará aquí. Verá el alcohol sin medida como en cualquier sitio: en quien no sabe beber o en quien lo hace por primera vez.

Recuerdo el 78, cuando mataron a Germán Rodríguez. El Ayuntamiento suspendió las fiestas. No hubo dudas:  7.000 disparos de material antidisturbios y 130 disparos de bala. Seguro que usted se acuerda también de la enorme tensión que se produjo. Sí. Hubo luto entonces, como ahora ha habido manifestaciones que han llenado la Plaza del Castillo contra las agresiones. Tampoco ha habido dudas. Pero usted prefiere el batiburrillo. Ese sentirse ajena que proclama, parece más bien aplicable al discernimiento de los hechos. Como a usted y como a mí, los toros no le interesan a un número creciente de españoles. Lo mismo que los decibelios. No digamos si ya hemos cumplido unos años. Parece usted sentirse ajena a que no estamos dispuestos a tolerar los abusos sexuales, a que una cosa y otra no tienen la más mínima relación, a que la mayoría no hemos tolerado nunca el delito y que algunos que descreíamos de la prensa, empezamos a no tolerar los abusos del periodismo.

Ya sabe usted que no es sosa. Aunque tampoco es valiente. Lo que ha escrito usted es simplemente correcto: políticamente correcto. Vamos, lo que se lleva ahora.

Con afecto,

 

p.d. Entienda por favor que los enlaces son para mí. Tengo menos memoria que Dory.

Otra cosa: se habrá fijado que en ninguna de las fotos que la prensa publica a troche y moche, se protege la intimidad de las chicas que enseñan el pecho. Sí, lo hacen voluntariamente. Pero digo yo que, posiblemente, cualquiera de ellas deseará no ser reconocida en las imágenes que circulan en la televisión y los periódicos. Ni un triste rectángulo tapando los ojos. ¿Para qué? ¿Para estropear la imagen?

 

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La caza de la tortuga

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23 ColonelDespard

 

La carpa viva
Unos días antes de las elecciones, me cruzo en la Castellana con una manifestación que reivindica algo sobre carpas vivas. Carpas vivas dicen las camisetas de los manifestantes. Por la calzada avanzan varios todoterrenos que tiran de lanchas a motor con carteles en español y en inglés: Freedom to the sport fishing .Our fishes are europeans. El último de los vehículos arrastra una plataforma sobre la que viaja un enorme jabalí disecado,

Los restos del ICONA
En Neptuno, donde ya hay tráfico, tomo un taxi. La conversación arranca por los atascos y las dificultades propias de los domingos madrileños. El chófer es un joven que conoce a uno de los manifestantes. Me cuenta que el ICONA introdujo la carpa en los ríos españoles para eliminar otras especies invasoras y que ahora los ecologistas quieren, a su vez, acabar con la carpa. Quienes practican la pesca sin muerte están indignados  con la sentencia Tribunal Supremo que ha declarado especies invasoras la carpa viva, el cangrejo rojo y la trucha arcoíris.

Un taxista selectivo
Agotado el asunto piscícola el conductor se lanza a las movedizas arenas de la opiniones personales acerca de la política y muestra sus reticencias acerca del criterio de los ciudadanos.

-¿Para ser elegidos?-. Pregunto ingenuo.
-Para votar-. Contesta con una rotundidad que asusta un poco.
-Pero hombre…
-Que no, que no. Que hay mucha gente que no sabe lo que vota. Yo, si pudiera, no dejaría votar a más de uno. ¡A usted, sí!
-Y a mí ¿por qué sí?
– Parece usted tener discernimiento.
-¡Ah! Pues muchas gracias-. Acierto a decir ya francamente espantando.

Llegamos entonces al punto de destino y cuando me bajo del auto, me dice:

-Yo, es que he estudiado ciencias políticas.

No tengo reflejos para preguntarle en qué Universidad.

Persecución implacable
Las palabras del taxista me han perseguido hasta después de las elecciones. Sabía que las especies foráneas, el discernimiento y el voto restringido tenía que ver con algo que había leído pero solo después del 26 de junio y de los cientos de insultos proferidos contra quienes votan distinto, me he acordado del coronel Despard.

Colgado por el cuello
Edward Despard fue colgado el 22 de febrero de 1803 en la prisión de Horsemonger Lane. unos meses antes fue arrestado durante una reunión con 40 trabajadores en la taberna Oakley Arms. La reunión tenía como objeto poner en marcha un movimiento que rompiera las cadenas de la esclavitud y recuperara algunas de las libertades perdidas.

Desde el otro lado del Atlántico
Despard había desembarcado en Jamaica como teniente del ejército británico en 1766 y allí comprendió enseguida que la sociedad esclavista estaba basada en el terror. En los trabajos de fortificación de la isla contó con mano de obra proveniente de todo tipo de etnias y religiones: una de las “cuadrillas variopintas” a las que se refieren Peter Linebaugh y Marcus Rediker en La Hidra de la Revolución (1)Acostumbrado a trabajar con todo tipo de hombres, Despard fue enviado a la actual Nicaragua en 1779 para luchar contra los españoles. Allí conoció a los indios Mosquito, gracias a los que él y su gente pudieron sobrevivir. 5 años después, siendo capitán, estaba en la costa de Belice que ya se había convertido en terrenos privados. La caoba, aserrada por esclavos, viajaba hasta Gran Bretaña, donde empresarios como Chippendale habían hecho de la ebanistería una industria. Para entonces los esclavos superaban a las personas libres en una proporción de uno a seis.

Un acuerdo con España
El convenio de Londres firmado en 1786 entre España y Gran Bretaña obligó a este último país a evacuar a 2.000 personas a Belice desde la Costa Mosquitos. Despard estaba encargado de la substancia y la integración de aquellos hombres, en su mayoría desertores y prisioneros, muchos de los cuales habían servido bajo sus órdenes en Nicaragua.

La dieta de la tortuga
La pesca y la caza estaban prohibidas, pero era imposible hacer respetar la prohibición. Las tortugas eran la dieta básica de los indios Mosquito, mayas y bucaneros. privatizadas las tierras, la colonia se hizo dependiente de las importaciones americanas, de manera que los precios de los alimentos no tardaron en ser prohibitivos. En contra del convenio de Londres, según Linebaugh y Rediker y con la aquiescencia de España, según otras fuentes, Despard autorizó el cultivo de plátanos, batatas, maíz y piña para asegurar la subsistencia de los más pobres y llegó a embargar y vender los barcos de quienes infringían las normas comerciales.

Los votantes ignorantes
La adjudicación de una parcela a un hombre “libre y de color” hizo que la tensión aumentara. Los colonos se quejaron a la metrópoli cuando Despard actuó en favor de aquel. Poco después, Despard se presentó a las elecciones para magistrado. Sus enemigos alegaron que alguno de los votos habían sido emitidos por “ignorantes cazadores de tortugas y hombres de color que no poseían propiedad alguna ni tenían lugar fijo de residencia”.

Llamado a Londres por sus superiores, terminó como se indica más arriba.

(1) La Hidra de la Revolución fue premiado con el “International Labor History Association”. Mejor comprar.

 

 

 

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Baroja y alrededores

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Bernardinas

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Karakarakas, Capitolio, ir y venir

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Ir y venir a Venezuela, unos detrás de otros, como si fuera la decimoctava autonomía y el Atlántico un aguazal.

Una pasión repentina por lo que sucede en Caracas llena los informativos, como si antes nadie hablara de las relaciones de los canarios o los vascos con Venezuela o de la envidia por las fuentes del eterno petróleo que mana en sus campos. Cuando aquí perforábamos en cualquier ladera con aspecto bituminoso y sin ningún resultado, allá bastaba con pinchar con un palillo. Veíamos Caracas como una ciudad que se apartaba de los generales con dificultad, a base de producción propia y capitalismo puro y duro. Una ciudad que crecía mientras las chabolas quedaban justo al lado de los rascacielos y el consumo no lograba que los militares desaparecieran completamente de las calles.

Todo eso lo fotografió Paolo Gasparini durante 6 décadas y hace un par de años publicó Karakarakas. “Una narración visual razonada en tanto que hilvana pedazos de fotos, frases, textos anudados para expresar una idea autoral. Karakarakas está hecho de imágenes en conjunto, no de imágenes individuales. Las fotos están ubicadas en dobles páginas o dispuestas en el papel alternando las cualidades tonales, el pasado y el presente, para aludir finalmente a momentos consonantes que no han trasmutado en 60 años”.

“En las manos de un fotógrafo menor, –reseña Daily Colector- este tipo de fotografía urbana crítica, mezclada con ideas políticas podría haberse convertido en un línea desalentadora y estridente, pero aquí es una prueba del talento perdurable de Gasparini y de su capacidad para la composición compleja. A pesar de que en algunos de los temas puede haber un silencio sombrío y desalentador, las imágenes nos llevan en busca de conexiones secundarias y terciarias que se nos hayan podido escapar en un primer momento. La Caracas de Gasparini es un reto vibrante, con todos sus defectos visibles e invisibles y sus problemas obstinadamente intratables: es un lugar que resuena con vida auténtica y energía”.

Unos años antes, en 2009, Christopher Anderson publicó Capitolio, un libro bastante más duro en el que apenas hay esperanza y solo algún rastro de sensualidad oscurecida entre páginas de miseria y dificultades. El libro rebosa tensión y la muestra de las fotografías no dejó indiferente a nadie. Hacia el final hay una impresionante foto de Hugo Chávez contrapuesta con otra de ciudadanos con las manos levantadas. Es un punto de inflexión a partir del cual, Anderson habla específicamente de lo político y lo hace con la misma crudeza que antes había usado para hablar de lo social. “La palabra Capitolio – reseña RM– alude al edificio abovedado que alberga a un gobierno. En este libro, Caracas misma se convierte en un metafórico Capitolio. En lugar de muros, tenemos una arquitectura modernista putrefacta que se ha construido con petrodólares”.

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Sander, Pliego

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Querido L.:

Ya ha llegado la fotografía de Pliego de la que me hablaste. Efectivamente, el parecido con la de Sander es notable, aunque solo aparente. El aire de los personajes es el mismo pero la diferencia no es solo el lugar donde se tomó. Sander sale al camino y nuestros jóvenes vienen al estudio a ser fotografiados. “Vamos a que nos retraten” es ir hacia  la cámara estática, al lugar en el que la decisión de ser fotografiado proviene del sujeto, no del fotógrafo.

No es lo mismo vestirse para ir al fotógrafo que fotografiar a dos jóvenes ataviados para ir al baile de un pueblo cercano. ¿Qué lleva a Sander a buscar esa imagen? Hoy tiene un carácter etnográfico, pero en su día fue tan contemporánea como un selfie y sin embargo Sander es un documentalista que habla de la relación de las personas con el grupo social o profesional al que pertenecen. Esa es su intención: crear una tipología, un colección representativa de quienes viven a su alrededor.

Carlos Cánovas habla en su Navarra/Fotografías del estudio de Emilio Pliego y de la época dorada de estas imágenes en las que el retratado es casi “un mal necesario”, un estereotipo que se muestra como los otros quieren verlo.

Aunque el tiempo no lo iguala todo, el valor de estas dos imágenes contrapuestas reside quizás  en su complementariedad; efectivamente no hay una foto de estudio en la que un cliente vaya a retratarse vestido de albañil con la cara tiznada, pero por una vez, aunque solo sea una casualidad, estamos ante la cámara que es perseguida o persigue a un mismo sujeto.

Gracias por tu aviso. Nos vemos pronto,

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La impureza

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Querido R.:

Compré Underground cuando volví a casa. Lo había visto en alguna estación de tren o en algún aeropuerto y no me pareció el mejor sitio para hacerme con él. Lo leo a ratos, para que no se me atragante. Aunque está bien hilado y no es morboso, cada historia resulta dramática y una sesión demasiado larga, acaba por agobiar.

Ya sabes que si estoy con esto es porque, al menos de momento, soy incapaz de leer acerca de cosas más próximas. Recuerdo cuando devoraba libros sobre la cuestión vasca: acción y reacción. Se estaba bien en la teoría. Luego todo fue tan doloroso.

Lo que sucedió en el metro de Tokio, hace 20 años, a 10.000 kilómetros de distancia, me resulta algo más fácil de leer. Encuentro formas de comprender la vida, el trabajo, las relaciones familiares, el perdón o el odio y me sirve de algo.

Hay un párrafo que te gustará. Lo transcribo después.

Confío en que nos veamos pronto.

“Existe un tipo de marginación invisible en nuestra sociedad. Me refiero a una marginación psicológica hacia las víctimas del gas sarín. Por eso hay personas que tratan de ocultarlo. Sucedió lo mismo con las víctimas de la bomba atómica. No es más que una suposición mía, pero quizás esté relacionado con el concepto de impureza que impera en la sociedad japonesa. Desde la antigüedad, en Japón, se creía que si uno se relacionaba con la muerte o con la desgracia, quedaba impuro y los impuros eran marginados de manera sistemática. Es una tradición que en su momento quizás tuviera sentido. Por mucho que los marginasen, la comunidad cuidaba de ellos. No podían realizar los mismos trabajos, es verdad, pero en cierto sentido les protegían, existían rituales de purificación que, poco a poco, «curaban» esa impureza. El concepto funcionaba con cierta eficacia, ¿no cree?
En la actualidad ha desaparecido ese tipo de funcionamiento comunitario, pero la conciencia de la impureza existe en estado latente. Eso podría ser la causa de la marginación inconsciente. La reacción de la gente es, hasta cierto punto, inofensiva pero para las víctimas eso es muy duro”.

Kanzô Nakano, psicólogo entrevistado por Haruki Murakami en Underground

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Los ojos de los otros: Viver y Sancari

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Acabemos el año, sí. Atravesemos las convenciones atados al palo mayor porque esto no terminará ahora. Después del concierto, habrá más.

Dice Charles Lamb: “De todos los sonidos de todas las campanas (la música de las campanas es la más cercana al umbral del cielo) el más solemne y conmovedor es el repique que despide al año viejo. Nunca lo oigo sin que en mi mente se concentren todas las imágenes difusas de los últimos doce meses; todo lo que he hecho o sufrido, realizado o abandonado en ese tiempo que se ha ido para siempre”.

Solo será un momento; luego seguimos. El tiempo suficiente para amarrarme un poco mejor; mientras dure la travesía. No terminaré como Palinuro. Ya hablaremos en tierra firme.

Entretanto, tengo a la vista 2 libros; los más melancólicos que he encontrado. Uno es de Mariela Sancari y se titula Moisés. Sancari no vio el cadáver de su padre cuando falleció, así que no pudo pasar por el inicio del duelo que es precisamente la visión de la muerte.

Tiempo después, puso un anuncio en el periódico buscando hombres de la edad que entonces tendría su padre, con ojos claros y rasgos más o menos parecidos. Los fotografió y compuso un libro triste y reparador al mismo tiempo. Conforme el lector pasa las páginas dividas en trípticos, los hombres fotografiados parecen entremezclarse en el intento de recomponer la figura del padre, abocado a una segunda muerte: la de quien mira.

El otro es una edición de Javier Viver; Révélations Iconographie de la Salpêtrière. Paris 1875-1918. Viver selecciona de manera muy contemporánea más de 300 fotos de entre las 4.000 que forman la colección del hospital.“La Salpêtrière –dice la editorial RM- se hizo teatro de variedades en las sesiones de los martes, ante una concurrida representación de las élites culturales y científicas, mediante la inducción por hipnosis de contorsiones, crisis epilépticas y ataques de histeria, el registro y exposición de gabinetes de curiosidades y rarezas biológicas, fenómenos y monstruos. El resultado fue un archivo fotográfico sin precedentes, testigo de la época colonial, realizado con la intención “panóptica” del régimen disciplinario y documento sistematizado de los límites del alma humana”.

Compré este libro seguro de que me reconocería enseguida en alguno de los personajes fotografiados. Solo por estadística debería funcionar, pensé. Sin embargo, sucede como en el Moisés de Sancari: es por superposición. Los rasgos de unos y otros componen mi retrato enseguida. Hombres, mujeres, niños, tullidos, alucinados y cheposos me devuelven mi propia imagen. Cuando I. vio el libro me habló del test de Leopold Szondi.  Se muestra al sujeto grupos de fotografías de pacientes con determinadas enfermedades y aquel manifestará simpatía o disgusto. Las afinidades o las antipatías, permitirán hallar determinados rasgos de quien se somete al examen.

Alcánzame ese cabo.  más fuerte me amarraré. No solo por el miedo al sueño, también para mirarme a través de los otros. Los ojos de los otros.

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Ken, Nochevieja de Charles Lamb

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12232916_975367419191455_6351666030719899261_oNochevieja es el nuevo libro de la editorial Ken. Un texto de Charles Lamb perfecto para leer antes de que acabe el año. Ácido, contradictorio y moderno. Resulta asombroso que fuera publicado por primera vez en 1821. Las ilustraciones de Miren Doiz casan muy bien con el texto. Son agrias y podría decirse que un poco british.

Aquí ya habíamos dado cuenta de sus Confesiones de un borracho. Esta obrita y la breve autobiografía que cierra el libro de Ken, dan un idea muy escueta de la tristísima vida de un excelente autor.

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Los refugios

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(13 nov. 15) Polycopies se ha convertido en una especie de refugio. Los dos barcos están amarrados en el puerto de Solferino, no muy lejos del pont des Arts. Hay con quién conversar, libros para comprar y otros con el letrero de sold out. En la orilla izquierda todo parece normal. A pesar de la tragedia y en una extraña contraposición con los informativos franceses y españoles, las galerías permanecen abiertas y también los cafés. Berthet- Aittoaures tiene una hermosa colección de Giacomelli. Algunas de las fotos que presenta son poco conocidas y muy abstractas. Enfrente, en la Palette, el personal llena el interior y la terraza a la hora del almuerzo. En la minúscula cocina un hombre y una mujer se afanan con las tortillas de hierbas, Sobre el aparador del pasillo un pinche aliña las ensaladas con salsa de mostaza. Nadie mira el televisor. Desde las cristaleras, al calor de un café, todo parece ir bien.

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Ohya-shobo.

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Una librería de viejo en ,1 Chome-1 Kanda Jinbocho, Chiyoda, Tokyo 101-0051,

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108 pasiones

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La torre de Tokio es muy fea. Es una especie de torre Eiffel sin gracia, pero como está pintada conforme a las normas internacionales de aviación, al menos trae a la memoria los comics de Tintín.

Desde la terraza acristalada, el título de Vila-Matas resulta intercambiable: Tokio no se acaba nunca. El horizonte es una ansiedad que solo se calma reduciendo el campo de visión: justo aquí abajo, aparecen, entre los árboles, los tejados grises del templo de Zojo-Ji. Los budistas también tienen sus sectas y la Jodo-shu es la más extendida en el Japón. Este es su templo principal. Casi escondido en un bosquecillo de coníferas, un monje tañe con un madero la campana que purifica a los fieles y los aparta de las 108 pasiones que les impiden seguir el camino recto. ¡108! Si al menos sirviera para conservar las pocas que conozco.

Dentro del templo principal está terminando la oración de la tarde. Van a cerrar.

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Clarineros de Pamplona

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“Aunque los clarineros prestaban unos servicios limitados, en 1707 (28-VI) la Corporación dispuso que no se pudiesen ausentar de Pamplona sin su permiso. En 1748, se estableció que no acudiesen de día ni de noche a ninguna función particular de los vecinos sin licencia previa del regidor preeminente y, en tal caso, que sólo se presentasen en casas de vecinos «notoriamente decentes», es decir, de buena consideración y posición social. No se trataba de la libre disposición por uno u otro clarinero de sus propias facultades y libertad natural, sino de que la institución más importante del municipio, representante de todos los vecinos, no permitía los servicios de sus empleados a favor de particulares. Era cuestión de prestigio y protocolo para el Ayuntamiento, institución de todos los pamploneses. En 1760 (25-VI), se insiste en esta última disposición, al prohibir a los clarineros su presencia en funciones de comunidades o cofradías sin permiso de la Corporación o del regidor preeminente (primero entre los 10 regidores o regidor cabo del burgo de San Cernin). Dichos acuerdos municipales reflejaban que la Corporación poseía una jurisdicción total sobre sus empleados. En este sentido, los regidores pusieron una particular atención para que otras instituciones respetasen al Ayuntamiento el derecho privativo que tenía sobre los clarineros, respecto a la concesión o negativa del permiso para asistir, como tales, a las celebraciones privadas de sus vecinos. Por dicho motivo, en 1744 la Corporación mantuvo un pleito ante el Consejo Real en defensa de su derecho privativo para apresar al clarinero Bernardo Plata -apresado el 27-IV-1744- por haber tocado música sin su permiso, aunque sí con el consentimiento expreso del virrey, el regente del Consejo, alcalde ordinario, y alguacil mayor del tribunal de la Corte Real. Estas licencias o permisos citados no bastaban según el fuero municipal, pues la jurisdicción a este respecto era privativa de la Corporación. A pesar de la jurisdicción privativa municipal, el Consejo Real sentenció en contra de ella, exigiendo la libertad de dicho clarinero. La Corporación obedeció. En realidad, en esta sentencia el Consejo Real no trataba sobre el derecho privativo del Ayuntamiento, sino sobre determinados aspectos del caso. Por su parte, la Corporación pretendió —sin éxito- consolidar su posición al recordar la expulsión que en 1743 decretó a sus clarineros Bernardo Plata y Antonio Mantelli por el mismo motivo aunque, poco después, benévolamente, les hubiese readmitido en el cargo”.

La burocracia del Ayuntamiento de Pamplona del siglo XVIII
José Fermín Garralda

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Swift, Twitter y el humor negro

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A Jonathan Swift lo conocemos sobre todo por Los viajes de Gulliver. También salió de su pluma un nombre propio: Vanessa, más conocido en España como La Vane. De todas formas, lo que aquí nos importa es que Swift puede ser considerado como el padre del humor negro por no decir negrísimo. No fue él quien puso el nombre al género. Tuvieron que pasar más de dos siglos para que André Breton publicara su Antología del humor negro. Claro que dar a la imprenta semejante libro en la Francia de 1940 solo podía traer aparejada la prohibición inmediata de su distribución por el Gobierno de Vichy.

Tal vez la frase de Adorno acerca de la poesía y Auschwitz, debió predicarse acerca del humor negro. Aun y todo, Breton publica de nuevo su Antología en 1947 y una edición definitiva en 1966. Entre los autores seleccionados, Thomas de Quincey, Baudelaire, Poe, Lewis Carrol Nietzsche, Rimbaud, Gide, Alfred Jarry, Raymond Roussell, Apollinaire o Kafka.

Breton dice en el prólogo:

“La palabra humor es intraducible, decía Paul Valéry, si no lo fuera, los franceses no la emplearían. Pero si la utilizan es precisamente por la impresión que le adjudican y que la convierte en una palabra muy adecuada para una discusión sobre gustos y colores. Cada oración que la contiene modifica su sentido, hasta el punto de no hallarse su significado propio más que en el conjunto estadístico de todas las frases que la contiene y que van a contenerla en el futuro”.

Volviendo al principio, Swift no fue concejal pero sí consejero del gobierno tory y decano de la catedral de St. Patrick de Dublín. Es cierto que se ganó algunas hostilidades a costa de sus escritos y que practicó una especie de rudimento de tuiteo, bajo el seudónimo de Isaac Bickerstaff, con el que arruinó la carrera de un conocido astrólogo y sin embargo toda Irlanda entendía que sus escritos tenían un carácter irónico. Breton recoge en su antología unos párrafos de su Modesta proposición: Para prevenir que los niños de los pobres de Irlanda sean una carga para sus padres o el país, y para hacerlos útiles al público.

Aquí, unas líneas:

“…Ya he calculado el costo de crianza de un hijo de mendigo (entre los que incluyo a todos los cabañeros, a los jornaleros y a cuatro quintos de los campesinos) en unos dos chelines por año, harapos incluidos; y creo que ningún caballero se quejaría de pagar diez chelines por el cuerpo de un buen niño gordo, del cual, como he dicho, sacará cuatro fuentes de excelente carne nutritiva cuando sólo tenga a algún amigo o a su propia familia a comer con él. De este modo, el hacendado aprenderá a ser un buen terrateniente y se hará popular entre los arrendatarios; y la madre tendrá ocho chelines de ganancia limpia y quedará en condiciones de trabajar hasta que produzca otro niño.

Quienes sean más ahorrativos (como debo confesar que requieren los tiempos) pueden desollar el cuerpo; con la piel, artificiosamente preparada, se podrán hacer admirables guantes para damas y botas de verano para caballeros elegantes.

En nuestra ciudad de Dublín, los mataderos para este propósito pueden establecerse en sus zonas más convenientes, y podemos estar seguros de que carniceros no faltarán; aunque más bien recomiendo comprar los niños vivos y adobarlos mientras aún están tibios del cuchillo, como hacemos para asar los cerdos”…

Leí el otro día que algunos se acuerdan del racismo, el terrorismo o la pobreza, solo cuando leen un chiste ofensivo. Si sirve, valga.

dos cosas para leer, ya si eso: una. Dos

 

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Montaigne

«Si nos detuviéramos alguna vez en examinarnos, y el tiempo que empleamos en fiscalizar a los demás y en conocer las cosas exteriores lo ocupáramos en sondear nuestro interior, nos convenceríamos presto de que nuestra contextura está formada de piezas insignificantes y deleznables. ¿No constituye, en efecto, un testimonio singular de imperfección la circunstancia de que no podamos detener nuestro contento y nuestra satisfacción en cosa alguna, y que la imaginación y el deseo nos impidan elegir el camino que nos es más adecuado? De ello es buena prueba esa gran disputa que sostuvieron siempre los filósofos a fin de encontrar el soberano bien del hombre, la cual dura todavía y durará eternamente sin que jamás se llegue a una solución o acuerdo:

Aquello que no poseemos se nos antoja siempre el bien supremo, mas cuando llegamos a gozar del objeto ansiado suspiramos por otra cosa con ardor idéntico, y nuestra sed es siempre igualmente insaciable». Lucrecio III, 1095)

Ensayos, De una sentencia de César 

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